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Licencia de Buen Gusto



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Josep Lluís Seguí

Sean Connery en el papel de James Bond

Los gángsters de la mafia italiana radicada en Norteamérica aún comen espaguetis. Con placer, al gusto, o alguna otra pasta italiana, aunque a veces les cueste la vida. Muchos de ellos son ametrallados en un restaurante de New York o Chicago, incluso de Los Angeles, mientras saborean el antipasto y un chianti.
En Analyze This (Una terapia peligrosa), hay una historia de trauma edípico en un gángster por la muerte del padre en un restaurante de Little Italy. Hasta el punto que el psicoanalista le hace dos preguntas claves a su mafioso y buenazo al tiempo, sufridor y paciente: "¿Qué estabas comiendo tú?, ¿Qué comía tu padre?", refiriéndose a cuando éste último fue asesinado, ante la presencia del hijo, en el restaurante.
No es el caso de los policías o similares de ahora mismo. Los personajes que interpretan Stallone, Shwarzenegger, Bruce Willis, el mismo De Niro y Al Pacino, o el Mel Gibson de Arma Letal, cuando van de duros agentes de la Ley, se toman tanto trabajo en limpiar la ciudad de delincuentes que no se toman ni una pausa para un bocado o bocadillo. Quedan lejos los tiempos de James Bond, un agente secreto, eso sí, británico, con licencia para matar y para ir a buenos restaurantes.



Si es famosa su predilección por el martini agitado, no removido, o su gusto por el Dom Perignon del 53, también lo es por una buena cena... seductora. Así empiezan sus aventuras... con las chicas bond. Las lleva a cenar. Aunque pocas veces vemos el menú, porque de la cita concedida pasan a la cama, con champán al lado y a la temperatura adecuada. Eso sí, después de haber cenado. No desprecia un whisky (Sean Connery, primer y mejor James Bond del cine, es escocés), el jerez, o el sake siempre que esté a 36 grados y 7 décimas... ni combinados como el julepe con menta y poco dulce. También sabe apreciar por igual el pato de Pequín y el caviar ruso.
Otro mítico, del cine, policía que se toma las licencias letales por sí mismo, Harry Calahan (llamado a veces el sucio por su métodos), es bebedor de cerveza y de café en vaso de plástico, aunque considera, con sarcástico humor y fino olfato gastronómico, peor basura comer hot dogs con salsa de tomate que todo el mundo criminal con el que se topa cada día en la ciudad de San Francisco. Como otros policías solitarios, de esposas que les abandonaron por exceso de bourbon, de drogas o de trabajo, no suele tener nada en el frigorífico. Se acabaron los buenos policías que tras la jornada laboral llegaban a casa donde les esperaba su esposa con la cena preparada, aunque tengan que dejársela a mitad a causa de una llamada urgente de la comisaria del distrito. No importaba, se la encontraría aún caliente en el horno (Glenn Ford en Los sobornados). La agente Megan Turner (Jamie Lee Curis en Acero azul), no tiene en la despensa más que ensalada de atún envasada. Sin embargo, es seducida por el asesino psicópata cuando éste se la lleva a un exquisito restaurante francés de New York City, El Beauf a la Mode, donde de entrada toman champán.
Escribo de cine, bocados, y aquí no hay más ley que la narrativa y sus personajes. Por lo que bien puedo hacer un elogio del canibalismo refinado de Hannibal Lecter y su sensibilidad, además de hacia el dibujo y la música clásica, por un buen hígado.... humano. Por el contrario, los agentes del FBI, tanto la buena estudiante Clarice (Jodie Foster) como el Jefe (Scott Glenn), parecen haber perdido todo gusto o deseo del paladar. Mientras los mafiosos se reúnen en torno a una mesa bien servida y los psicópatas no se pierden una cena (I have a friend to dinner, dice Lecter), los agentes de la ley, a excepción de James Bond (ahora Pierce Brosnan), que aún toma sus martinis sin remover e invita a chicas a cenar, no se comen una rosca, o en todo caso palomitas de maíz, cerveza de bote y café ardiendo. ¿Nos están diciendo que comer y beber bien es un "delito"? Seguramente. Y lo que no mata, engorda. Y tiene buen gusto.
Martini Bond: tres partes de ginebra, una de vodka, media de vermouth. Guarnecido con una rodaja de limón. Agitado, no removido.



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