Mi buen amigo Celso Vázquez Manzanares, me hace llegar la publicidad que en su día hiciera Emilia Pardo Bazán (de quien estamos liquidando con más pena que gloria su Centenario),
autora de las impagables obras La Cocina Española Antigua y La Cocina Española Moderna, ambas publicadas en 1913, en las que, amén de poner negro sobre blanco y por vez primera en la historia la receta de la fabada, hacía consideraciones de enorme calado, al estimar que la cocina es: “… uno de los documentos etnográficos importantes (…) Cada época de la Historia modifica el fogón y cada pueblo come según su alma, antes tal vez que según su estómago. Hay platos en nuestra cocina nacional que no son menos curiosos ni menos históricos que una medalla, un arma o un sepulcro”.
Así, la condesa y señora de las Torres de Meirás, empieza a armar la estructura de un discurso sobre el hecho culinario que hoy, desgraciadamente, ha desaparecido del cielo coquinario, que, aún plagado de estrellas, no se sabe si anda enfrascado en el Big Bang o en el Big Crunch; dicho de otra manera, que no se acierta a adivinar si está en explosión, en implosión o en maquinal errabundeo por los Cerros de Úbeda.
Pero volviendo al anuncio en prensa de la ilustre dama, lo que propone doña Emilia es un aceite de oliva de la marca MO, producido, según reza en la lata al pie en “Génova-Diano Marina”, que, consultado el preceptivo Google Maps, resulta ser una franja litoral del Mar de Liguria que conecta las dos ciudades por una carretera de 116 kilómetros y que, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, sus moradores nominaron Golfo Paradiso para atraer al turismo; algo que consiguieron con largueza gracias a la pimpante belleza de sus pueblecillos marineros, con fachadas pintadas de colores y gatos dibujados en las ventanas, unas magníficas anchoas y un festival de pescado (la sagra del pesce) que se celebra el segundo domingo de mayo. Discurso.
Tornando al reclamo de referencia, en el faldón puede leerse que el aceite de marca MO resulta ser: “… el mejor de los privilegiados aceites italianos”, añadiendo a continuación que, otrosí, es el: “…predilecto del refinado gustó francés, cuyo mercado conquistó”.
Para que nos entendamos, la gran figura de la cocina intelectualizada del momento anunciaba un aceite de oliva que le parecía excelente a los italianos y a los franceses, ergo, la atolondrada ciudadanía de la primera potencia mundial productora y exportadora del producto, debía consumirlo. A falta de discurso propio, tomemos prestado el de los vecinos.
Indago y descubro que actualmente hay en España un aceite de oliva que se llama igual que aquel de la Pardo Bazán, MO. Lo hacen de manzanilla cacereña, un varietal que me priva, y leo que su aroma, además de evocar la “frescura de los frutos de verano”, aporta: “… notas de plátano, alloza, flores y vainilla, pimienta y canela”… y me pregunto que será la alloza, para descubrir al pronto que, además de municipio turolense, es voz que viene del árabe hispánico alláwza y que designa al almendruco, almendra sin madurar y recubierta de una piel aterciopelada y verde, que es justo lo que nuestras madres nos hacían oler todos los días antes de ir al colegio. Memoria sensorial en fingimiento subyacente. Este es ahora el discurso. Como diría un castizo, “¡p’a morirse en la fresquera, oiga!”.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |