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La Cocina Afrodisíaca



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Mientras que los niños desbordan su imaginación soñando ser los protagonistas de grandes hazañas bélicas, manejando diestramente el arco o la espada, al llegar a la edad adulta las ensoñaciones cambian radicalmente. Entonces ya no piensan encarnar a un valeroso caballero, cuya misión es ayudar a los débiles y castigar a los malvados. Ahora la fantasía gira casi exclusivamente en el terreno amoroso. Las aspiraciones más grandes estriban en seducir al mayor número de mujeres, y para ello el máximo anhelo estriba en poseer cualidades anatómicas extraordinarias (especialmente en el tamaño de los órganos genitales) y estar en condiciones, así mismo, de hacer sucumbir apasionadamente, mediante increíbles acrobacias y piruetas sexuales, a una docena de doncellas, pues en sus erráticos pensamientos consideran -de manera equivocada, por cierto- que únicamente en esta forma podrán ser hombres cabales y rendir amorosamente a la mujer con la que comparten el lecho.

Estas quiméricas ideas se han venido incubando, en el errático pensamiento de infinidad de hombres, desde hace muchísimos años, merced a lecturas eróticas como Kama Sutra, Ananga Ranga, Las Mil Noches y una Noche, Memorias de una Pulga y Fanny Hill. Aún el hombre de nuestros días no deja de pensar en el mágico poder de ciertos alimentos, a los que confiere ignotas propiedades y virtudes misteriosas, las cuales lo convertirán en un titán inagotable para los escarceos amorosos. A esas substancias y alimentos, que reciben el nombre de afrodisíacos, voy a referirme ahora. Pero antes haré una breve mención al origen de la palabra que es motivo principal de este ensayo.

Entre los pueblos orientales figura una divinidad como personaje de suprema categoría mitológica. Los asirios le daban el nombre de Istar, mientras que los fenicios denominábanla Astarté. Los sirios la llamaban Atagartes, mientras que los babilonios la nombraban Myllita. Los pueblos helénicos tenían una deidad similar, una mujer de increíble belleza, quien nació ?según narra la leyenda- de la espuma del mar. Su padre era el todopoderoso Zeus, y Dione era su madre. Esta encantadora criatura recibió el nombre de Afrodita, y era tenida por diosa del amor y de la belleza femenina. Para los romanos esa deidad era Venus, de quien los mortales recibían los inapreciables dones del amor y el placer físico.

En aquellas complicadas, y las más de las veces deliciosamente inmorales historias de los habitantes del Monte Olimpo (recuérdese que la leyenda refiere que Zeus, el principal dios de los griegos, era un incorregible don Juan, que tenia esposas y amantes por doquier. Para seducir a Danae se transformó en lluvia de oro, y filtrándose por el techado llegó hasta la hermosa princesa. Para cohabitar con Leda, esposa de Tíndaro, Zeus tomó la forma de un cisne, mientras que para disfrutar de los encantos amorosos de Europa, la hija del rey de Fenicia, se metamorfoseó en toro, y convertido en ese animal la raptó para llevarla luego a Creta), se cuenta que Afrodita se desposó con Hefesto, el dios del fuego, pero tal enlace no fue obstáculo para ser amante de Ares -el dios Marte de los romanos-, y que de esta unión Afrodita tuviera un hijo, quien recibió el nombre de Eros -Cupido para los romanos-, considerado el dios del amor, quien era representado en ocasiones como un niño, y también como un adolescente de gran belleza. Su pasatiempo consistía en disparar su arco de oro, y provocar con sus flechazos arrebatadoras penas de amor.

El nombre de Afrodita, diosa de radiante y sensual hermosura, dio origen a la palabra afrodisíaco, que designa una larga serie de alimentos, bebidas, pócimas, elíxires y medicamentos, tanto de origen animal como vegetal y mineral, a los cuales el vulgo ha atribuido las milagrosas propiedades de excitar el deseo erótico, y permitir que el hombre adquiera facultades sexuales solamente vistas en las novelas y demás relatos altamente pornográficos.

En la Enciclopedia Británica queda asentado que existen dos tipos de afrodisíacos: los psicofisiológicos (que están dados por los estímulos visuales, olfativos, táctiles y aurales), y los que eran ingeridos (alimentos, bebidas alcohólicas, drogas, preparaciones médicas y bebedizos de amor). De manera muy especial, durante la Edad Media -y así mismo en los siglos siguientes- estuvieron en boga los elíxires, las pócimas mágicas y los filtros nigrománticos llamados de ?amor? (que estaban hechos, entre otros objetos y sustancias, con vellos de las zonas pudendas y de la sangre menstrual de alguna mujer), que supuestamente permitían alcanzar la predisposición sexual de la persona deseada. Recuérdese que en la ópera ?El Elíxir de Amor?, de Gaetano Donizetti, uno de los personajes principales, Nemorino, manifiesta su ilusión porque un elíxir permita que Adina se enamore de él.

Entre los afrodisíacos antaño ampliamente utilizados, de manera muy extendida, figura la llamada ?mosca española?. Se trata del polvo de escarabajos molidos, del cual se extrae una droga llamada cantaridina. Su empleo era frecuente con los animales de granja, ya que actúa como un irritante de la vejiga y de la uretra. A los animales solía administrarse esta sustancia para favorecer las cruzas de los sementales con las hembras deseadas. Otro producto de las mismas características es la yohimbina, alcaloide extraído de un árbol (Corunanthe yohimbe) originario del África Central, el cual, bajo estricto control médico, era empleado para corregir casos de impotencia sexual.

El monje franciscano Bernardino de Sahagún, autor de ese monumento histórico que es la Historia General de las Cosas de la Nueva España, una de las crónicas más documentadas acerca de la vida cotidiana en el México prehispánico, hace referencia a una víbora llamada mazacóatl, que solían ingerir algunos indígenas deseosos de incrementar su vigor sexual. Así refiere Sahagún: ?Hay otra culebra que se llama Mazacóatl... de esa carne usan los que quieren tener potencia para tener cuenta con muchas mujeres. Los que la usan mucho, o toman demasiada cantidad, siempre tienen el miembro armado, y siempre despiden simiente, y mueren de ello?. De acuerdo a este relato el consumo de esa sierpe debió producir, inicialmente, un priapismo (este nombre proviene de Príapo, el dios de la fecundidad, hijo de Dionisios -la deidad del vino? y de Afrodita ?la diosa del amor y la belleza femenina-; esta divinidad era representada con un miembro viril de gran tamaño, siempre erecto) muy acentuado, el cual por una parte debió haber resultado muy placentero, pero a la postre ocasionaba problemas muy severos. Cabe agregar que cuando el Viagra apareció en el mercado, hace unos pocos años, se registraron numerosos casos de sobre dosificación (seguramente los anhelantes consumidores pensaron: ?si una me hace provecho, con dos voy a ser un titán para el amor?), que ocasionaba un doloroso priapismo y hacía indispensable la intervención, en ocasiones quirúrgica, de un médico.

Al igual que los antiguos mexicanos pensaban en las cualidades afrodisíacas de la carne de esa víbora, diversos pueblos orientales imaginan que el cuerno de rinoceronte, una vez molido e incorporado ese polvo en alimentos o pócimas curativas, tiene señalados efectos para despertar la líbido. Esta creencia ha motivado, en nuestros días, que la población de rinocerontes en África haya disminuido sensiblemente, llegándose a pensar en la posible extinción de la especie.

Cuando los hombres -y al mencionar la palabra hombres me refiero, única y exclusivamente al sexo masculino, y no al género humano en su totalidad- se dieron cabal cuenta, de ello hace muchísimas centurias, que la naturaleza les había jugado una mala pasada, y que de ?sexo fuerte? no tenían más que ese muy discutible calificativo, se percataron que la andropausia, la impotencia y la eyaculación precoz (quizá los tres fantasmas más temidos por muchos varones) constituían poderosos motivos para que el ánimo estuviese pesaroso y contrito. Por esta razón buscaron afanosos una panacea, llámese milagrosa pócima, infalible bebedizo, mágico brebaje, efectivo filtro amoroso o alimento de sorprendentes poderes, que sería capaz de revivir los apagados ardores sexuales propios de la juventud y de la madurez primera, y de esta manera volver a disfrutar de los goces eróticos experimentados en el pasado.

En tanto que unos hombres intentan atenuar la pérdida de la líbido utilizando irrisorios ungüentos, polvos, píldoras, o bien con medicamentos de efectividad comprobada como el Viagra y el Z-Max, otros cifran sus ilusiones en la ingestión de alimentos supuestamente afrodisíacos. Al comerlos, imaginan que nutriéndose abundantemente con ostiones, almejas, langostas, espárragos, aguacates y demás productos comestibles de este tipo, se habrán de convertir en fogosos amantes, dignos émulos de Casanova o Don Juan, y serán capaces de hacer el amor (en las Sagradas Escrituras esta gratificante función corporal y espiritual recibe el nombre de ?conocer?) a muchas mujeres, o bien realizar tan deleitable actividad en numerosas ocasiones en una misma sesión amatoria..

Al correr de los siglos la gente (¡los hombres, claro está!) asoció la forma de diversos productos alimenticios, semejantes, si así se quiere verlos, con el aparato genital, tanto masculino como femenino, con la esperanza de que ingiriéndolos abundantemente, o bien en forma frecuente, se alcanzaría una respuesta sexual prodigiosa. Así nació, y cobró señalado auge, el consumo de diversos mariscos, como las almejas y los ostiones, y también se incrementó la demanda de huevos, cebollas, apio, salchichas y hasta de la humilde y proletaria papa, tenida en una época (cuando fue introducida en Francia, en tiempo de los Luises) como un poderoso afrodisíaco. Otros alimentos, igualmente de amplio consumo por sus ?propiedades? afrodisíacas, han sido la carne de liebre, de codorniz, de pichón, los hongos, el azafrán y la alcachofa. Los testículos del toro eran comidos crudos, y se les llamaba poéticamente ?las ostras de la pradera?.

Para muchos el consumo de aguacate (palabra que proviene del vocablo náhuatl ahuacatl, que significa testículo) constituía un excelente afrodisíaco. Igualmente el jitomate (palabra de la lengua náhuatl xictomatl: tomate de ombligo) alcanzó en el pasado las mismas propiedades. En Francia era llamado pomme d?amour (manzana del amor), y en Italia pomodoro (manzana de oro).

Los huevos de tortuga han sido ponderados por su gran poder afrodisíaco, seguramente porque muchos ingenuos han considerado que si una pareja de estos quelonios permanecen copulando durante muchas horas, balanceándose rítmicamente sobre las olas del mar ?el macho montado sobre la hembra-, es que esos huevos -de aspecto semejante a una pelota de ping pong, suave cáscara y sabor levemente terroso- poseen señaladas virtudes erotizantes para quien los ingiere.

También la raíz de la vainilla ha sido reputada como activo afrodisíaco, en virtud de que su forma recuerda la vagina femenina. De hecho, el término vainilla es una combinación de las palabras en lenguas castellana e italiana vaina y vagina. A este respecto es conveniente recordar que, durante muchas centurias, infinidad de pueblos europeos han celebrado ceremonias religiosas durante las cuales ingieren alimentos cuya forma es la misma de los órganos de la generación. Esto se advierte, sobre todo, en la elaboración de panes y pasteles, en los que se reproducen los órganos sexuales, de extendido uso en los ritos de la fertilidad.

Volviendo al tema de los libros que hacen mención a los medicamentos que incrementan el poderío sexual, mencionaré que poseo en mi biblioteca dos venerables libracos, que brindan datos en extremo curiosos a este particular. La Guía de los Casados (obra publicada en 1852, con la aclaración de que se trata de la edición número doscientos uno, y la primera en lengua castellana) fue escrita por el doctor Federico Hollick, y se ocupa -entre muchos otros temas de señalada curiosidad- de un remedio afrodisíaco por él preparado, a base de treinta y tres substancias diferentes, que constituía el remedio más efectivo para que el hombre alcanzara el clímax de la capacidad sexual. El otro libro lleva por título De la Salud de los Casados e Higiene del Matrimonio, traducido por primera vez al castellano en 1878, de la quinta edición en lengua francesa. Su autor fue el doctor Louis Seraine, quien consigna que los escritores antiguos consideraban que el pichón, la codorniz, la liebre, los pescados, los hongos, el azafrán, la vainilla y la alcachofa eran alimentos con magníficas cualidades afrodisíacas.

En el año 1990 el escritor Max de Roche publicó en Londres el libro The Foods of Love (?Los Alimentos del Amor?), un pintoresco volumen, de bella tipografía, en el cual hace hincapié en la ?comprobada? efectividad de numerosos productos alimenticios, como el jarabe de ginseng, la infusión de cardamomo, la canela y el jengibre, los huevos de codorniz, los cangrejos, la langosta, la anguila, y también el caviar y las trufas. De este misterioso tubérculo opinó Brillat Savarin, en su libro Fisiología del Gusto, escrito en 1825, que era ?el diamante negro de la cocina?, y que ?quien dice trufa pronuncia una gran palabra que evoca recuerdos eróticos y glotones en el sexo que usa falda, y recuerdos glotones y eróticos en el sexo que lleva barba?.

Isabel Allende, prolífica escritora chilena, es la autora de un delicioso libro titulado Afrodita, en el cual combina atinadamente los placeres de la buena mesa con los deleites carnales. Su título es Afrodita, y así dice: ?¿Cómo definir un afrodisíaco? Digamos que es cualquier sustancia o actividad que aguijonea el deseo amoroso. Algunos tienen fundamento científico, pero la mayoría actúa por impulso de la imaginación...Los afrodisíacos son el puente entre gula y lujuria. En un mundo perfecto, supongo que cualquier alimento natural, sano, fresco, atractivo a la vista, sabroso y liviano sería afrodisíaco, pero la realidad es bastante más enrevesada. En la búsqueda incansable de fortalecer el frágil miembro masculino y curar la indiferencia de las mujeres distraídas, se llegó al extremo de tragar polvo de cucarachas?.

Es indudable que si al ingerir alimentos supuestamente excitantes de la líbido esa persona está firmemente convencida que le acarreará un provecho muy especial, entonces su mente, condicionada por tan positiva idea, le permitirá, hasta ciertos límites, por supuesto, una actuación erótica más acorde con su compulsión. Al respecto, recuérdese la frase del doctor Hans Balzli: ?Después de un alimento perfecto somos más susceptibles al éxtasis del amor que en ningún otro momento?.

En fecha reciente se llevó a cabo una comida más del Grupo Enológico Mexicano, dentro de la serie de presentaciones que llevan por nombre ?Tertulias Gastronómicas?. Inicialmente los comensales escucharon la presentación que hizo Jorge Luis Trejo, haciendo referencia a Casa Madero, la bodega vitivinícola más antigua del continente americano (fue establecida en el Valle de Parras, en el año 1597), productora de excelentes vinos, que se ha hecho merecedora (hasta el mes de julio de 2006) a 172 medallas -de oro, plata y bronce- en infinidad de concursos internacionales, en los cuales se ha puesto de manifiesto la indudable finura y exquisito sabor de tan amplia gama de vinos de mesa nacionales.

Los Miembros de Número del Grupo Enológico Mexicano allí presentes hicieron la descripción organoléptica de dos caldos vínicos de Casa Madero: el blanco Chenin Blanc y el tinto San Lorenzo, encomiando sus cualidades visuales, olfativas y gustativas. Los demás comensales, participantes en esta hedonística comida, mostraron su aquiescencia con los comentarios en torno a las características de ambos vinos.

Para esta ocasión la chef María Fernanda Venegas preparó varios platillos de notoria sabrositud. Inicialmente fue servido un Parfait de Rochefort. Luego vino un delicioso guiso: Bavaroise de Saumon. El manjar principal consistió en Paupiettes farcie de crevettes, de singular exquisitez. Con estos guisos los dos vinos de Casa Madero armonizaron magníficamente. El postre fue Sorbet aux fruits d?amour, en extremo suculento.

Mientras los comensales degustaban una taza de aromático café express, la conversación continuó -como había ocurrido durante la comida- en torno a los mitos, falacias y sugestivas ensoñaciones que acarrea un tema tan controvertido como es el de la cocina afrodisíaca.

A manera de colofón quiero transcribir un pensamiento de mi libro Aforismos Gastronómicos: ?Aquel provecto émulo de Casanova escuchó decir que los aguacates, los apios, los espárragos, los ajos y las cebollas eran alimentos de indudables propiedades afrodisíacas. Nunca consiguió nada efectivo en este sentido, pero aprendió a preparar deliciosas ensaladas?.



guzmanperedo@hotmail.com
www.enologicomexicano.com



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