Dalí se manifestó siempre convencido de que los órganos más filosóficos del ser humano son las mandíbulas, y toda su obra pictórica, escultórica y literaria está plagada de referencias alimenticias y gastronómicas, desde huevos representados en múltiples formas y maneras, el rostro acompañado de una loncha de bacon, relojes cuasi derretidos cual porciones de queso Camembert como construcción blanda con judías hervidas o crustáceos sobre los que expresa grande admiración al considerar que su exoesqueleto los sitúa en el máximo escalón de la escala morfológica, ya que son las partes duras las que protegen la sustancia blanda y no al revés como ocurre en los vertebrados.
De pequeño, cuando aún no sabía que era un niño, quería ser cocinero a toda costa y ya de mayor consideraba que cocinar y pintar eran artes afines y que la esencia del surrealismo y la base de su método paranoico crítico estaban estrechamente ligados al gusto por los sabores mezclados y aparentemente contradictorios, al modo y manera de las recetas referenciales de la cocina ampurdanesa.
A punto de decirle el definitivo adiós a la vida, exigió a su amigo Artur Caminada que le preparara una sopa de ajo como aquellas que de pequeño comía con los pescadores de Cadaqués, y, a pesar de que para entonces su alimentación ya era exclusivamente parental e intravenosa, acertó a embaularse cuatro cucharadas del humeante plato.
Con todo, en ese mundo daliniano-manducario el gran protagonista es el pan, tanto en su dualidad de alimento a la vez físico y espiritual, como en su consideración de canon artístico. De lo primero queda constancia en su representación de la Última Cena, con el bollo partido a mano en dos porciones que remiten a su pureza en el contexto de un paisaje religioso y turbador, mientras que de lo segundo da fe él mismo al considerar que entre sus representaciones de cestas de pan realizadas respectivamente en 1926 y en 1945 se resume toda la historia de la pintura, "… desde el encanto lineal del primitivismo al hiperestetismo estereóscopico".
El pan estuvo siempre muy presente en su vida y en sus delirios místico-paranoicos, como se expresa en su libro La vida secreta de Salvador Dalí: “Una noche, durante un concierto, en la residencia de la princesa de Polignac, me rodeé de un grupo de damas elegantes, las más vulnerables a mi clase de lucubraciones. Mi obsesión con el pan habíame conducido a un ensueño que cristalizó en el proyecto de fundar una sociedad secreta del pan, que tendría por objeto la sistemática cretinización de las masas. Aquella noche, entre copas de champaña, expuse el plan general. (...) Me imploraron que les revelase el secreto del pan. Entonces les confié que el acto principal del pan, lo primero que debía hacerse, era cocer un pan de quince metros de longitud”.
También estuvo presente el pan en el arrabal se su muerte, como se dijo, dentro de unas sopas de ajo. Evocando el momento, Márius Carol añade un dato: "No deja de ser curioso que quisiera morir escuchando la música de La serenata de Tocelli de los violines del restaurante 'Maxim’s', que le recordaba el esplendor de los días pasados, la magnificencia de los manjares paladeados”.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |