Un Melón Como Patrón

Según el estudio elaborado por tan prestigiosas y neutralísimas instituciones, desde 2018 el número de personas que en España figuran en la categoría de “pobreza severa” se ha incrementado en un 50%. Año y medio después del estallido de la pandemia de Covid-19, son ya once millones los ciudadanos que se encuentran en situación de exclusión social; dos millones y medio más que en 2018. Por otra parte, aún con la creación de los escudos sociales que ha propiciado el Gobierno de España, con los ERTE y otras medidas paliativas del desastre, el 58% de los hogares españoles encuentra muy serias dificultades para llegar a final de mes, lo que representa nada menos que once puntos más que hace tres años. Además, añade el informe que en el 24% de esos hogares, la vivienda y los suministros de agua y electricidad les suponen tal carga que, una vez realizados estos pagos, quedan en situación de pobreza. Yendo un poco más allá, el 14% tiene que elegir entre cobijarse bajo un techo o comer, lo que explica la eclosión de colas del hambre por todos los rincones del país.

Como diría o cantaría Labordeta, “de unos tiempos a esta parte vamos camino de nada”. Claro que no todos, porque sigo leyendo La Vanguardia y dos páginas después me encuentro con el titular: “El melón más exclusivo del mundo llega a Barcelona”. Se trata del Crow Melon, un Cucumis melo japonés que sale a un promedio de unos doscientos euros la pieza.

El restaurante en cuestión es Carlota Akaneya, que presume de ser el primer sumibiyaki de Europa. Y por si alguien no sabe que es un sumibiyaki aclararemos aquí que es voz compuesta de “sumi”, que significa carbón vegetal, “bi”, a traducir por fuego, y “yaki” que remite a asar o quemar. Dicho en román paladino, algo así como una barbacoa al estilo japonés. Por lo que a los melones atañe, el algo tendrán que tanto se les bendice deviene del escrupuloso control de sus semillas, distintas para cada época del año, un cultivo en invernaderos con aire acondicionado y calefacción, que logran mantener una temperatura exacta constante, una siembra en terreno elevado, la selección final de una unidad por cada planta, una cantidad de agua diaria y precisa para cada pieza, un delicado embolsado individual en papel de arroz, y unos extras en los que ya entra al saco la imaginación y el mito, como ocurre con la carne de Kobe; es decir, música clásica, masajes, lecturas poéticas y lo que a cada cuál se le vaya viniendo al magín.

Lo cierto es que al final la cosa sale por esos doscientos eurazos en el estándar unitario, porque, a más a más, en el Crow Melon hay cuatro categorías que, de mayor a menor son Fuji, Yama, Shiro y Yuki. Para situar el asunto, baste citar que en mayo de 2019 dos melones Fuji de Hokaido, la prefectura donde se producen estas joyas meloneras, se vendieron en pública subasta por cinco millones de yenes, los que vienen a ser unos 39.000 euros. Así, la desigualdad económica, social y de oportunidades que se acrecienta día a día, podría traducirse y medirse mediante un patrón-melón, como aquellos del metro y del kilo que en mi adolescencia reposaban en el Bureau International des Poids et Mesures/Oficina Internacional de Pesas y Medidas, de Saint-Cloud, suburbio de París.

Definitivamente, vamos camino de nada, pero en el entretanto cabría preguntarse que cara ponen nuestros melones de Villaconejos o de Chilches, junto a los de las marcas 18 Quilates, Vicente Peris, Bruñó, Gamberro o El abuelo de los melones, por citar solo algunas joyas que sabemos tienen su corazoncito.