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Los Sucesos de Rafael López-Quintano de Ballesteros (1Er Capítulo, 3ª Parte)


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Antonio Gázquez



En la mañana del tercer día me despedí con las alforjas repletas de carne secada al sol, unas tortas de cebada y el regalo que me hizo el jefe del grupo: una cuchara de hueso tallada por uno de sus hijos. En ese momento no entendí el regalo, aunque lo tomé con todos mis agradecimientos. Después, al cabo de varios días de caminata pensando en todo lo que me había pasado comprendí que aquella cuchara (12) era toda una expresión de la evolución del grupo humano con el que me había reunido. Eran gentes muy hospitalarias.

No sé cuanto tiempo caminé hasta encontrarme con una caravana que iba hacia Mesopotamia. Me aceptaron y durante semanas caminé junto a una carreta. Por
las noches dormía debajo de ella para resguardarme del relente. Oí hablar a la gente de la caravana de que entre los ríos Tigris y Eúfrates estaba naciendo una floreciente civilización. Nos dirigimos hacia el norte, pasamos por extensas llanuras hasta llegar a la ciudad de Alepo, después fuimos bajando por el inmenso valle que limitan los grandes ríos mesopotámicos, pasamos por las ciudades de Esmunna, Nars y otras que se estaban conformando como poderosas ciudades-estados. Llegamos a la ciudad de Ur (13) hacia el año 2000 a.C. Estaba gobernada por la tercera dinastía. Desde un altiplano observé los alrededores de la ciudad amurallada, podía ver los extensos campos cultivados de cereales circundados de canales de agua fresca y abundante. Diferentes caminos llegaban a la ciudad, y se unían a medida que se aproximaba a las puertas flanqueadas por dos grandes torres de ladrillos cocidos verdes y rojos. Aquí y allá se podían ver rebaños de cabras, carneros, bueyes y asnos. En el río próximo, que circundaba una lateral de la ciudad, navegaban barcazas hechas de grandes troncos y pieles de carneros y bueyes llenas de aire, que transportaban maderas preciosas y grandes bloques de piedras. A medida que nos acercábamos a la entrada de la ciudad, se sumaban numerosas caravanas de asnos, y comerciantes de todas las clases (14). El jefe de nuestra caravana, que conocía el sumerio, preguntó a un pastor qué sucedía, por qué iba tanta gente a la ciudad. Eran fiestas. Un pastor le explicó que habíamos llegado en una de las épocas más importantes del año: la estación ganadera. Esa estación se utilizaba para proveer a la ciudad de carne y al templo de animales para los sacrificios. Además, el rey mandaba en este tiempo que se pagase por los servicios prestados a los soldados y a los vasallos; ni a unos ni a otros debía tenerlos descontentos.



Por fin entramos en la ciudad, suspiré. Me encontraba muy cansado y sabía que una vez que guardáramos el ganado en la plaza, que había junto al templo, descansaría en la tienda. Así que el jefe de nuestra caravana dio la orden de concentrar los carneros que habíamos traído en uno de los laterales, y se encaminó hacia uno de los administradores reales para hacer la transacción. El administrador real asentaba con una caña puntiaguda en una tablilla de barro el número de carneros que habíamos traído, y el precio de ellos, después la pondría al sol para que al secarse quedaran indelebles las anotaciones en escritura cuneiforme que había hecho. Al terminar la transacción, fuimos a gran recinto que la administración había dispuesto para los comerciantes forasteros.

Al atardecer se presentó en la tienda un oficial, flanqueado por dos guardianes, y preguntó por el extranjero venido de otras tierras y de otros tiempos. Todos me señalaron, y en ese momento sentí en las carnes todo el pavor que podía infundir aquellos soldados pertrechados con largas lanzas e inmensos escudos de bronce. Me levanté en silencio y los acompañé atravesando la explanada de la plaza. Sentía todas las miradas de la gente que pululaba desde la plaza hasta Palacio en las afueras de la ciudad. Los soldados no pronunciaron ni una sola sílaba. Cuando llegamos a las puertas de palacio se aproximó un soldado, que parecía ser el jefe de la guardia y cruzó unas palabras con uno de los guardias de mi escolta; después pasé hasta una amplia antesala columnada y me dejaron sólo. A los pocos minutos llegó un hombre y con un simple gesto me indicó que lo siguiera. Pasé por varios pasillos, todos ellos con guardias de trecho en trecho, hasta que llegamos a un inmenso salón. En ese momento mis temores fueron remitiendo pues entendí que había sido llevado en presencia del rey Shulgi para celebrar un banquete en palacio.

El gran salón columnado era de fustes rojizos, que sostenían una bóveda artesonada con maderas nobles, talladas con mil filigranas de hojas y flores, que se entrecruzaban conformando un inmenso cielo florido. Observé las paredes decoradas con bajorrelieves de escenas de caza, de batallas gloriosas de los antepasados del rey y pinturas de figuras estilizadas y grandes ojos que parecían observar a todos los asistentes. En un pedestal de oro se encontraba el rey Shulgi sentado en un trono de mármol blanco, a su lado la favorita, y en los extremos los sacerdotes del templo ataviados con grandes y pulcras faldas de piel de carnero. También se encontraba junto a ellos la cantante Ur-Nina del templo de Mari sentada en un hermoso cojín blanco de lana. Alrededor del salón nos dispusimos los invitados, comerciantes ricos, vasallos libres y la familia real, sentados en esteras y en cojines multicolores muy decorados. Cuando el gran chambelán dio la señal, fueron entrando numerosos esclavos de piel morena, algunos de ellos eran negros, con grandes bandejas de plata y bronce con alimentos de todas las clases: empanadas de pajaritos, platos de mollejas con hierbas aromáticas, cuencos con leche agria, panes de cebada y trigo (15), carneros asados en maderas aromáticas, cabritos rellenos de volatería, pastas (16) cocidas en leche, carnes rociadas de jugo de puerros y ajos, grandes patas de buey asadas y rociadas de sangre con ruda y otras hierbas, aves exóticas marinadas en leche y cocidas en jugos de hígado, frutas de todas las clases y tamaños. Todo ello regado con vino aguado y perfumado, y servido por delicadas jóvenes que iban sorteando a las danzarinas, que recorrían con sus danzas todo el salón al compás de una música estridente de fanfarrias y tambores. Pero la bebida preferida por los hombres era la cerveza (17), se solían tomar cocida y algo caliente. Al final nos sirvieron unas bandejas de higos, dátiles (18) y pistachos, y algunos otros frutos secos desconocidos para mí. El banquete duró hasta el amanecer.

Cuando intuí que nadie me estaba observando me retiré hasta el lugar donde estaban los de mi caravana. No pude dormir, aún estaba excitado de haber asistido a un banquete real del rey de Mesopotamia (19).

Durante el banquete, la cantante del templo de Mari ordenó me comunicaran su deseo de que el joven extranjero conociera el ritual de un sacrificio sumerio. Sus dioses verían con buenos augurios, que el venido de otros lugares asistiese al ofrecimiento de un cordero en honor de la diosa Nanna-Sin.



Mi estancia en Ur no debía importunar a ninguno de mis anfitriones, y si Ur-Nina me había pedido la asistencia a la ceremonia del templo, esa petición no podía rechazarla. De cualquier forma, estaba interesado en presenciar un holocausto mesopotámico (20). Por ello, en la mañana me encaminé hacia el templo bajo un sol sofocante. Una vez allí contemplé la alta escalinata, que me llevaría hasta lo más alto, donde se encontraba el templo. Al contemplarla sentí una sensación contradictoria: por un lado, un nudo en el estómago que me produjo un sudor frío y, por otro, un placer contenido que me hizo subir los escalones casi de dos en dos. Subí la escalinata del zigurat y entré en el templo. Junto un altar de piedra caliza con incrustaciones de marfil había dos sacerdotes oficiantes que colocaron un cordero sobre su lomo en el altar. De la penumbra del fondo salió el Sumo Sacerdote con un cuchillo de mango de oro e incrustaciones de piedras preciosas. Levantó los brazos, pronunció una oración y asestó un golpe seco sobre el corazón del animal, al instante saltó un chorro de sangre caliente que fue cayendo por la cisura de un lateral del altar hasta un pequeño cuenco que había en la base. Después, los ayudantes del sacerdote abrieron el animal por la mitad y extrajeron el corazón y el hígado y los observaron detenidamente, todo señalaba que había buenos augurios, por lo que se podía deducir que la diosa estaba satisfecha de aquel holocausto. Con la sangre regaron los campos del templo, para mayor fertilidad y con la carne asistí a una comida de sacrificio, junto con los sacerdotes y la cantante del templo. En el banquete se comieron la carne asada y las entrañas se quemaron en la pira. Los esclavos del templo colocaron en la mesa del Sumo Sacerdote una gran bandeja con carne asada e higos y dátiles, otros esclavos trajeron vasijas de vino (21), del mismo que se usó para el ritual del sacrificio.

Los días que estuve en la ciudad de Ur anduve por mercados y tiendas observando a comerciantes y buhoneros. Pasados unos días, en contra de mi voluntad dejé la ciudad y emprendí otros caminos para conocer a otras gentes.

Por mediación de un oficial de la guardia real, del que me hice amigo durante mi estancia en la ciudad, me enteré que partía en tres días una caravana hacia las tierras de Canaan. Y así fue como marché una mañana, cuando aún el sol no despuntaba.

Pasaron varios lustros hasta llegar a la tierra prometida, la tierra de Yahvé. Desde una colina divisé el mar Muerto. Era el año 539 a.C. durante el reinado de Ciro el Grande, vencedor de Babilonia. Por aquella época finalizó el cautiverio de los israelitas, y por este motivo se produjo una verdadera riada de caravanas y familias, que marcharon de todo el Oriente Próximo hacia la tierra de Abraham.



Cuando me dirigía hacia Jerusalén, conocí a una familia judía muy numerosa que me acogió en su caravana. Tenía muchos días por delante y nada más que caminar, así que hice buena amistad con el rabino de la familia, que poco a poco me fue dando a conocer las costumbres de la comunidad y del pueblo judío. Me interesé especialmente por sus alimentos y cómo los usaban y, en especial, por todo lo relacionado con el rebaño de carneros que llevábamos, pues los trataban como si fuesen de la familia. Los cuidaban los hombres más expertos y sabios, pues no sólo eran su sustento, sino también el sustento espiritual del clan. A través de ellos daban gracias a su dios Yahvé en todos los actos importantes de la vida. Estaba todo escrito en las Sagradas Escrituras, las cuales eran custodiadas en una pequeña arca de oro. Cada momento del día y cada festividad y hasta la manera de sacrificar a los animales estaba escrita. Los carneros tenían para ellos un importante fin: eran parte esencial en sus holocaustos (22), bien fueran en sacrificio pacífico, expiatorio o de reparación debían ofrecer un hermoso carnero sin mancha.

No existía comunidad judía que no tuviese un hato de ganado lanar (23). Me contó el rabino que en tiempos de José, cuando los israelitas se asentaron en Goshen, éste sometió a una dura prueba a sus hermanos, pues les dijo que debían hacer trueque con su ganado: "trajeron pues, su ganado a José y José les dio pan a trueque de los caballos, los hatos de ganado menor, los hatos de ganado mayor y los asnos...". Toda su economía circulaba alrededor del ganado.

En los días que estuve con esta familia comí de su comida y bebí de su bebida: a la salida del sol tomaba tortas de pan de cebada y un cuenco de leche agria, otras veces me daban cuajada. Las mujeres solían tomar un odre de leche que sacudían de un lado a otro para obtener una blanca mantequilla muy nutritiva. La carne sólo la comía cuando celebraban un holocausto o en fiestas rituales (24).

Mi joven novicio me encontró en el Laboratorium con la camisa empapada de sudor y la cara lívida.

- Maestro, padece algún mal.
- No, nada Rodrigo, he tenido un sueño.
- Vuesa merced está con la tez lívida y los humores le llenan la piel. Le traigo una camisa limpia y le preparo el barreño. Tiene agua tibia en la palangana.
- Está bien. Está bien muchacho... Anda ve y procúrame un desayuno sustancioso. Leche de cabra y pan candeal y algunos higos de la higuera del huerto.

Aquel día fue la primera vez que había experimentado el don. Según hice cálculos duró la manifestación del don desde maitines a tercera. Después del desayuno descansé y paseé por el jardín para pensar lo que me había sucedido. Debía asimilar todas las sensaciones, ya tendría tiempo de escribir sobre ello y si lo creyera necesario se lo contaría a Rodrigo, siempre que estuviese preparado para tener conocimiento del don.

Al mediodía me recuperé con una dieta adecuada y el semblante volvió a su natura. Al día siguiente, hacia vísperas me visitó don Francisco. Entró en mi casa con mucho sigilo, pues me dijo que nadie debía saber que se encontraba en la ciudad y menos que me visitaba. Así que, después de tomar un refresco, me comunicó el motivo de su visita.


Notas:
12: La aparición de cucharas en las industrias neolíticas es la expresión de un proceso evolutivo importante, especialmente en lo que significaba la actividad gastronómica del hombre de este periodo. En yacimientos valencianos y andaluces de la Carigüela y en la Cueva de los Murciélagos de Sueros se han encontrado numerosas cucharas de hueso, cuyo empleo se supone que era para tomas y sorber líquidos.

13: Consúltese para mayor información entre otros textos A. Caballos y J.M. Serrano. Sumer y Akad. Historia del mundo antiguo. Edt. Akal. 1988. Código Hammurabi. Estudio de F. Lara Peinado. Edt. Tecnos. 1986.

14: Según el Código de Hammurabi se puede deducir que la alimentación de la cultura babilónica era fundamentalmente cerealista, aunque también era importante en la dieta los dátiles, el sésamo y el aceite. La ganadería se basaba principalmente en cabras, bueyes y asnos, teniendo a las cabras para la obtención de leche y piel, y en segundo lugar la carne; los bueyes eran animales de tracción, al igual que los asnos. La carne en la dieta de la cultura sumeria se conseguía por la caza, la cual era casi potestad de los estamentos más ricos. En este código aparecen numerosos artículos que tratan sobre la actividad pastoril (art. 255-271) y concretamente sobre el ganado, lo que se deduce la importancia que este tenía en la comunidad de estas culturas del valle entre el Tigris y el Eúfrates.

15: En Mesopotamia el pan (akalu) constituía la base de la alimentación, hasta tal manera que el pan representaba el concepto de comida, hecho que se ha transmitido a lo largo de la historia. En este sentido la cerveza (shikāru) tenía el significado de bebida. J. Botteró y S.N. Kramer. Lorsque les dieux faisaient lŽhomme. Mythologie mésopotamienne. Edt. Gallimard. 1981.

16: La pasta de las civilizaciones del Valle entre los ríos Tigris y Eúfrates estaba hecha por una simple mezcla de harina de cereales y agua con algunas hierbas aromáticas.

17: La cerveza era una bebida frecuente y muy apreciada por las culturas de extremo oriente. La cerveza, que poco se parece a la que tomamos actualmente, se llamaba Siraku y era la bebida habitual de los sacerdotes del templo de Uruk. Nacimiento y evolución de la cocina mediterránea. Néstor Lujan. La alimentación mediterránea. Edt. Icaria.

18: Durante el III milenio en la cuenca del Tigris y Eúfrates se cultivaban tanto frutas como el membrillo, el peral, el ciruelo o el melocotonero, como frutos secos, de los que eran apreciados los pistachos y los piñones. Los dátiles eran uno de los frutos mas estimados, se cultivaban las palmeras en recitos cercados y vigilados, ya que de estas palmeras también se aprovechaba para la fabricación de tejidos y de cuerdas, así como el hueso del dátil se usaba como combustible.

19: La región de entre ríos Tigris y Eúfrates, después de la glaciación fue una región fértil. En un principio sus pobladores se alimentaban de la recolección, con preferencia cerealista, especial con el trigo silvestre que se criaba en las laderas. En los primeros tiempos la caza constituía la alimentación proteica de los asentamiento, uno de los primeros fue el de Abu Hureya. Y la evolución de la zona fue relativamente rápida por la climatología y por el paso de la fase nómada a la de la ciudad sedentaria. R. Leakey. La Formación de la Humanidad. Edt. RBA.

20: Los holocaustos en Mesopotamia eran dirigidos tanto por un sacerdote o por el rey, en cualquier caso tanto a la corte como a los sacerdotes del templo le suponía tener grandes rebaños fundamentalmente de carneros y cabras para los sacrificios. J.C. Margueron. Los mesopotámicos. Edt. Cátedra, 1991

21: El vino en Mesopotamia era utilizaba principalmente en las ceremonias religiosas o se utilizaba como medicina. El consumo lo realizaban principalmente por la nobleza y por los hombres acaudalados. También se utilizaba la planta de vid como planta ornamental, un ejemplo lo tenemos en el Banquete del emparrado del rey Assurbanipal hacia 669-630 a.C.

22: La relación más directa que tenían estas culturas, entre ellas la judía, entre su dios y los miembros de un clan era el sacrificio, una especie de conmemoración gastronómica donde se consumía la carne del animal tanto por parte del dios, mediante el humo que ascendía por la quema de parte de la carne, y por parte de sus miembros por el consuma del resto de la carne. En la Biblia existen determinados pasajes que reglamentan ese acto: según el Levítico (3,6-7) "si fuere del ganado menor su ofrenda en sacrificio pacífico a Yahveh, ya macho, ya hembra, lo ofrecerás sin defecto". En otro lugar se dice (Lev, 3,7-8) "...si ofreces como ofrenda un cordero, lo ofrecerás ante Yahveh...", y debía de ser joven, lo que suponía un mayor esfuerzo social y económico para la comunidad; en el Levítico se vuelve a decir (12,6-7) "...a la entrada de la Tienda de Reunión, cordero añal para holocausto...". El cordero añal era sacrificado no sólo para ofrendas a su dios, sino también para espantar enfermedades como la lepra, o para glorificar al jefe del clan.

23: Tan importante fue el ganado lanar que Quirino, Precepto de Galilea, en tiempos del nacimiento de Jesús, promulgó una ley para conocer el número de judíos de Jerusalén: hizo contar el número de rabinos sacrificadores del templo y los multiplicó por diez, de esta manera supo el número de corderos sacrificados, y como cada animal alimentaba a diez personas, pudo saber el número total de judíos.



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