El cuchillo es un instrumento muy antiguo, debido a que su existencia data de etapas evolutivas muy distantes. Se dice (o se cree) que los primeros hombres descubrieron en esta forma una posibilidad para satisfacer ciertas necesidades; nada raro, que en aquellos mundos de soledad con la naturaleza, se originara como resultado de una pasión: sea la de alcanzar un golpe fulminante a las bestias, el corte de piezas para el alimento, o la misma extracción de ciertas hierbas o arbustos de la tierra, y por supuesto, una poderosa herramienta para la propia defensa. El gran Juan Jacobo Rosseau, en su trabajo titulado Emilio o la educación, advertía en su segundo libro, sobre las ventajas que tenía la ausencia de una civilización no muy desarrollada, condición a la que atribuía una capacidad para producir una virtud como la astucia.
Se han encontrado señales de nuestros antepasados, y se sospecha que las primeras construcciones fueron de hueso y madera; realidad que fue superada mucho después, cuando se descubrió el arte de la metalurgia, logrando construcciones de cobre y bronce; de hierro o acero.
Esta evolución en el arte de la elaboración del cuchillo pasó por varias etapas en cada cultura; de la misma forma que fue cambiando la percepción acerca de los alimentos, su preparación y el sustancial cambio a la hora de considerarlo como un aspecto clave en la conquista de la naturaleza y (muy probable) como factor decisivo en las primeras guerras con sus semejantes. Fue adquiriendo, desde sus inicios, un carácter sagrado y, de seguro, su fabricación formo parte de un ritual entre nuestros antepasados. Cuando se consiguieron los cuchillos con metales, debió convertirse en un leal compañero, que en las noches más oscuras, competían en brillo con la misma luna, aun cuando se sabe que los instrumentos anteriores, hechos de piedra, debían su fuerza a una creencia sobrenatural, que se mantuvo con la chispa que brotaba de sus golpes, y que le convirtió en un arma que abrió oportunidades a nuestros primeros ancestros.
El cuchillo, tal como lo conocemos ahora, tuvo que pasar por varias formas y por eso su nombre, reflejó durante un buen tiempo, a modelos tan diversos en su elaboración, como también diferencias en cuanto a su uso y tamaño. Se dice que la población pre-maya, por ejemplo, alcanzó formas rústicas que le sirvieron en el arte de la caza. Y que llegó durante la época posterior, como lo entienden algunos investigadores, a enriquecer una mitología propia, como en la celebración del vinal (una especie de año nuevo), que obligaba durante esa fecha a sustituir cada utensilio dentro de la vivienda, y surgían así nuevos cuchillos, adornados con novedosos dibujos, con los que se pretendía marcar un origen divino. Y tal vez su filo, en estas culturas,
representaba la manera más idónea de unirse a la madre tierra, como consecuencia de una vieja idea que vinculaba a sus certeras funciones, con el mismo nacimiento del mundo. Así fue, poco a poco, compartiendo un protagonismo indiscutible con el fuego, estableciendo causa alrededor de objetivos comunes, como la comida, la estética humilde de las primeras culturas, y el carácter sagrado que reivindicaba los poderes del sol o las estrellas.
La sociedades, mucho después, y debido a la carga negativa, conseguida gracias a su uso reiterado en batallas cruentas y encuentros personales sangrientos, establecieron una lucha silenciosa por reducir sus poderes sagrados y el concepto tan vulgar del mismo, que en buena parte se asociaba a la violencia. Así nació el intento de someter a este viejo compañero del hombre a una cartilla social, como también sus otras formas, que estaban ligados a un código social muy estricto. Bartolomé Sccapi, por ejemplo, quien fue cocinero del papa Pío V, y autor de un libro esencial para entender la cocina monacal o papal del siglo XVI, recrea su presencia cuando nos habla de su importancia en la mesa; y lo presenta como un objeto indispensable a la hora del buen trinchado de las carnes y las verduras. Existía, para ese tiempo, una variedad de formas. Y algunas se personalizaron. El rango de tan importante instrumento adquirió adornos en algunas de sus partes.
Sabemos que algunos nobles ordenaron la fabricación de cuchillos con dibujos de animales o con incrustaciones de piedras preciosas. Los romanos, en otros tiempos, lo lograron con una carga excelente de alevosía. Aunque, en muchos casos, usaban a este instrumento como vehículo para transmitir su delirio por la guerra. Y lo colocaban muy a la vista, para que no quedara duda de su contundente brillo y sus poderes atemorizantes.
Sin embargo, el cuchillo fue, en algunas mesas, amo de un escenario donde por buenas costumbres o modelos, se aconsejaba no limpiar este instrumento en la ropa de alguno de los comensales. Tal como describe el famoso Códice Romanoff, texto polémico atribuiío al gran Leonardo da Vinci. Vale recordar, que en el caso de la norma descrita, también aparece en la obra del mencionado Bartolomé Sccapi. Se sabe, con seguridad, que este cuchillo de la época, de variadas formas y tamaños, fue oportuno aliado para culminar un arte que comenzaba en los altos fogones, y que el mismo cuchillo, bajo otra presentación, facilitaba a lo largo del banquete, ese remate culinario caracterizado por su eficacia insuperable, que no era sustituible por cualquiera de sus parientes más cercanos.
Buscadora de cosas ricas, ya sean desayunos, comidas o meriendas. Por los Madriles y alrededores. Y productos. Que no todo es salir, a veces cocino en casa.
Se formó en la escuela de hostelería de la Casa de Campo en Madrid del 1992 al 1995. Tras graduarse empezó su trayectoria profesional como 2º de cocina en el restaurante Paradis (1995-1997).
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