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Galletas de Inca


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Eduardo Suárez Del Real
Me encanta la gastronomia y escribir cuentos



Pequeñas, silenciosas. Están en todas las mesas de Mallorca pero sobre ellas ni los recetarios ni la literatura gastronómica se expresan. Son las grandes convidadas de piedra de nuestra cocina. Asisten a todas las mesas. Acompañan a todos los platos, desde el aperitivo hasta el postre. Son el alma de las meriendas. Son fieles compañeras de toda la vida; las encías dolorosas de los bebés encuentran desahogo mientras las muerden y contra ellas los primeros dientes ensayan su fiereza. También los últimos dientes encuentran consuelo en ellas, cuando flotan, humedecidas y traviesas, haciendo sopa en el nutritivo caldo o submarino en el café con leche. Y hasta los médicos las aconsejan periódicamente para apaciguar los impacientes estómagos y neutralizar la furia de los ácidos gástricos. Como monedas, van a la escuela en las mochilas de nuestros hijos y, mientras estrenan sus primeros minutos de independencia, con ellas compran la alegría compartida de los amigos. Cuando ellos crezcan descubrirán que son monedas corrientes de nuestra cocina y un valor en alza a un precio asequible: Galletas de Inca.



Bajo el nombre de ?galletas de Inca? distinguimos un tipo de galleta independientemente de su procedencia. Por su origen, su historia y la dimensión de su producción, bien ganada tiene la ciudad de Inca su lugar en el nombre de esas galletas, pero no por ello se debe olvidar que también otras comarcas mallorquinas, como Porreres, las producen.
En un buen número de clases de galletas del mundo, es en el siglo XIX donde se sitúa el paso de la manufactura artesanal a una producción industrial. En el caso de las galletas de Inca, debido a la necesidad de los marineros mallorquines de alojar en las bodegas de sus embarcaciones un alimento imperecedero, encontramos el inicio de su demanda a gran escala dentro de la primera mitad del siglo XIX.
Se le llamaba ?biscuit de mar? o ?pan de barco? y en verdad fue el pan nuestro de cada día para los osados mallorquines que en sus polacrasgoleta, vapores y corbetas, hacían las largas travesías que unía los puertos de Palma, Andratx o Sóller con las Antillas (Habana, Puerto Rico, Mayagüez y Santo Domingo).
En el siglo XIX la vieja tradición mercantil y marítima de siglos medievales había resurgido felizmente en Mallorca, dándose las condiciones para el máximo esplendor de su marina de vela. Y la industria de las galletas, al igual que otras empresas insulares, no fueron ajenas a ese auge y desarrollo cuyo motor fue la inquieta burguesía mallorquina.
Los pequeños pueblos de Montuïri, Campanet y Sineu, zonas en las que se cultivaba el trigo y en las que los molinos lo transformaban en harina, entraron en las rutas de ultramar vía Inca y a través de esas galletas saldas que se trasportaban en botas y que, como era de esperar, dejaron su huella en la industria galletera latinoamericana.
Con el nombre de ?galletas Pilla? Venezuela, Cuba y México recrearon la fórmula mallorquina del ?pa de mar? aunque en una dimensión distinta. Estas galletas tienen un diámetro de ocho centímetros y su producción sigue viva en México, donde se les enmarca como un alimento sano y apto par régimenes de adelgazamiento. Posiblemente uno de los orígenes de esta galleta se encuentre en industrias galleteras mallorquinas como la de la familia Puig Canals, establecida a finales del siglo pasado en Orizaba, en la provincia mexicana de Veracruz, y a principios de éste en la capital de Venezuela.
Un símbolo
Más allá de su rica historia, encontramos que en tiempo presente la galleta de Inca es un valor personal para los mallorquines y una pieza fundamental de su cultura gastronómica.
Hace aproximadamente ocho años, el periódico mallorquín Ultima Hora publicaba unas declaraciones del pintor Manolo Coronado, hechas desde su exilio voluntario en un lugar del extranjero, en las que afirmaba que volvería a Mallorca entre otras cosas porque no podía vivir sin las galletas de Inca. Su conclusión parece exagerada, pero es bien sabido que estas galletas forman parte del equipaje personal de muchos mallorquines y no mallorquines, cuando se plantean estar unos días fuera de la Isla.
Quienes fueron invitados a la habitación del ex presidente Gabriel Cañellas durante el viaje que éste encabezó al Japón, pueden confirmar que ahí había sobrasada y galletas de Inca, y que en una ocasión dieron cuenta de ellas después de una copiosa y sofisticada comida nipona.
Con toda su sencillez e insignificante dimensión, la humilde Galleta de Inca es un símbolo que envuelve todo un sentimiento de arraigo. Más que un alimento es una evocación. Un sabor que resucita los recuerdos de aquellas agitadas tardes de infancia en las que aterrizaban de pronto, formadas dentro de un plato, partidas por la mitad (con cuchillo o con los dientes), bañadas en aceite de oliva y salpicadas alegremente con vinagre y sal. Un manjar que en la mesa de las emociones no necesita explicación.
Para Caty Juan de Corral, apasionada biógrafa y cronista semanal de la cocina mallorquina, las Galletas de Inca son sinónimo de lo que siempre hay que tener en casa: ?son un ingrediente indispensable, que te salvan de todo: en casa siempre hay que tener tres o cuatro paquetes de estas galletas. Un día te quedas sin pan, y con ellas puedes organizar toda una cena, desde la sopa hasta el postre. Si a un trampó , pocos minutos antes de servirlo le sumerges estas galletas, le darás una consistencia estupenda. Si además le añades anchoas o atún, qué te digo...? Con esa facultad que tiene para hacer que en un momento se haga agua la boca al más inapetente, Caty Juan no pararía de hablar sobre todo lo que sabe que se puede hacer con estas galletas. Pero al final me pide que no olvide recordar ?que todos los canapés se pueden hacer sobre estas galletas y ganan mucho en su sabor.?
?Mestre? Tomeu Esteva, otro de los pilares de la cocina mallorquina, dispara sus elogios sin pensarlo en cuanto se le propone el tema: ?Creo que estas galletas son un orgullo para Mallorca. El producto, las instalaciones y la empresa son excepcionales. Ellos han conseguido mantener vivos sus sabores originales por encima del proceso de industrialización. He visitado sus instalaciones y puedo asegurar que es una empresa modélica, destacable dentro del contexto de la industria alimenticia de España?.
?Mestre? Tomeu habla claramente de la gran industria de la familia Domenec, Quely, una empresa centenaria que, por su historia y por manifiestos méritos, ha hecho de sus marcas casi un sinónimo de galletas de Inca. (Su identificación es tan grande como la que la palabra Bimbo ha alcanzado para nombrar genéricamente al pan de molde). Pero en la historia de las Galletas de Inca no hay que olvidar entre sus pioneros nombres como el de Ca?n Delante, Puig o Ferrà; ni Prats, Moyà o Rosellons, entre los que también mantienen viva, con gran dignidad, esta antigua tradición.
Las Gallletas de Inca o ?galetas fortes? como aún las llaman algunas personas, son un trocito de la Isla de la Calma que nos comemos cada día. Son moneda corriente con la que compramos una pausa de aliento en la rutina. Pero nadie habla de ellas. Siempre han estado o estarán ahí, pensamos, como la mar, el trigo, el oxígeno y las piedras.


Galletas del siglo XIX
La presencia de galletas en las provisiones de los barcos se detecta de forma documental en los Diarios del navegante y explorador británico James Cook (1728-1779), aunque también se encuentran menciones claras en el famoso libro de Daniel Defoe ?Robinson Crusoe?, escrito diez años antes del nacimiento de Cook.
La fabricación industrial del bizcochos, galletas y pastas secas, tiene un origen británico. La casa Carr, fundada en Carlisle en 1815, fue la primera industria especializada en la fabricación de galletas. La idea no tardó en ser imitada por otras familias europeas, especialmente en Edimburgo. Hubo que esperar hasta 1840 para que la primera industria de este tipo empezara a funcionar en Francia. Quince años después nacieron las primeras industrias galleteras de Mallorca.



  1 COMENTARIO




15/03/2016  |  15:19
buenisimo articulo felicidades
100% de 1

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La cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente

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