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El Vino Y Mallorca a Través de los Siglos


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Eduardo Suárez Del Real
Me encanta la gastronomia y escribir cuentos



Vino-Mallorca. El lazo que une sólidamente estas dos palabras empezó a tejerse en la distancia. Una distancia mucho más grande si es medida con el cronómetro de los siglos que con la regla de los metros. En el año 123 antes de Cristo, los romanos conquistaron Mallorca y fueron ellos los primeros en cultivar la vid en territorio insular; aquellos pies provenían de excasos 1000 kilómetros, una distancia que hoy se recorre en poco más de una hora. Desde el día que la bota triunfante del militar romano Cecilio Metelo pisó la isla, hasta hoy, han pasado 2.122 años, a lo largo de ellos el vino mallorquín ha pasado por épocas de esplendor y, también de sequía, hasta llegar a un prometedor presente en el que los vinos mallorquines -telúricos, frescos y con inconfundibles aromas minerales- empiezan a compartir calificación con los mejores, en mesas de cata nacionales e internacionales. Todo ello gracias a la pasión y al romanticismo de unos cuantos locos.



El 20 de mayo de 1891 se detectan las primeras plagas de filoxera en en sembradios de Algaida y LLuchmajor. La capacidad de reproducción de este insecto lo hace fulminante. A finales de 1.891 los viñedos de siete minicipios ya estaban invadidos y en un año el nivel de las exportaciones ya estaba muy por debajo de la linea de flotación de los recién adquiridos barcos. De los 500.000 hectolitros que se habían llegado a exportar se pasó a excasos 35.000 en 1.990 y de las 30.000 hectáreas sólo quedaron 2.000. Pronto los devastados terrenos fueron repoblados con almendros.



A principios de este siglo se vivía una lenta y tímida recuperación. En 1.910 ya había 5.000 hectareas cultivadas que llegaron a 8.000 hectareas en 1.930.
Pero la década de los 30 es la de la guerra Civil y ni un campo de batalla ni una dictadura son terrenos demasiado fértiles para el cultivo de la vid ni de la vida. En 1.940 quedaban sólo 7.000 hectáreas y en 1.958 poco más de 2.000. En esos años, y principios de los 60, empezó a nacer el nuevo fruto que ocuparía los terrenos y las cabezas de los isleños: se llamaba turismo. Salvo gloriosas excepciones, los hijos de los vinateros mallorquines desdeñaron sus exiguas herencias porque querían pasar a engrosar las filas de los nuevos ricos, que eran los hoteleros y los constructores. Además el turismo que venía no buscaba el nombre de Mallorca en la etiqueta de los vinos que bebía, ni eso daba una razón de ser a la vitivinicultura insular.



Cuando en este momento de la historia del vino mallorquín se habla de gloriosas excepciones, se empieza a hacer referencia a nombres propios como Jose Luis Ferrer y luego, años más tarde, a las familias que con una gran dosis de romanticismo y una poco de locura han sabido retomar esta rica historia y ponerle un punto y seguido. Se trata de los herederos de Ribas, en Consell; de los Oliver en Algaida; de los Ferrer y los Nadal en Binissalem; de los Calafat en Santa María de Camí; de los Oliver y los Galmés Ferrer en Petra; de los Mesquida en Porreres; los Reus y los Gelabert en Manacor; de otras pasiones importadas como la de luis Armero en Felanitx; o la de Stellan Lundquinst en Andratx; y otras más recientes como la de los Coll, en Inca.



Actualmente existe en Mallorca una Denominación de Origen, la de Binissalem, y otra que está en camino de serlo, la de Pla y Llevant que elabora los denominados ``vino de la tierraŽŽ. En uno u otro grupo, dependiendo de su situación geográfica, están insertadas casi todas las bodegas de estas afanosas familias. Hoy existen en Mallorca cerca de 2.500 hectáreas de viña. Recientemente, a finales de 1.997, la Denominación de Origen de Binissalem ha solicitado a Bruselas una expansión de 190 hectareas de viñedos, pero la Comunidad Europea tan sólo les ha concedido 30. Todo hace pensar que nunca se volverán a recuperar aquellas magníficas extensiones (de hasta 30.000 hectáreas) que se dieron a finales del siglo pasado y que marcaron una época de cuya grandeza nos quedan como recuerdo los ``CellersŽŽ.



El vini mallorquín está abocado a crecer en calidad y no en cantidad. Inmersos en una sana competencia, en los últimos 10 años los vinateros de la isla se han contagiado del deseo de incorporar el nombre de Mallorca en la nómina más selecta de zonas productoras de grandes vinos. Y cada uno de ellos, buscando el justo equilibrio entre sus secretos alquimistas y la incorporación de nuevas tecnologías, consiguen unos productos dignos de ser recorridos, poco a poco de la mano de los lectores de ``A fuego LentoŽŽ,desentrañando hacía el futuro ese lazo que une las palabras vino-Mallorca.



Muchos documentos coinciden en señalar que el vino español es de origen semita y que las primeras vides que se cultivaron en este extremo del continente europeo fueron fenicias. De estos remotos años de la antigüedad no hay constancia de que en las Islas Baleares se hubiera producido vino, pero si de que se bebía. La mitoliogía atribuye a los famosos honderos mallorquines -aquellos que Anibal mandó reclutar para que lucharan a su lado- Un desmedido gusto por el vino. Y hoy en día tenemos constancia de que vino hubo, y mucho en aquellos lejanos siglos VII y VI antes de Cristo porque las innumerables vasijas en que se importaba maritimamente así lo atestiguan.



Parece seguro que los romanos que llegaron a Mallorca junto al militar Quinto Cecilio Metelo fueron los primeros en importar la vid y en desarrollar su cultivo, intentar describir los vinos que salieron de aquellos primeros viñedos sería un ejercicio especulativo, más propio de la imaginación que de la investigación. Lo que si puede afirmarse es que sus características eran completamente distintas a las de los caldos que degustamos actualmente, que tenían una fuerte influencia de los vinos mejor considerados de aquel entonces -los griegos- y que eran muy buenos.
En su libro ``naturalis HistoriaŽŽ, el famoso historiador y naturalista romano Cayo Plinio el Viejo escribió: ``Los viñedos Lacetanos en Hispania son famosos por el mucho vino que de ellos se obtiene, pero los Tarraconenses y Lauronenses lo son por su finura, así como los baleáricos se comparan con los mejores de ItaliaŽŽ.



Bajo la influencia romana y en plena expansión del cristianismo, el vino se convirtió en un valor único, equiparable al de la sangre; sin embargo, siglos más tarde, y ya bajo la dominación de los árabes, el vino fué denostado y su elaboración prohibida, tal como rezaba el Corán. Fue después de múltiples incursiones militares, en el año 903, que los árabes conquistaron Mallorca. Las prohibiciones que contiene el Corán harían suponer que la historia del vino mallorquín se detiene aquí y que vuelve a echarse a andar cuando -cinco siglos después- los cristianos retoman el poder de la isla. Pero nada hay más falso. La vid se siguió cultivando, incluso con los sofisticados sistemas de riego inventados por los árabes. Los fundamentalistas dicen que esto fue así porque para el mundo árabe la uva se convierte en pasa y esta es muy importante en su dieta.
Pero se tienen noticias muy concreta de las bondades del vino que bebían los soldados árabes al llegar a la ciudad de Medina Mayurca, un vino de producción clandestina.



En septiembre de 1.229 las tropas de Jaime I devuelven Mallorca al reino cristiano. Entre las primeras medidas que tomó el rey estuvo la concesión de licencias para el cultivo de viñedos en Bunyola, Campos, Felanitx, Manacor, Porreres y Valdemossa.
Este hecho lo recogen los historiadores con especial énfasis y exactitud porque el cultivo de la vid imlicaba su transformación en vino y, a la vez, la transformación de toda una sociedad que se liberaba finalmente del yugo islámico.



Se puede hablar de una producción regular de vino mallorquín, hasta la primera mitad del siglo XVIII -año 1.622- fecha en la que algunos documentos demuestran que hobo una drástica disminución de terrenos plantados con viña en sitios como Alcúdia, Artá, Bellver, Binissalem, Campos, Felanitx, Inca, Manacor, Montuiri y Petra.
Seguramente esto fue así porque en aquella época ya resultaba más barato importar los vinos de Tarragona y Valencia. La competencia del precio siempre ha dejado en desventaja a los vinos de aquí.



La crisis de los viñedos y de la producción autóctona dio a la monarquía oportunidad de dictar una medida tan proteccionista como acertada: franquicias de seis años con exención de 20 años de impuestos para los payeses que decidieran repoblar sus tierras con viña. Hubo respuesta: de 88.000 hectolitros de vino en 1.777 se pasó a los 148.554 en 1790 y a 335.331 en 1.820.



El panorama del vino mallorquín era de auge en estos momentos del s.XIX, pero apenas catorce años después empezarían las plagas, primero fue la de pulgón y luego la de ``oidiumŽŽ, ambas mermaron los cultivos hasta dejarlos en 15.534 hectáreas, una extensión con la que no se alcanzaban a producir ni 100.000 hectolitros de vino.



Pero no todas las epidemias son malas si qien las contrae es el vecino. La terrible filoxera empezó a invadir los cultivos californianos y luego los fanceses, dejando casi a cero la producción de sus bodegas.
Para paliar su situación los vinateros franceses empezaron a comprar uva mallorquina a un precio excepcionalmente bueno para los insulares, también les compraban mosto y vino. La urgente demanda de este mercado estimuló la rápida replantación de los viñedos y la producción del vino. Se llegó hasta las 33.000 hectáreas en 1.890 y a una cantidad impresionante de vino: 750.000 hectolitros, la alegría económica era tan grande que incluso dio para crear empresas navieras dedicadas exclusivamente a la exportación del preciado líquido. Pero la folixera también viajaba en barco.



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