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Cilantrofobia, Algo de Moda Y Mucho de Problema Genético



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Si el Alzheimer logró visibilidad social y mundial a través de la imagen de Rita Hayworth, bellísima y lujuriosa Gilda devenida con los años y la ayuda inestimable del alcohol en inmoderadas dosis en patética demenciada de mirada huera y perdida, de forma similar, salvando las distancias, la revelación mediática de que Kim Kardashian no soporta ni de lejos el cilantro, ha puesto al común de la peña sobre la pista de un padecimiento, conocido como cilantrofobia.

La repulsión al cilantro afecta a un porcentaje de la población que se sitúa a considerable distancia de la tan popular alergia o intolerancia al gluten que formalmente solo afecta la 1% de la población, mientras que la cilantrofobia martiriza, según dos diferentes estudios científicos, a un colectivo que se estima entre el   3% y el 14% de los habitantes del planeta.

Antes que en Kardashian, esta fobia se hizo pública a través de un personaje tanto o más mediático en su tiempo, la cocinera, escritora y presentadora televisiva estadounidense Julia Child, quien dedicó gran parte de su vida al proyecto de dar a conocer la alta cocina francesa a las amas de casa norteamericanas, primero a través del libro Masteringthe Art of French Cooking, publicado en 1961, y posteriormente desde la pequeña pantalla con varios programas, entre los que alcanzó especial notoriedad The French Chef, estrenado en 1963. En la cúspide de su fama, Julia Child confesó a sus telespectadores que no podía usar el cilantro en sus recetas sin sentirse francamente mal. No era una pija ni una posturera, sino que con toda probabilidad padecía, hoy lo sabemos, cilantrofobia genética.

No son pocos los que engañados por su inocente aspecto, tan parecido al del perejil, lo desparraman sin conciencia en un plato de ensalada, de pasta, de arroz o ceviche, se lo llevan a la boca e inmediatamente piensan que han lavado mal los platos porque aquello sabe a detergente o lavavajillas. 

Hace unos años un estudio canadiense demostró que muchas personas tienen una variación genética que les hace percibir el olor del cilantro, en el que destacan los aldehídos naturales, como ofensivo y similar al de ciertos productos químicos en los que también predominan las mismas sustancias, como el jabón, la colonia, los lavavajillas o la loción de afeitado. 

Actualmente se cree que la cilantrofobia tiene rasgos genéticos, pero también evolutivos. Cuando probamos un alimento nuevo, nuestros sentidos envían información al cerebro, que busca en su base de datos experiencias similares para decidir si lo que tenemos en la boca es comestible o no. Cuando no encuentra nada igual con lo que comparar, puede asociarlo a olores y sabores relativamente parecidos, como ocurre en el caso del cilantro y el jabón.

Hartos de su invisibilidad, los cilantrofóbicos han instituido el Día Mundial de lo suyo el 24 de febrero, anunciando que van a lanzar una campaña mordaz: “… para nombrar y avergonzar a los establecimientos de comida que ignoran las necesidades del 10%. No estamos diciendo que no sirvan, estamos diciendo que notifiquen correctamente a sus clientes que se verán afectados por el asqueroso y jabonoso sabor de la hierba del diablo”.

Se pierden las muy interesantes propiedades antiinflamatorias y antisépticas de la hierba, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.



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