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Cocinero en Serie. Capítulo I I (6ª Entrega)


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Jordi Gimeno

Pere, a punta de navaja, roba una motocicleta y empieza a seguir a Marc y a sus amigos por todos los bares de la ciudad, el viejo friegaplatos descubre un mundo subterráneo lleno de vicio y de gente extraña. Los jóvenes siguen de fiesta hasta altas horas de la madrugada pero de buena mañana deciden ir a casa de uno de ellos, situada en las afueras.



Era casi mediodía cuando se detuvieron delante de una gran torre que lucía orgullosa una inmensa piscina y una cuidadísima pista de tenis, era la casa del más gordito. Vió a los chicos, ahora cansados, subir el camino ajardinado que llevaba a la mansión. Pere memorizó el sitio y puso rumbo a la pensión, necesitaba dormir algo. A un kilómetro de casa se deshizo de la moto.

Se levantó a las seis, estaba destrozado y no había oído el despertador. Alguien llamaba a la puerta, era Marina muy preocupada por él. Se la sacó de encima ayudado de falsedades y excusas, ella sabía que no había dormido ahí pero no dijo nada y se retiró. Al cerrar la puerta no pudo evitar maldecir a los jóvenes y la noche que le hicieron pasar, hoy era el día clave y ya iba con retraso.

Mientras se vestía deprisa y mal, su estómago le recordó que hacía más de veinte horas que no comía nada, exceptuando las palomitas del cine. Salió a la calle y, saltándose sus principios, entró en un cercano restaurante de comida rápida que habían abierto un par de semanas antes. Un jovencito que parecía más un arlequín que un camarero, le preguntó a través de un micrófono qué era lo que deseaba. Pere miró las fotos iluminadas, todas amarilleaban y casi consiguieron sacarle el apetito, finalmente escogió la oferta del mes y salió a la calle a comer. Se sentía como una gallina comiendo pienso, un pienso hecho de patatas ultracongeladas, un bocadillo de jamón demasiado salado y una aguada bebida de cola.

Empezó a caer la noche y no tenía la más remota idea de si los chicos continuarían en esa casa de las afueras. Tenía el plan muy estudiado sólo echaba de menos un par de horas más de descanso. Continuó andando con la seguridad del que sabe a dónde va, y cuando le pareció que su viejo barrio estaba suficientemente lejos para no ser reconocido, comenzó a buscar algo con la mirada. Poniendo cara de abuelo desconcertado se acercó a un flamante coche aparcado en doble fila y con una sonrisa dió dos golpecitos en la ventanilla. Dentro había un hombre de mediana edad a solas con sus pensamientos, un tipo que no advirtió ningún peligro y eléctricamente bajó la ventana. Cuando hubo bajado del todo, y sin mediar palabra, Pere clavó su querido y fiel cuchillo en la mejilla del otro.

Más paralizado por el miedo que por el dolor el hombre pensó que si gritaba aquel loco volvería a pincharle, la sangre empezó a salir a borbotones y la corbata y el traje, tan elegantes, se empezaron a teñir de rojo. El poderoso jubilado abrió la puerta y mostrando el cuchillo invitó a salir a aquel individuo indefenso y herido. Al pisar el asfalto el dueño del coche empezó a gritar y a pedir auxilio, pero el auto ya estaba demasiado lejos. Realmente era un buen coche, espacioso, confortable y con el depósito lleno, Pere lamentó el poco tiempo que lo podría disfrutar y se concentró en el trabajo que le esperaba.

Las motos seguían en el mismo sitio, en la ancha acera de esa urbanización que quería ser pueblo, una aldea de ricos de ciudad que veían la naturaleza a través de la parabólica. Aparcó a dos manzanas de la torre, y mientras esperaba a que salieran los chicos, se fumó el tabaco de un desgraciado que a estas horas debía estar en urgencias, con siete u ocho puntos de sutura en la cara. Pasaban los minutos y nadie de la casa asomaba la cabeza. Pere pensó que debían estar haciendo el papel de buenos chicos ante los padres del gordito, unos progenitores que ni en sueños imaginaban todo lo que tomaban esos cuatro buenos compañeros de clase. Mató el rato con la radio, su mejor amiga, después de Marina claro.

Pasaba de medianoche cuando los chicos se decidieron a salir. Esta vez no volvieron a la ciudad y prefirieron hacer una ruta del bacalo por la comarca. Seguirlos por carretera y en un lujoso coche era muy facil, el único problema eran los demás conductores con sus copas de más y sus titubeantes golpes de volante. A pesar de la muchedumbre que rodeaba las puertas de las macrodiscotecas que visitaban, Pere no les perdió el rastro ni un solo segundo aunque no entró en ninguna de ellas, ya tuvo bastante con la noche anterior. Prefería buscar un buen aparcamiento con una salida rápida donde divisar las motos y cargarse de paciencia, radio y nicotina.

A eso de las cuatro de la madrugada los jóvenes noctámbulos decidieron que había llegado el momento de volver a la ciudad, al menos eso parecía por la dirección que tomaron las cuatro motos. Pere recordaba bien las curvas y decidió que ése era el momento de actuar. Como la mayoría de gente iba por el túnel de peaje esa carretera, a esa hora, había muy poco tráfico. Y cuando el pueblo se volvió bosque sólo quedaron cuatro ciclomotores alocados y un gran coche. Los chicos intercambiaban posiciones peligrosamente, mientras trataban de formar abanicos como los de los ciclistas. Pere sólo tenía ojos para la moto de Marc, su mirada le seguía sin demasiadas dificultades pues era la menos potente de todas. Los otros tres conductores, con máquinas más nuevas, se habían enfrascado en una competición en la que Marc no podía participar y mucho menos en subida. Cuando las luces de la ciudad aparecieron al fondo y la cordillera decidó hacer bajada, Pere se acercó a la moto. Marc vió en la pendiente el momento de acortar distancias con sus amigos, además las luces de un coche que tenía detrás le alumbraban el sinuoso camino.

Pere grabó mentalemente el camino, apagó las luces y avanzando al ciclomotor le cortó bruscamente el paso. Pensaba que iban a chocar pero el muchacho dio un golpe de manillar a la derecha y se fue contra un árbol. Pere no quiso mirar, puso la primera y se largó en dirección opuesta. Ya se enteraría por los periódicos si todo había ido bien. Abandonó ese coche demasiado grande en una calle sin nombre de una pequeña ciudad de comarcas y cogió el primer tren, el de las seis y media de la mañana, que lo llevó a casa.

Continuará?


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