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El Erotismo Gastronómico ( I )


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Antonio Gázquez



Daniel llevaba preparando la cena con tal minuciosidad y pasión durante los dos últimos días, que cada segundo que pasaba, era como asomarse al abismo de la mujer que amaba apasionadamente; y con sólo la idea de compartir los alimentos con ella, la sangre se le agolpaba en el cerebro. La cena se había convertido en un holocausto alimentario premeditado, desde el mismo día que sintió el aroma que exhalaban sus mejillas.

A Elena la había conocido una tarde a la salida del teatro, y desde esos instantes, estuvo presente en su pensamiento, lo que le provocaba continuos y delicados orgasmos de deleite. Llegó a sospechar que sus conocimientos de cocina debía de ponerlos en práctica esa noche. Tenía previsto cada detalle, hasta los silencios, entre bocado y bocado, que debía de hacer durante su conversación con Elena. Había preparado meticulosamente cada manjar para seducirla con los aromas, los sabores, los colores y las insinuantes formas de los alimentos. Determinó en convertir la cena en el acto más sublime que había llevado a cabo y lo convirtió en la razón de su existencia. Después de aquella noche tendría para sí las dos sensaciones que más anhela un ser humano: percibir con todos los sentidos cómo los alimentos penetraban por propio cuerpo en presencia de su amada, como si fuese un acto de inmolación; y recorrer su carne trémula con las yemas de sus dedos para percibir cada estremecimiento de su piel.



Había recorrido largas distancias, había hablado en mil lenguas y había visitado los mercados más suntuosos e insólitos hasta encontrar los alimentos, que debía preparar para ofrecérselos a su amada.

Y llegó la noche.

Daniel controló, no sin dificultades, la excitación que le produjo ver a Elena en la puerta del apartamento vestida con un traje rojo, que dejaba imaginar las curvas de su cuerpo. En silencio, pero con la mirada posándose en sus labios carnosos, le ofreció un lugar en la mesa frente a él.

El mantel de la mesa era blanco en el que había bordado una alegoría de Baco con duendecillos juguetones entre racimos de uvas y toneles de vino rojo; en el centro había dispuesto un centro con rosas rojas, dos bolas doradas y una gruesa vela, que encendió cuando ella estuvo sentada frente a él. Los cubiertos de plata de formas insinuantes: el tenedor era un tridente con el mango de curvas fálicas, de manera similar la cuchara y el cuchillo, éste último tenía forma de un estilete y en la hoja tenía grabada la siguiente frase: ?herido por tu amor?. Los salvamanteles dorados tenían en el centro la imagen de una pareja en la postura del Ying yang. Las servilletas y las copas de vidrio de Murano tenían grabadas o bordadas parejas en las posturas de la cuchara, de la boa, de Andrómaca y del pulpo, entre otras.

De fondo sonaban los compases del bolero de Ravel. El comedor estaba envuelto en una atmósfera de luz tenue, que provenían de unas cuantas velas instaladas por el suelo del comedor.

Después de unos instantes en silencio Elena lo miró y se humedeció sus labios con un pequeño sorbo de un vino afrutado con esencias del Rhin. En silencio esperaba embriagarse con los efluvios de los manjares, que meticulosamente había preparado y que había situado estratégicamente en la mesa: a la derecha de Elena había una fuente con elixir de papaya, frente a ella estaba una fuente roja con unos espárragos de madame Pompadour y unos cuencos de plata de caviar Beluga. Hacia el lado izquierdo había unos huevos picantes. En el lado de Daniel había ostras Mornay, mejillones en salsa tártara y costillas con dátiles en un lecho de pétalos de rosa y menta. Junto a la mesa, Daniel dispuso otra pequeña donde colocó los postres: ensalada de melón, fresas con nata y gotas de ron y milhojas aromatizadas con canela y almendra en un fondo de chocolate.

Sin quitar sus miradas uno del otro, fueron tomando pequeñas porciones. Cada bocado, y cada sorbo de vino rojo, despertaban en ambos sensaciones y deseos, que recorrían una a una las fibras de sus cuerpos. Daniel observaba cómo los labios de Elena brillaban con el jugo de los mejillones y se tornaban rojos con las fresas. Daniel le ofreció una porción de elixir de papaya y ella le respondió con un mejillón en el que se desbordaba la salsa tártara; cuando llegó a los labios de Daniel se deshizo, penetrando por la garganta una untuosidad desconocida, que le fue excitando a medida que recorría su cuerpo hacia el interior. El cuerpo se Elena se iba transformado en un volcán de indescriptibles estremecimientos, cada vez que llevaba a su boca los manjares que tenía en la mesa. Daniel cuando le ofreció una cucharada de fresas con nata, ella acercó sus labios palpitantes y se los ofreció para que él le depositara las fresas como si ejecutara un acto de comunión.

Los silencios cada vez se fueron haciendo más largos y solo se oían en el comedor pequeños sonidos indescifrables, que eran la expresión de delicados estallidos sensoriales. Elena se convirtió en su verdadero alimento para Daniel y él en verdadero sustento para ella. Ambos se comieron y se deglutieron hasta el amanecer en un acto de comunión cárnica.

Este relato corto es un ejemplo claro de lo que podemos entender por erotismo gastronómico, puesto que confluyen en él todos los factores, que convierten al arte culinario en una disciplina de la seducción y de la voluptuosidad. Existe una conexión psicológica entre el comer y todo lo que implica el acto sexual, pues en ambas acciones (alimentarse y el juego amatorio con su culminación en la cópula) se desarrollan en su plenitud cuando intervienen todos los sentidos y se desencadena un festín sensaciones orgánicas, además ambas acciones requieren un acto volitivo para alcanzar placer.



Analicemos lo que sucede en el relato, que cabalga entre la ficción del autor escribano y la realidad de quien lee.

Desde el primer instante de toda relación erótica se hace necesario el concurso de la mente, tanto en el caso de comer, como proceso de relación entre individuos, como cuando se participa en el ejercicio amatorio; en ambos casos se produce una interrelación de las psiquis. En este sentido, la participación de la fantasía y de la imaginación es también imprescindible en el hecho voluptuoso.

Octavio Paz escribe que ?el erotismo es sed de otredad?, es decir, es sentir la necesidad de integrarse en el oponente, de transformarse en el receptor y ser diferente a uno mismo, perdiendo la identidad para completarla con la del compañero de juego.
La búsqueda del placer a través de los alimentos, convierte a éstos en una dualidad: vehículo sensorial y consumación, donde es más importante el transcurrir que el llegar. Puesto que el mismo concepto de erotismo implica la incitación a la práctica y al juego de los sentidos, más que a una consecución última del placer. En esta dirección la gastronomía erótica es una conexión entre la gula y la lujuria. Podemos encontrar una similitud con el juego amatorio: besar la carnosidad de unos labios puede tener el mismo valor erótico que acercarse con ellos al borde de una copa de vino rojo a la vez que se fija la mirada en el otro. Tiene el mismo significado sensual excitarse con el recorrido sinuoso de una lágrima por el cristal de una copa, que percibir la humedad de un cuerpo desnudo con el tacto de la contemplación de la amada.

Comer y consumar el acto sexual se rigen por el mismo impulso: la conservación de la especie. No obstante, en ambos casos se puede interpretar con un doble sentido: con tan sólo alimentarse y copular se cumple el impulso de conservación de especie, pero esto también ocurre entre los animales. Sin embargo, el hombre tiene la necesidad de sentir bienestar, y no se satisface con sólo ejercer su parte animal, sino que necesita desarrollar comportamientos que le hagan sentir plenitud. En otras palabras, el hombre ha desplegado una serie de comportamientos en su evolución, con los que intenta hacer placentera toda relación con su congeneres. Cuando come necesita sentir placer, así nace la gastronomía y cuando busca la relación sexual tiene la necesidad de que no sea un mero acople, sino que busca que todos sus sentidos intervengan, así nace el erotismo. De la unión entre ambos comportamiento aparecen varias expresiones como ?te quiero comer a besos? o ?te quiero tanto que te comería?, lo que implica la unión entre los dos actos de conservación: alimentarse y copular. Ambos se funden en uno solo: comer con el amado o amada es como establecer una unión sexual plena.

Pero si hemos expuesto que la imaginación, la fantasía, en resumen, la mente es una parte cardinal del erotismo, ésta se suele ayudar de determinadas sustancias y, en lo que nos atañe, alimentos que contienen principios inmediatos excitadores del acto sexual. A estos principios activos o sustancias se les denomina afrodisíacos. Los afrodisíacos estimulan centros nerviosos y provocan vasodilatación periférica, que determina una estimulación del apetito sexual. Los alimentos que contienen estas sustancias activas son los llamados alimentos afrodisíacos, los cuales suelen contener vitaminas B y C, feronomas y sustancias estimuladoras de la circulación. No obstante, llegados a este punto se debe indicar que dichas sustancias están en tan escaso porcentaje que es mas el deseo de actúen que su propia actuación.



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