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Federica Hija de Barbero


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Manuel Julbe
LA MESA COMO MEDIO DE UNION LA RADIO PARA SU DIFUSION



El filo de la hoja del más puro acero inglés se deslizaba por el rostro del cliente con extrema suavidad guiado por la mano de Federica; tras el perfecto rasurado, las delgadas pero suaves manos de la hija del barbero, aplicaban unos afeites venecianos que ponían en disposición al cliente para sentarse a la mesa y poder saciar el apetito que entreabrían aquellos olorosos y excitantes potingues. La barbería de Amed Ibn Benegeli, que en realidad se llamaba Tomás y era de Tabernes de Valldigna, era el único local del occidente cristiano en donde uno podía ser rasurado, su estómago y paladar repuestos y, si se terciaba, darle gusto al cuerpo en el piso superior en donde la hermana del valenciano regentaba ?El harén de Fátima? en el que ejercían sus saberes unas cuantas hurís de muy buen ver.
Había que ver al levantino con su turbante de la más fina seda oriental, sus bombachos rojos y las babuchas de terciopelo negro hablar de fútbol o de toros, de política o en el más cerril de los silencios, si así lo pedía el cliente; Federica, que se hacía llamar Shamila por aquello de dar más crédito al negocio familiar, aprendió a aplicar pomadas y untos bajo los auspicios de una vieja celestina que, en sus años mozos, ejerció de maquilladora en el Teatro Real y más tarde en una funeraria componiendo a los fiambres para tranquilidad de familiares y allegados.
Y la madre, Sherezade, aunque fuera bautizada Ciscla, algo más de diez arrobas, se movía con desparpajo entre ollas y sartenes en donde cocían las más tierna manos de cerdo con pasas y piñones o las liebres estofadas con ciruelas pasas y setas de temporada.
Sus clientes se contaban entre lo más distinguido de la sociedad capitalina; el gerente de no sé cuantas sociedades dedicadas a la importación de material informático, coqueto y algo afeminado, se hacía afeitar las piernas por Federica, masajes mentolados incluidos, se desayunaba con ostras portuguesas a las que añadía una ínfima gota de vinagre de Módena y sesteaba en el regazo de un fornido musulmán nacido en Casablanca; un conocido industrial vasco, aficionado a la pelota y al levantamiento de piedra, le afeitaba el simulado moro en seco, por eso de ser de Bilbao, yaciendo luego con un par de émulas de la patrona no sin antes haber engullido un bacalao a la vizcaína y un chuletón de vaca que rondaba el kilo. Los buenos cocidos y las perdices como en Alcántara se los guardaban a un industrial catalán dedicado al vino espumoso al que el barbero solo le acomodaba el espeso mostacho por lucir esplendorosa calva y que se empeñaba en beber sus productos en el ombligo de las muchachas de la alcahueta.
Cerró el fígaro el negocio al abandonarle su mujer por un moro de verdad amante de sus guisos y abundancias; él y Federica andan con un circo ruso ejerciendo su oficio pero comiendo mal, muy mal. ?El harén de Fátima? sigue su andadura y ahora dando servicio las 24 horas. Y es que esto de la carne no tiene enmienda.



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