Decíamos ayer, y quien dice ayer dice el pasado día cinco del corriente, que la publicación en 1913 del recetario La cocina española antigua, de la gran novelista Emilia Pardo Bazán
subrayaba, de manera adelantada y precursora, que la cocina tradicional de un país y del colectivo humano que lo conforma se constituye en uno de los documentos etnográficos más trascendentales a la hora de entender su idiosincrasia, su cultura y su historia. Se nos pasó decir, cosas del directo y de la lógica limitación de espacio, que la observación de doña Emilia parece haber caído en saco roto entre los divulgadores coquinarios televisivos españoles, que en su inmensa mayoría tratan la cocina nacional como una práctica sin contexto ni referente alguno. Así, por poner un par de ejemplos, cuando nos trasladan a Burgos y a su tan afamada morcilla, suelen obviar el papel protagonista de los carreteros valencianos que cambiaban su producto de albufera por la madera del pino local, o que los castizos macarrones con chorizo de Los Madriles son herencia grata del italiano Timbal de macarrones que Isabel de Farnesio, segunda esposa del rey Felipe V, preparaba en las cocinas de Palacio.
En la antípoda de tal práctica descontextualizadora y sansirolé, TVE 2 y alguna que otra cadena nos regala casi cotidianamente los magníficos reportajes de Julie Andrieu, que a cada poco nos fascina con sus programas televisivos de la serie Les Carnets de Julie. Al volante de su Micheline, un Peugeot 304 cabriolé rojo y descapotable, nos invita a visitar koinés gastronómicas francesas mostrándonos productos locales, fórmulas coquinarias que nacieron al calor de circunstancias históricas, o personajes artísticos y literarios que contribuyeron a que tales trascendieran a contextos más amplios; en definitiva, a enredarnos en una trama que relaciona cada plato con el ambiente natural y con el entorno hagiográfico. Dicho de otra forma, trascendentaliza el hecho culinario, lo sitúa en el tiempo y el espacio, a la vez que lo aleja de la casualidad, el azar y el porque sí.
Creo que a estas alturas he visto todos los capítulos y algunos de ellos en varias ocasiones, pero por encima de todos A la table de George Sand, donde a lo largo de cincuenta minutos Julie profundiza en la cocina del Berry, provincia del Antiguo Régimen y hoy territorio que abarcan los departamentos de Cher, Indre, Loira y Loir y Cher. País de auténtico ensueño donde aún se habla el berrichón, lengua de oïl emparentada con el francien, origen del francés estándar, y en cuyo epicentro narrativo sitúa a la gran novelista y periodista francesa Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, que a lo largo de su carrera literaria firmó con el pseudónimo de George Sand.
Lejos de las desafortunadas peripecias españolas, primero en la desastrosa retirada de las tropas napoleónicas de la península en 1813, cuando tuvo la oportunidad de probar una sopa de cabos de vela, y luego durante su estancia en Mallorca, desde finales de 1838 hasta febrero de 1839, en compañía de sus dos hijos y de su amante, el compositor polaco Frédéric Chopin, que le proporcionó la experiencia de una cocina atestada de ajo y prejuicios, Julie nos adentra en fórmulas del extenso recetario que nos legó la gran escritora, y nos sienta a la mesa del comedor de su casa señorial en el pueblito de Nohant. Y la nostalgia me colma recordando mi primera visita a aquel mágico espacio en el verano de 1969, pocos días después de la llegada del hombre a la Luna, y otra, en abril de 1993, cuando Christiane Sand me dedicó con todo cariño el libro que lleva el mismo título que el episodio televisivo.
Pasa la vida y Julie me la sigue haciendo grata.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |