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Hechos Y ?Susedidos? de una Semana en el Camino



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Ha pasado ya una semana desde que marché de mi tierra chica, para escrutar los caminos de lo inesperado, los caminos que llevan al mismo sitio, pero de distinta manera, los caminos que hacen verte a ti mismo, los que te alimentan no solo de lo material expertamente manipulados por la mano de quien los condimenta, los caminos que engrandecen nuestra condición por los motivos que cada un@ quiere que lo haga, esos caminos de este país, en los que cada un@ es lo que quiera ser.

"Todo se cumple", es la frase que a lo largo de las rutas se leen en los sitios más insospechados, la duda se hace compañera de la ruta, pero no solo ella... Un halo de vitalidad, de constancia, se hace permanente durante las horas de caminar. "Buen camino", es lo que se oye constantemente a lo largo del mismo y con una sola intención... buen camino, buen caminar, pero en la vida.

Y sin salpicar a nadie, y como no podía ser de otra manera, para mí, y siendo ¿consciente? de mis limitaciones físicas de este año en el camino, me lancé a hacer ocho etapas más, pendientes de realizarlas en mi calendario, con la intención de superar lo que fuera, pero sabiendo que el fruto de la vid y la cocina tradicional, en este caso palentina y leonesa, serían mis fieles aliadas, para superar en varios casos las cinco y hasta seis seisenas de esa unidad de longitud, equivalente a mil metros.

Sin empezar a andar pero situados en la última etapa palentina y siendo hora de llenar la "andorga" y como augurio de sabrosas tertulias tras un día de caminata, nos llenamos de olores y recuerdos en las viejas paredes de un monasterio benedictino, cuyo lugar de "almuerce" es de por sí placer de los ojos, por no decir de sentimientos... Y si de hacer la boca agua se tratara, pero sin dejar que ésta inundara nuestros paladares, nos dimos a la dulce enseñanza de educar a nuestro paladar con viejos y nuevos sabores... Si unos boletus confitados con dulces riñones sobre lecho perdicera, si unos revueltos de patatas panadera sobre morcilla con pimiento choricero, no confundieron a nuestras "gustativas", tampoco lo hicieron unos pescaditos que relucen como el oro y unos solomillos al gusto del caramelo con hierba buena, piñones y frambuesa... No nos olvidamos de ese pan palentino y esos vinos de D.O. Cigalés que hacen que te sientas en un estado de equilibrio, al acabar saboreando un único helado de higos al caramelo de Pedro Ximenez.

Lamentablemente todo pasa, y a la "madrugá" nos enfrentamos con los regustos "rodados" de tan suculenta cena y los olores y "ruidos" del campo puro y llano que ante nosotros se mostraban.

Cuando la mitad de la etapa asomaba y los "gástricos" pedían auxilio y mediación de tan largo caminar, unos huevos fritos de gallina picotona, con un choricillo por medio y pan de harina soleada, hicieron acallar los lamentos que para que no protestaran, los anudamos con unas pintas de cerveza, sin nacionalidad conocida.

Sin probar pipa ni pan, hasta finalizar la jornada, llegamos al lugar de dormitancia, donde una frugal cena, a no contar, dio con nosotros, donde lo único reseñable, y para ayudar a dormir, incurrimos en la ingesta de orujos varios, hábilmente destilados en un portal nicolaso.

La siguiente etapa era la más larga de todas, así que sin dudar nos dormimos con los puños cerrados, por eso de lo de aprovechar el tiempo tumbado.

La mañana temprana de olores frescos, gratos trinos y sonrisas abiertas, nos sorprendió con vara en ristre y rompiendo a sudar en el camino alegre, inundado por una luz especial que presagiaba colores nítidos y calores altos... Era etapa cuarentona a la que nos enfrentábamos, pero no nos amilanábamos ante ella, pues la presencia de una constancia, nos hacía dar con ella... Pensando en la fortaleza de un plato contundente a horas descompasadas y siendo conocedores del plato leonés por excelencia, nos endosamos entre panza y espalda un "botiellu" delicioso que nos hizo merecedores del correr gástrico de nuestras bien cuidadas "humanidades"... Tras romper al minuto a sacar de nuestros cuerpos la mejor agua a través de más poros de los que podíamos imaginar, sonreímos con cómplices miradas, pensando que el resto de la etapa, sería sin comer, pero caminar.

Mas la carne es débil y casi al finalizar y "perdidos" en un pueblo, absorbido por el cereal, nos atrevimos ante un plato de embutido que sin entrar en más detalles (solo de pensar se me hace la boca... ¿agua?), fue el deleite de una feliz jornada caracterizada por una larga caminata, bien compensada por la administración de las "justas" calorías.

Pensando en el "barrio húmedo", en sus "destapados", en su vermouth casero, en sus patatas al queso de Valdeón, su cecina de cabra, las mollejas y ese elixir granate llamado Tilenus, nos llevaron nuestros pies y maltrechas rodillas al corazón de León, no sin antes haber ingerido unas pastillas para las inflamaciones y geles de la misma familia, pero pensando en que... "todo se cumple".

Hablar de León, es hablar de temple, de calidez, de sencillez, amabilidad... y de olores, de edificios, de lugares que te transportan rápidamente a otros años, otros tiempos... Es hablar de rincones, de añoranza, de sonrisas, de piedra, de edificios majestuosos, de impavidez ante el tiempo de... de tantas cosas... Siguiendo el camino nuca acabas de salir de la ciudad y para cuando te quieres enterar estás en la mitad de la etapa, y... como no, con hambre. Siempre me acordaré de esas dos mujeres mayores, fumadoras empedernidas, forofas de Real Madrid, con la sonrisa constante y con la amabilidad en sus facciones y de sus manos en la cocina de ese arte de "cocinar" algo tan simple como los huevos fritos, pero sin aceite, con sus puntillas, y su yema deseando ser rota por ese maravilloso pan de otana, con ese perfume del aceite de oliva, y de vino duro, fuerte, casero, y de ese café de puchero, con sus granos de café humeantes y los trozos de limón... ¿Pero es que se puede ser de otra forma???

Nos costó pasar el formidable puente de aquel pueblo y atravesarlo fue una tortura al ver que se acababa, aquella perfecta armonía de la piedra, madera y ladrillo, pero no había otra posibilidad, ni otra ruta, si queríamos llegar a probar al final de la etapa, una fenomenal lengua estofada de la que "alguien" nos había comentado...

Tras la noche reparadora, salió el buen día y sin poder compensar nuestros esfuerzos pues no había nada abierto y comestible a esas horas, solo pensamos en lo que nos separaba de los afamados mantecados de la ciudad de destino y de sus chocolates, y de sus monumentos... Pero "hete" aquí que al compás de nuestro bastón y al gruñido de nuestro panículo adiposo, nos encontramos en medio de la nada con un letrero que rezaba: Nunca comerás las mejores sopas de ajo, si del camino no te desvías, dos calles por abajo... hummmm... miradas enturbiadas, piernas dolidas y, a la primera de cambio..., tripas agradecidas... ¿Sabéis a que saben unas "magistrales sopas de ajo" a las once de la mañana de un día cualquiera, en no cualquier lugar?... Pues probarlas... Aún nos estamos relamiendo... ¿El resto del camino? sin importancia después de aquello.

Los grelos son las hojas de ese tubérculo que da nombre al pueblo... y... ¡¡¡qué pueblo!!!, si nos costó llegar, la culpa de la digestión solamente, jejeje... Más nos costó marchar, pues al no haber sitio en albergues, nos fuimos a la Posada de Gaspar, qué lujo, qué mansión y qué comida, sin olvidarse de la bebida, de la madera y la piedra fría y si descansar es necesario, pasar una noche en tal posada es digna del mejor emisario, y me voy a reservar lo que engullimos aquel atardecer, al pensar que el siguiente amanecer era el último de nuestro calendario.

Penoso despertar el de nuestras rodillas, dedos y plantillas, mas el poder de la mente y el saber que al final de la etapa, nos esperaban para volver al lugar de origen, eran poderosas razones para golpear vilmente la subida a la cruz de Fierro y la no menos cruda bajada hasta la ciudad de Ponferrada.

Si las repentinas bajadas, jalonadas de un ejército de piedras movedizas, no pudieron con nuestras articulaciones, si la climatología dudosa, nos hacía cambiar de indumentaria rápidamente, si los mastines del alto del puerto, no pudieron con nuestras sonrisas potentes, tampoco pudieron esos "rebocelux" con langostinos, ni esos "trozos" de carne, jalonados con la huerta de la Ponfe y regados con un clarete Valdejunco, que hicieron que nuestras ampollas de sangre fueran meras manchas en los calcetines de "coolmax" y nuestros meniscos resentidos solo fueran por no poder ser receptores de tan "gulosa" compañía.

Ya solo queda esperar el año que viene, que tras algo más de una semana, nos presentaremos en la catedral, o mejor dicho detrás de ella... en el Paris/Dakar, para enseguida degustar las maravillas de saber que hemos conseguido superar 770 kms de, buen andar, inmejorable compañía y mejor yantar.

Así pues, y pensando en que un año pasa pronto, volveré a expresar, lo que en una semana me dé para pensar.

Buen camino, en lo humano y en lo divino.



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