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El Melón Como Oscuro Objeto Del Deseo de nuestros Austrias Mayores



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Miguel Ángel Almodóvar
Investigador y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía

Dice el refrán popular popular y así lo sigue creyendo el grueso de la población española, que el melón por la mañana es oro, a la tarde plata y por la noche mata. Y no es fácil saber el porqué de tan pintoresca certidumbre, ya que no existe la menor evidencia científica de que esta fruta, la más rica en vitamina A, generosa en flavonoides y muy rica en vitaminas y minerales, resulte ser ni tanto así más indigesta que cualquier otra.

Es más que probable que tal injustificada fama le venga al Curcumis melo de las malas consecuencias que para los Austrias Mayores, todos ellos furibundamente melonófilos, tuvo su inmoderadísimo consumo, que como inscribían los antiguos griegos en los frontispicos de sus templos, nada en demasía.

El que parece que pagó más caro el pato fue el emperador Maximiliano I, abuelo de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Germánico, otrosí de nuestro primer Austria  Mayor, dicen que fenecido a consecuencia de una indigestión de melones, aunque sabido es que la desgraciada circunstancia no hizo desistir al nieto del exagerado abuso de la cucurbitácea y que ya con un pie en la barca de Caronte en su retiro de Yuste, murió con lágrimas en los ojos al enterrase de que una inoportuna helada había arrasado con los melonares de la zona. En tal afición siempre le acompañó con gusto su única esposa, Isabel de Portugal, de quien se dice que comía melones hasta en invierno.


El hijo de ambos, Felipe II, siguió fielmente la orientación familiar hasta extremos patológicos de lo que dan fe tanto las referencias de sus físicos a estados calamitosos tras cenas melonares en distintas ocasiones, como las cartas que le escribía a su hijo Carlos, Príncipe de Asturias, desde la brumosa capital londinense en aquellos raros días en los que se refocilaba con su tía segunda y por ende segunda esposa, la desdentada y majareta María de Inglaterra, “Blody Mary”, rezumantes casi todas de nostalgia por los melones hispanos.


En su caso también había contado, como su padre, con la aquiescencia conyugal porque su primera mujer, María Manuela de Portugal, era melonadicta de manual, al punto de que, por ejemplo, sabemos por los cronistas que tras dar a luz a Carlos, y aprovechando que sus camareras se había ido a ver un Auto de Fe o apiolación publica y con escarnio de herejes, se embauló nada menos que tres melones.


Fenecidos los Austrias Mayores, la descendencia, empezando por Felipe III, el ludópata al que le fastidiaba sobremanera reinar, se fue alejando de la afición melonera, pero la mala fama pervivió con el tiempo, que ya se sabe que cóbrala buena y échate a dormir; cóbrala mala y échate a morir. 



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