En los últimos años, uno de los pilares de la culinaria cuaresmal, la torrija, ha ido derivando hacia formulaciones de sobao pasiego con lemon grass, grosellas, sake y toques de yuzu, que corren el riesgo de convertir el bocado en una suerte de aparato genito-urinario de la Bernarda en clave tecnoemocional.
Decía hace unos días Margarita García, alma mater del blog Gastroamantes, que: “Muchas veces las mejores cosas de la vida son las más sencillas y simples, como es el caso de nuestras históricas torrijas. No hay que recurrir a esferificaciones, ni espumas, ni al nitrógeno líquido o aerosoles para hacer que un postre se convierta en un cuadro realmente hermoso a la vez que deliciosamente rico”.
Ni qué decir tiene que compartimos apreciación más allá del debate que en mis entrañas mora sobre si la torrija a ser de vino o de leche. De un lado está mi infancia y adolescencia, donde no hubo más que la variante vinícola y de otro la constatación de que la primera noticia torrijera por escrito, la Aliter dulcia del antiguo romano Apicio, era de leche.
Con todo, lo que casi siempre queda fuera del debate es si la torrija es necesariamente un postre dulce o pudiera ser alternativa de aperitivo o picoteo salado. En este punto es de justicia citar como grande entre grandes a Dolores Ugarte, la esposa del propietario de la Taberna de Antonio Sánchez, sita en la castiza calle madrileña de Mesón de Paredes, entre las plazas de Tirso de Molina y la de Lavapiés, inventora de la torrija-tapa y como acompañamiento de las jarras de vino que su clientela se trasegaba a esgaya, con el objetivo de aplacar y morigerar sus arrebatos etílicos.
Aunque, como casi siempre, el hallazgo tenía antecedentes y fuentes. Tales se hallan en el mucho saber de doña Emilia Pardo Bazán, de quien estamos en Centenario de deceso, a causa, por cierto, de lo que fue el coronavirus de su tiempo.
En 1913 publicó la condesa el libro La cocina española antigua que constituye uno de los grandes hitos de la literatura coquinaria hispana y en aparecen dos recetas torrijiles que provocan cierta estupefacción.
La primera se entitula Torrijas de anchoas y reza: “Se fríen en aceite unas rebanadas de pan largas y delgadas, se separan en un plato, y se les echa por encima una salsa hecha con aceite fino, zumo de limón, pimienta, perejil, cebolla y un poco de ajo todo picadito. Sobre cada rebanada se pone una anchoa, lavada antes en vino blanco”.
La segunda tiene más tela aún que cortar. Se llama Sopa borracha de torrijas y va y dice: “Se cortan rebanadas gruesas de pan y se rebozan en huevo y fríen en manteca de cerdo o vaca. Se dejan enfriar y se colocan e una fuente emborrachándolas con vino blanco. Se añade azúcar, un polvo de canela y media cucharada de coñac. Esta sopa o mas buen plato de capricho, gana mucho estando muy fría, semihelada”.
Ideas para que esta Semana Santa no sea solo original por el corona.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |