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Cocinero en Serie (Capítulo Iii, 5ª Entrega)


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Jordi Gimeno

Nuestro protagonista acaba de asesinar con un cuchillo cebollero al jefe de cocina del Hotel Mar. Lo ha hecho de buena mañana, en su despacho y sin testigos aparentes. La policia tomará el hotel para investigar el crimen, y un nuevo personaje entrará en acción. Pol, un policía atípico.



Pere pasó el día viendo como la policía trataba de encontrar algo más que un cadáver. Nadie sabía nada, nadia había visto nada. Al día siguiente del asesinato ya solo quedaba un inspector, un tipo simpático a punto de cumplir los cuarenta, que a Pere le resultó extrañamente familiar.

El hotel lo instaló en un despacho en una pequeña sala de actos e invitó a todos los clientes a colaborar con él. Se formaron unas colas cinematográficas; Pere tuvo la tentación de ir con una historia inverosímil y de paso esclarecer de qué le sonaba esa cara, pero era demasiado arriesgado.

Lo que sí hizo fue seguirlo un par de noches hasta su casa. Al tipo le gustaba caminar, y por fortuna a Pere también, ya que media hora larga era lo que separaba el hotel de la urbanización donde el policía tenía la solitaria casa. Más solo que la una, más solo que Pere. Le cayó bien, tanto que decidió que se volverían a ver más adelante.

Las dos últimas noches se volvió más comunicativo e incluso una vez, bailó un pasodoble.

Ese hotel recordó su infancia a Pol, más o menos debían tener la misma edad. Por curiosidad y sin dejar de poner cara de concentrado en el caso, preguntó al director cuándo lo inauguraron, y bingo, el año 61. Pol tuvo una buena infancia y cada año que pasaba le parecía más idílica. Hijo de un mecánico y de una modista, en su casa nunca pasaron problemas económicos y no podían pasarlos porque en casa eran cuatro hermanos y el abuelo. Él los subió. Los padres trabajaban mucho. Campesino retirado les enseñó a amar la naturaleza, a conocer las estaciones y a predecir el tiempo según el viento.

Ese viejo entrañable explicaba unas bellísimas historias de payeses de su pueblo de alta montaña. A menudo les decía que cuando faltase se volvería nieve y así podría visitar de vez en cuando a sus nietos. Pero en ese pueblo de costa donde la jefatura había destinado a Pol, nunca nevaba, puede que ese pueblo no le gustase al abuelo y puede que tampoco le gustase al nieto. Lo recordaba criticando la gran ciudad donde lo hacían vivir y también lo recordaba disfrutando de sus hijos y de sus nietos.

Pol se puso blando al recordar a su abuelo agonizando y pidiendo a toda la familia que lo enterrasen en su pueblo. Así lo hicieron y ese día nevó. No le extrañaba que lo hubiesen dejado solo con el caso, la brillante brigada de acción rápida no encontró nada y, antes de tener un fracaso, decidieron que un triste policia bastaría para encontrar algo en parte oscura de la vida de la pobre víctima, algo que llevaría a un culpable fácil y vulgar. Pretendían que un solo investigador solucionase la papeleta que todo un grupo de élite no conseguiria desde un laboratorio. La jefatura repetía mediante circulares que todos trabajaban en la misma dirección pero Pol no lo veía así, cuando la brigada pedía la ayuda de un inspector de comarcas era más bien para dejarlo solo.

El director del hotel, un hombre bajito de cabello teñido, no paraba de repetirle lo buena persona que era el jefe de cocina, los años que hacía que le conocía y que sólo un loco podía haberlo hecho.

Continuará...


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