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Cocinero en Serie (Capítulo V, 5ª Entrega)


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Jordi Gimeno



Ya no hacía falta que Pol contrastara demasiados datos, definitivamente había un asesino de cocineros en serie. Esta vez se había dejado ver, pero todo el mundo que se había cruzado con él destacaba una artificialidad en su rostro que lo complicaba todo. Pero dos datos eran irrefutables: se trataba de un hombre mayor y bastante bajo.

El trabajo que le habían encomendado a Pol era el de descubrir si había alguna conexión entre los tres muertos, pero él estaba convencido que ese loco actuaba por puro y macabro azar. Sólo un error permitiría cazarlo sin que nadie volviese a morir.

No había mucho dónde agarrarse, tres malas y contradictorias descripciones, diez latas de comida japonesa, y un montón de tarjetas de visita hechas en el metro. Se giró un momento para contemplar la misma vista que Llorenç mientras moría, y pensó que un despacho así, con la ciudad a sus pies, debía ser para alguien muy importante. Por un instante, que ya duraba unos años, aparcó su ideología de izquierdas y maldijo la ley que prohibió cámaras en el lugar de trabajo. Un sólo objetivo y ya lo hubieran pillado. La paz que la panorámica le dada le trajo recuerdos, y esos siempre tenían el mismo nombre.

Natalia se quedó preñada sin quererlo pero sin evitarlo. Ya hacía bastante que vivían juntos, y bastante que sobrevivían sólo con el sueldo de ella. Natalia había encajado muy bien en esos mercantilistas años ochenta. Pol y sus letras de poco servían a la hora de llenar la nevera, a veces una sustitución en una biblioteca, otras unas clases de refuerzo en una academia; eso cuando no se vestía de camarero o se ganaba una perras con la moto haciendo de mensajero.

Su compañera nunca le echó en cara nada, pero él empezó a sentirse un inútil, un patoso con muchos ideales, aún más principios y una vasta imaginación. Sus carreras empezaban a tener diferentes velocidades, pero su amor seguía intacto y Natalia siempre le animaba a terminar la novela, repitiéndole una vez y otra que tenía talento, que todo era cuestión de tiempo y paciencia.

Pero Pol ya hacía mucho que se había cansado de sí mismo y de sus consignas, fueran habladas o escritas. Quería dejar de soñar, ser mayor y realista, y el escribir lo alejaba de todo eso; y una buena mañana, o la peor, según se mire, tiró toda su obra al contenedor de papel (siempre había sido un acérrimo defensor del reciclaje) que había al lado de su casa, si se podía llamar casa al piso que los padres regalaron a la niña como regalo de bodas, aunque ellos nunca se casaron.

Destruidas las novelas, las terminadas y por terminar, empezó a pensar qué cosa real podía ofrecer a la Natalia, pero ella nuca le perdonó que dejase de escribir. Y aún entendió menos que siendo antimilitarista convencido, de golpe y porrazo, le dijese que iba a opositar para inspector de policía. Pol lo adornó con grandes frases y mejores argumentos, como la llegada de la democracia, el sueldo para los licenciados, el servicio a los demás y, sobre todo, la seguridad.

Pol tenía el don de expresarse y comunicar muy bien y, si no fuera por los cinco años de convivencia, ella se lo hubiese creído todo. Pero cien veces le dijo que no lo hiciera y cien veces discutieron. Natalia lo notaba harto de todo y trataba de ayudarlo, pero Pol no se dejaba. Estaba de seis meses y se daba cuenta de que Pol también gestaba una nueva vida, pero así como el niño era esperado con toda la ilusión del mundo, los cambios en su compañero sólo le generaban angustia. Pol policía, no le entraba en la cabeza, pero decidió respetar su voluntad y ver qué pasaba. Ganó las oposiciones de forma brillante, pero no lo celebraron.

Continuará...


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