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Los Vinos Blancos Son para el Verano



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José Luis Lejonagoitia

Los vinos blancos, al igual que las bicicletas son para el verano, como titulaba Fernando Fernán Gómez a su famosa obra teatral, convertida más tarde en película bajo la dirección del director de cine Jaime Chavarri.

 

Y no solamente porque bebido a baja temperatura (a veces heladora), ayuda a defenderse durante el aperitivo, el tentempié o en la comida, de los rigurosos calores del verano, función que también se puede encomendar a un agua fresca, cerveza, refresco carbónico, zumo u otra bebida semejante.

 

El motivo principal para tomarse un vino blanco es que a partir de abril o mayo, de cara precisamente al estío, cuando ya el aire acondicionado se recibe con alivio para combatir la canícula, es cuando los vinos blancos de uvas vendimiadas apenas seis o siete mes antes han llegado a su plena sazón y ofrecen sus aromas de frutas blancas –manzana, pera-; tropicales –maracuyá, fruta de la pasión, piña, plátano- y hasta ligeramente cítricos –pomelo, mandarina, naranja-; con la acidez bien equilibrada; sensación de cuerpo logrado a veces con un breve paso por madera, o por la fermentación en barrica; o por la larga maceración en los propios hollejos o en sus lías.

 

Aún recuerda aquellos vinos imbebibles que se tomaban en Galicia, presentados en el restaurante como “elaborados por un paisano amigo, de toda confianza…”, que simplemente con ver la botella y el líquido en la copa (en taciña con mucha frecuencia por aquello del tipismo), daban ganas de desandar lo andado y pedir un tinto de Rioja. Lo mismo, pero aún peor, puedo decir de los restantes vinos gallegos fueran Ribeiro o Valdeorras, y que me empeñaba en beber porque quería probar de todo.

 

O aquellos vinos blancos en los que el color no lo dejaba muy claro, de Rueda, elaborados con uva Palomino, por el sistema andaluz de criaderas y soleras, llamado uno Pálido y Dorado el otro, con contenido de alcohol entre 15 a 17%, a los que llamábamos cabezones porque te dejaban la azotea hecha unos zorros.

 

Y podría seguir citando algunos vinos blancos más, elaborados a lo largo y ancho de nuestra geografía vinícola, ninguno de los cuales era para tener un mínimo de satisfacción al degustarlo. Por eso la primera vez que visité Portugal, en la década de los setenta, y tomé algunos de sus vinos, el Gatáo me pareció algo extraordinario.

 

«El mejor blanco es un buen tinto»

Con los antecedentes expuestos, no debe extrañar que esta frase acuñada por algunos sempiternos bebedores de los vinos de Rioja, llevara a los habituales consumidores del vino a pensar que el blanco era una anécdota en la elaboración de los tintos, y que no mereciera la pena dedicarle atención alguna.

 

Y se equivocaban, pero nunca les importó demasiado. Los estudios e investigaciones sobre el comportamiento del consumo de vinos en pasados siglos, parece que concede la supremacía a los blancos, que en España solo han cedido la primacía a los rosados y tintos en el último decenio, cuando la UE ha primado el arranque de importantes masas de viñedos, permitiendo la venta de derechos a zonas que, preferentemente, producen tintos. Así la Mancha, cuya producción mayoritaria de vinos fue siempre de blancos de la sempiterna uva Airén, perdió su hegemonía a partir de las OMC del vino, pero hasta hace unos pocos años su producción, unida a la de Cataluña para los cavas, la preeminencia de los blancos en Galicia, en Rueda, en Andalucía, etc., dieron siempre enorme ventaja a los blancos.

 

Leo en el libro “El vino y su mundo” de Antonio Rey Hazas (Marzo 2010. Editorial Eneida. Madrid), una historia real de 1634, sobre el uso de un vino blanco de Alaejos, administrado a un condenado a muerte al pie de la horca en la que había sido condenado a morir. Relata el jesuita que asistió al condenado, Pedro de nombre, que éste dijo:

 

- «Señor, denme un poco de vino, para cobrar aliento para este paso». 

 

Trajéronle un jarro de vino tinto, tomóle, vio el vino tinto, de que no era migo, y dijo:

  • «Jesús, vino tinto, Jesús, quítenlo allá». Y luego, volviese a su crucifijo, y dijo:
  • «Cristo mío, ayudadme en este paso, ayudadme». Trajeron un cuartillo del blanco de Alaejos y, soplando la espuma, que dijo que era malsana, se coló todo el cuartillo.

 

Luego le subió al cadalso el verdugo…

Quizá no estaría demás detener nuestra atención un instante –aparte la entereza personal del reo-, no ya ante la importancia del vino a la hora postrera, que es abrumadora, sino en la prioridad del vino blanco, y en el rechazo expreso del vino tinto que se produce en el momento crucial: sobre todo porque, ironía trágica aparte, hoy en día se oye a menudo decir que el mejor vino siempre es tinto, arbitrariedad notoria vista desde los siglos XVI y XVII. Afirmación que podríamos certificar con numerosas citas y trasiegos de vinos de zonas productoras a consumidoras a lo largo de los siglos.

 

Los nuevos blancos

No deseo ser excluyente, pero al igual que la gastronomía del verano se diferencia de la del resto del año, así ocurre con los vinos blancos, que resultan atractivos en la época más calurosa del año, junto a comidas informales, cenas frías, frecuentes ensaladas, con el difícil maridaje de los vinagres, a lo que se añade la apetencia de bebidas frías, sin que el vino sea una excepción.

 

Quién no se hace lenguas hoy de los vinos gallegos de Rías Baixas, con la característica uva albariño, a la que se añaden, para reforzar su carácter, las blancas Treixadura, Loureiro (confiere aromas de laurel) y Caíño.

 

El insigne Alvaro Cunqueiro, definía el vino "albariño" "de cuerpo delgado, como las cinturas de los galanes florentinos, en la pintura del Cuatrocientos... de perfume lento, como el de los últimos jazmines de otoño..."  Y aún exaltaba el elogio al reconocer: "Lo que más me sorprende de los albariños de calidad es encontrarlos tan humanos compañeros en su irrefutable mocedad. Si fueran hombres en vez de vinos, estarían los albariños en ese grupo de los genios precoces, en los que uno no cree compatible la llama poética o la suprema ciencia con los años de la adolescencia."

 

Y todavía en Galicia, no podemos ignorar el permanente avance de los vinos hechos con la uva Godello, que también se va filtrando por el Bierzo. Los vinos de Rueda, a pesar de que los aumentos de plantaciones y de rendimientos van mermando la calidad, es una impresión personal, aún podemos encontrar estupendos vinos, a precios asequibles, buenos para acompañar comidas estivales.

 

Asomados al Catábrico oriental, los exquisitos txakolís vizcaínos y guipuzcoanos, que van escalando puestos año a año, deleitando a los seguidores de este vino , tan denostado otrora, pero que hoy se codea con lo mejor de lo que hay por ahí.

 

En fin, que cada cual sabrá mejor lo que le va: Somontano, Cataluña, el sur con sus manzanillas, finos y demás vinos generosos, sin olvidar los “vinos isleños”, bien sean de las Baleares o de las Canarias, en particular en éstas últimas por la abundancia de variedades de uva de que disponen, y porque elaboran los vinos con profundo conocimiento de lo que hacen.

 

¡Pasen un buen verano, amigos; y disfruten de los vinos blancos!  



  1 COMENTARIO




15/03/2016  |  15:20
Estoy enamorada del albariño. Aunque no comparto del todo lo del verano. Yo lo consumo todo el año, ahora con el calorcito disfruto cantidad con su sabor dulzón que siempre acompaña bien cualquier paella, platos de pescados o marisco o simplemente como aperitivo. En especial me encanta Granbazán Ambar, ya un clásicomuy reconicido aunque en losúltimos años han surgidos bodegas que lo elaboran de manera excepcional. Señorío de Rubiós es uno que descubrí en la web www.deliartis.com y desde entonces es uno de mis habituales por su relación calidad precio, que últimamente lo he comprado a 8,80€. Me encanta Galicia y el albariño.
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