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a que no lo sabes

Bocato Di Cardinale, Ma Claudia



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Hubo un tiempo no muy lejano en el que para elogiar la exquisitez de un plato, en lugar del actual: “Mmmmmmmmmmmmm”, se decía que era “Bocato di cardinale”,

 en supuesta y pretendida referencia a las capacidades de cata gourmet y gourmand de la alta curia vaticana o a manjar que estaba para chuparse los dedos y los codos, pero en realidad la expresión nada tiene que ver ni con los miembros del Colegio cardenalicio ni con la quintaesencia de lo sabroso, sino que es una simple expresión en italiano macarrónico, que por ende carece de relación con los macarrones.

In italiano vero, senza trappola o cartone, “bocata” significa “bocanada”, o, lo que es lo mismo, aire, humo o líquido que se toma por la boca o se expulsa de ella de una sola vez o ráfaga de aire o de humo que entra o sale por una abertura, lo que llevaría a traducir la frase hecha como bocanada exhalada por purpurado católico. En expresión de Tip y Coll, “¡Regardez la gilipolluá!”

Como quiera que en italiano “bocado” se dice “boccone”, algunos han intentado explicar el origen del sinsentido en la trasposición hispana recurriendo a veces a disparatadas teorías. La más extendida y popular es aquella que establece el principio del macarronismo en la inveterada costumbre de la gran actriz Claudia Cardinale de interrumpir a cada paso los rodajes para tomarse un tentempié, una frugal colación, un discreto refrigerio o un bocado ocasional. Se dice y asegura que su peluquero personal durante años, Luca Cagliatti, se decidió a escribir un libro, que salió al mercado en 1982 con el título Bocatti di Cardinale, en el que se narraban tales peripecias manducarias de la diva, pero resulta que ni del tal peluquero se tiene la menor noticia documentada ni mucho menos hay rastro existencial de la obra de referencia. Total, una historia del mismo rango y veracidad que la de la chica de la curva o la de los caimanes albinos de las alcantarillas de Nueva York.

Y algo similar ocurre con los gustos culinario-gastronómicos de la propia Claudia, quien de manera pública y formal la declaran apasionada del caviar, la langosta, las ostras y el bistec a la florentina, pero que, de un lado, 

está inscrita en el imaginario popular y como Angélica Sedàra mirando arrobada el imponente timbal de macarrones que en la película El Gatopardo hace servir Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina en el banquete en la cena de bienvenida al solaz veraniego en su palacio siciliano de  Donnafugata, y de otro,

comiendo compulsivamente spaghetti u ofreciéndoselos a Rock Hudson y a los gatos. En realidad, Claudia, nacida en Cartago como Claude Josèphine Rose, siempre se ha mantenido fiel a la culinaria tunecina y así lo declaró en A Coruña con motivo de la presentación en España de su autobiografía: “… mi comida, principalmente, sigue siendo tunecina”, de manera que, lejos de la pasta adorada por su compañeras Loren o Lollobrigida, ella siempre se inclinó por la ensalada Méchouia, el asado Chakchouka o el dulce Gharaiba.

Y esta la cosa.



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