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Alimentos de Ida Y Vuelta


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Andoni Sarriegi



?Los campos los veréis cruzados por cuatro o cinco carreteras alquitranadas por donde circulan de continuo cochecitos y camiones: ¿qué traen y llevan? ¿a dónde van? Las ocupaciones más frívolas los mueven: llevan del Cantábrico a Madrid pescadillas y langostinos a velocidades forzadas por las primas a los camioneros, a fin de que allí puedan venderse frescos por la mañana?. Estas palabras del poeta anarquista Agustín García Calvo, rescatadas de su espléndido ?Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana? (París, 1970), suenan con ingenuidad ante el tute kilométrico que hoy en día sufren los alimentos. Una pera biológica cultivada en Lérida viaja hasta el mercado central de Perpiñán y de ahí a un punto perdido entre Pinto y Valdemoro, provincia de Madrid (no es broma, ya que por ahí queda el almacén central de El Corte Inglés), para acabar en una de las sucursales barcelonesas de esta cadena comercial. Como puede apreciarse, es un trasiego absurdo (y rigurosamente real) el que Héctor Gravina pone como ejemplo de ese alocado ir y venir de mercaderías que se está imponiendo en la industria agroalimentaria. Por lo tanto, deduce, ?esa pera de Lleida podrá ser biológica, pero nunca ecológica: ha emitido demasiado dióxido de carbono?.

Héctor Gravina, representante de la organización no gubernamental Amics de la Terra y coordinador en el Estado español de la campaña por una agricultura y alimentación sostenibles para Europa, fue uno de los ponentes del ?Foro para la Sostenibilidad de las Islas Baleares: seguridad humana, alimentaria y ecológica?, organizado por la Conselleria de Medi Ambient del Gobierno balear. En una conferencia de alto voltaje político, titulada ?Globalización alimentaria: ¿son necesarios tantos kilómetros alimentarios??, Gravina subrayó que ?el alimento es un derecho, antes que una mercancía?, y abogó por ?la soberanía alimentaria de los pueblos, más importante que la seguridad alimentaria?. Según su propuesta, los pueblos deben definir sus propias prácticas agrarias y el uso de sus recursos, es decir, determinar qué quieren plantar y qué quieren comer, ?algo que no puede ser impuesto por organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional?.



Como ejemplo de la dependencia económica de los países pobres, Gravina apuntó que la mitad de la tierra cultivable de Costa de Marfil o de Kenia se destina a producir para la exportación. Más datos: sólo un 4% de lo que pagamos por un kilo de café es para el campesino productor; el 9% se queda en el Estado mayorista del Sur, entre empresas exportadoras e intermediarios o ?coyotes?, y el 87% se queda en el Norte rico (en concepto de comercialización, aranceles, publicidad, etcétera). Mientras tanto, el ?gigante? suizo Nestlé acapara el 80% del comercio mundial de este producto, así como de azúcar, cacao y té. De las diez mayores multinacionales de alimentos y bebidas, tabla que encabezan Nestlé y Phillip Morris (Kraft-Nabisco), seis son estadounidenses y cuatro son europeas.

Por el autoabastecimiento
Volviendo al tema de los ?kilómetros alimentarios?, Héctor Gravina denunció el sinsentido que se produce con los cerdos criados en Osona (Lérida). Importados de países del Este europeo, son engordados y sacrificados en Cataluña y vendidos luego a Dinamarca, primer país exportador de carne de cerdo, para la elaboración de embutidos. Un caso de los riesgos que entraña la globalización mercantil, ya que el origen del reciente brote de peste porcina clásica en Osona (donde se han sacrificado más de 300.000 animales) está en una partida procedente del Este. Lo mismo podría decirse sobre la epidemia de fiebre aftosa en el Reino Unido, provocada por la importación de vacas vivas desde Tailandia, o de la exportación incontrolada de piensos cárnicos de fabricación británica, que motivó la crisis internacional de las ?vacas locas?.
Ante el dislate que supone el arriesgado trasiego de productos alimentarios, Héctor Gravina defendió la relocalización y diversificación de la producción y del consumo, es decir, el autoabastecimiento. Una propuesta que si suena a utópica es porque ya nos hemos olvidado de que así eran las cosas hace sólo treinta años. En una gran ciudad como Pekín, por ejemplo, gracias al uso racional del territorio y al rendimiento de pequeñas granjas familiares o colectivizadas, toda la población (8 millones de habitantes) se alimentaba con lo que se producía en un radio de 50 kilómetros. Como contraste, una cifra actual: en el Reino Unido el 90% de la cesta de la compra se adquiere en grandes superficies alimentarias, donde seguro que no faltan kiwis ecológicos? ¡de Nueva Zelanda!



Sobre la seguridad alimentaria, el representante de Amics de la Terra hizo una distinción básica: en los países ricos del Norte, este concepto se circunscribe a los escándalos de salud pública (pollos con dioxinas, ?vacas locas?, etcétera), mientras que en el Sur pobre tiene otra connotación, en este caso más interrogativa que negativa: cómo alimentar a la población. En esta reflexión coincidió con otro de los ponentes del foro, Jorge Riechmann, investigador del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud de CC OO, quien subrayó que ?el simple acto de comer encierra un contenido ético y político?. Tras señalar que los sectores alimentario y energético son los que están más vinculados a los ecosistemas y, por tanto, a la salud humana, Riechmann criticó que sólo el 1% de las ayudas europeas para el campo español se destine a producción agropecuaria ?compatible con el medio ambiente?.

Colonialismo transgénico
El sistema de agricultura convencional, basado en el dopaje químico de plantas y animales y en la biotecnología genética, puede batir marcas de productividad a corto plazo, admitió Jorge Riechmann, pero no es sostenible. A su juicio, ?se pretende maximizar rendimientos sin tener en cuenta la salud ecológica?. Los impactos sobre el medio ambiente son graves y crecientes: desertización, deforestación, pérdida de biodiversidad, difusión incontrolada de agrotóxicos, emisión de gases de efecto invernadero, contaminación de acuíferos por plaguicidas, sobreexplotación y despilfarro de recursos naturales, nuevas cepas resistentes a antibióticos? El panorama es desolador, sobre todo si añadimos la ?sutil estrategia de colonialismo económico? desplegada a través del control oligopólico de la agricultura transgénica. Se habla de tecnologías de acceso fácil, explicó Riechmann, pero son ?tecnologías blindadas por las patentes de las semillas, que pronto empezarán a cobrarse a los países pobres?, donde ni siquiera hay lugares apropiados para conservar debidamente los excedentes de las cosechas.
Según estudios realizados en Dinamarca, EE UU y Gran Bretaña, los costes ocultos que conlleva la producción industrial son tres veces superiores a los beneficios monetarios, lo que demuestra la mayor viabilidad económica de la agricultura ecológica. El problema radica en que los gobiernos destinan sus subvenciones a la agricultura convencional y no obligan al sector a reparar los costes de los daños medioambientales que ocasiona, algo que sería de toda lógica. Dicho trato de favor explica que los productos ecológicos sean más caros, como se encargó de exponer Jaume Vadell, profesor de Biología de la Universitat de les Illes Balears (UIB), quien comentó los resultados de un estudio sobre hábitos y criterios de los consumidores locales. En la comunidad autónoma balear, los productos ecológicos tienen un 137% de sobreprecio medio respecto a los convencionales. Una cesta de la compra ?ecológica? cuesta 178 euros, 103 más que un lote de productos convencionales. ?Si queremos que la producción ecológica sea una opción de futuro, tendrá que ser solidaria con la población?, señaló Vadell. Lo preocupante, injusto y ?socialmente insostenible? es que sólo las personas ?con dinero de sobra? tengan acceso a los alimentos seguros. Acabaremos con otro dato desmoralizador: el 80% de la producción ecológica del Estado español se exporta, porcentaje que alcanza el 95% en la comunidad andaluza. Lo que apuntábamos al principio: el disparatado trajín de los alimentos.

SUMARIO:
Sólo un 4% de lo que pagamos por un kilo de café es para el campesino productor.



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