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Sopa Triste de Tía Sara


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Luis Hens



Para mi familia, para la familia de mi madre, tía Sara era un ejemplo de excentricidad. Una tarde de otoño preparó con su callada parsimonia habitual la cena, la dejó tapada sobre la mesa, y dijo adiós a su vida, se suicidó, como si con la elaboración de aquellos platos, tal vez sus favoritos, o los más repetidos, hubiese sabido que llegaba su tiempo, que éste se acababa. Nadie lo comprendió. Al final todo cuadra por lo simple. Tía Sara y sus extrañas costumbres. Tía Sara no tenía raíces.

Tía Sara llegó muy pequeña a nuestra ciudad con sus padre, que huían del terror nazi. Su familia, parece ser, era de orígen judío, aunque ella no creyera, ni quizás sus padres, quién sabe si sus abuelos. Da igua. A ella, también en nuestro país, la conocían como Sara la alemana, o, a sus espaldas, Sara la Judía, y siempre como la rara.

Como todas las niñas hizo la primera comunión y la confirmaron, pero no fue una niña normal, su doble educación hispano-germana la hacía destacar, su madura prudencia le impedía pasar desapercibida, su hermoso pelo y sus claros ojos la convertían en la niña más envidiada del colegio y de toda la familia.

Así y todo, tía Sara decidió tras acabar el bachiller, no seguir los estudios. Como una nueva Emily Dickinson, tía Sara se recluyó en su bonita y tranquila casa sin más interés que el de su familia, sus plantas, y la cocina. Hermosas florecían sus hortensias, como hermosas eran las canas de mis abuelos, y deliciosos, dicen, estaban los guisos que preparaba la tía Sara. Fueron pocos los afortunados que los probaron. La familia y las pocas visitas que recibían mis abuelos la encontraban al llegar entre los setos del jardín, y, si reparaban en ella, la buscaban para despedirse en su espaciosa cocina. Y muy pocos, menos aún, fueron los que compartieron con ella uno de sus deliciosos y cuidados platos. La Navidad y los aniversarios de los abuelos eran las únicas fechas en que compartían singular festín la familia y algún valiente allegado, y digo valiente porque ya a esas alturas era una marca de extravagancia el trato en aquella casa ya no tan a las afueras de la ciudad.

Tía Sara ni conoció ni siquiera llegó a escuchar el nombre de los posibles novios con los que la vecindad y allegados conjeturaban para enmendar su futuro. Arreglavidas o cazadotes. Ni siquiera los ambiciosos de sus tíos ni el pesado de su primo Jaime pudieron comprometerla a una sola comida.

Cuando los abuelos, quiero decir, los padres de tía Sara, dejaron tranquilamente esta vida, su extravagancia resultó insoportable hasta para los más afanados en su existencia y futuro. Tía Sara abandonó poco a poco los cuidados del jardí y apenas volvió a vérsele a la clara luz del día. Solo, dicen, pisaba la tierra del patio trasero en donde aún se preocupaba de las finas hierbas y de un laurel para su cocina., y donde, a las primeras horas del día, una legión de gatitos comía sus sobras o platos enteros apenas probados, guisados con todo el amor y cuidado por el solo hecho de su elaboración.

Decían que se había vuelto loca, y se levantaba aún de noche para meterse en la cocina en donde preparaba las más delicadas y laboriosas recetas que, desafiaban toda costumbre y tradición, durante horas y horas hasta la nueva noche. Flan de hierbabuena, fresas y niebla; sopa de helecho, canela y humedad; bizcocho de tristeza y miel. El débil reflejo tras la ventana y el olfato de sus vecinos dieron fe de ello. Quizás sólo habladurías.

No sabemos nada. Aquella tarde algo fresca pero luminosa, el viejo jardinero, como todas las tardes, pasó para lo que la señorita Sara le encargara para mañana, y sólo halló la puerta entornada, la cena aún tibia sobre la mesa, y su hermoso cuerpo de anciana descansando sobre su alcoba. Con ironía se comentó que lo último a que se dedicó esa extravagante vieja fue a hacer una sopa de remolacha.


Sopa de remolacha
Quien ha disfrutado del bello color rojo púrpura de la sopa de remolacha sobre su plato, quien ha degustado su suave, sencillo sabor térreo y algo también fresco, su amable textura, se sorprende de que este tubérculo no esté más aprovechado en nuestra cocina.
La crema o la sopa de remolacha en bastante común en la cocina centroeuropea, y un plato muy significativo de la cultura judía de esta zona. Se la conoce con el nombre de borch, y es agradecida de preparar y deliciosa tanto fría como algo tibia. ¿Por qué no?


Ingredientes:
- œ kg. de remolacha
-1 cebolla
-1 patata
-1 zanahoria
-aceite de oliva
-sal, pimienta y perejil
-agua o caldo

Hervimos con sal la remolacha raspada y lavada previemente.
En una olla echamos aceite y sofreímos la cebolla partida, la patata a no muy gruesas rodajas, la zanahoria también a rodajas, el tomate sin piel y troceado y la pizca de pimienta negra.
Añadimos las remolachas la hervidas y troceadas y el caldo sobrante de hervirlas (puede reforzarse el sabor con cualquier caldo vegetal que tengamos).
La trituramos con la batidora, la probamos y añadimos la sal.
La presentamos con perejil finamente picado sobre el plato.

La podemos acompañar con patatas hervidas y eneldo, y con crema agria o nata suave sobre la crema de remolacha (en este caso es insuperable la combinación de blanco sobre púrpura).



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