Los cánones de belleza han dado muchas vueltas y sufrido violentos vaivenes a lo largo de la historia. Uno de los extremos bien pudiera situarse en el tono de piel. Si hoy lo más de lo más para una mujer que se precie es estar morena broncínia, hace siglos esa pauta se situaba en la antípoda nívea, al punto de que las damas de alcurnia en la España del siglo XVII llegaban a comer búcaros o botijillos de barro cocido para provocarse opilaciones, suerte de clorosis o anemia que devenía en rostro palidísimo. Una costumbre o práctica por otra parte antigua y musulmana, documentada ya en el Bagdad del siglo XX, que los moriscos habrían allegado a la corte de los Austrias.
De ello da noticia y fe la escritora francesa Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, Baronesa de d’Aulnoy, en el relato de un viaje que la trajo a España entre 1679. Aunque en sus testimonios sobre la sociedad española de aquel tiempo hay bastante de exageración e incluso de invención, la afición de las cortesanas por el llamado barro sigilado y su tendencia a la bucarofagia aparece en testimonios tan irrefutables como las letrillas de Góngora, “Niña del color quebrado, o tienes amor o comes barro”; en La Dorotea de Lope de Vega: “¿Qué traes en esta bolsilla?... Unos pedazos de búcaro que come mi señora; bien los puedes comer, que tienen ámbar”; o en el soneto que Francisco de Quevedo dedica a Amarili, “… que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba muy al cabo de comerlos”. Por otra parte, algo de eso parece estar ocurriendo en el centro de la escena de Las Meninas de Velázquez, donde María Agustina Sarmiento de Sotomayor se inclina ligeramente ante la Infanta Margarita de Austria para ofrecerle un gracioso y diminuto búcaro.
Sea como fuere, la Baronesa de d’Aulnoy cita explícitamente: “Ya os hablé de la pasión que muchas ponen en mascar esta tierra; suelen quedar opiladas: el estómago y el vientre se les hinchan y endurecen, y la piel se les pone amarilla como un membrillo. Quise probar esa golosina tan estimada y tan poco estimable, y aseguro que preferiría comer asperón que tierra sigilada; pero si se pretende ser agradable a estas damas, es preciso regalarles algunos búcaros, que ellas nombran barros, y frecuentemente los confesores no les imponen otra penitencia que la privación de pasar un día sin probar aquella tierra, que, a juicio de muchas, tan excelentes y numerosas cualidades reúne; cura ciertas enfermedades, y en vaso de tierra sigilada se descubre cualquier bebida venenosa”.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |