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Comida de Calle O Street Food



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Juan Camilo Quintero
Eres lo que comes... o comes lo que eres?

A lo largo de la historia, hemos asociado el acto de comer a ciertos lugares, creamos espacios en nuestros hogares a los que llamamos “comedor” o “dinning room”, en los centros comerciales encontramos las plazoletas de comida y los restaurantes han sido ya por varios años el establecimiento por excelencia que aparece en nuestra mente cuando pensamos en “salir a comer”.

Pero antes de todas estas invenciones “modernas”, antes que el hombre dominara la arquitectura y fuera capaz de crear un entorno o espacio cerrado donde preparar y consumir sus alimentos, el cocinar y el comer eran acciones realizadas al aire libre. Claro que con el pasar del tiempo y la tendencia a estándarizar los entornos en que nos movemos, las paredes y construcciones (con justa razón) buscan hacer un poco más privada nuestra vida cotidiana. Los cambios en nuestro comportamiento son necesarios para la gastronomía como lo han sido para el desarrollo de la sociedad humana, nuestra tendencia a “buscar” constantemente nos permite de igual manera “cambiar” constantemente. Si por allá en el siglo XV el señor Colón (junto con otro grupo de expedicionarios) no se hubiesen interesado en buscar, los grandes cambios que el descubrimiento de América le trajo al mundo no hubiesen sucedido. Es por eso que, así como la gastronomía no se puede encasillar únicamente en la cocina, la cocina no puede ser encasillada dentro de las paredes de un recinto.

Así como nuestros antepasados cocinaban y comían en el exterior, hoy en día millones de personas diariamente consumen alimentos denominados “comida de calle”. Esta se prepara y vende en establecimientos en su mayoría improvisados donde se preparan todo tipo de frituras, guisos, sopas, dulces, etc. Estos alimentos en general no requieren complejas técnicas culinarias y su preparación se realiza en poco tiempo, los clientes los aprecian mucho debido a su rico sabor y bajo costo en comparación con un establecimiento tipo restaurante más formal.

La comida de calle a lo largo y ancho del planeta ha demostrado que además de encargarse de satisfacer las necesidades alimenticias de un porcentaje importante de la población, es un rentable y excelente negocio. Los “establecimientos” que venden este tipo de comida, funcionan a costos muy bajos, el pago de una renta mensual es mínimo o inexistente, la materia prima utilizada se consigue a precios económicos y los productos ofrecidos también, logrando así asegurar que la condición económica de sus clientes no sea un factor que los aleje de comprar el alimento que se quiere vender. Es tan exitoso el modelo de negocio que siguen las comidas callejeras que en la modernidad hemos buscado crear propuestas similares basadas en este mismo concepto, ejemplos son los food trucks que invaden cada día más las calles de las ciudades y las ferias gastronómicas al aire libre donde se caen los muros de las cocinas para trasladarse a las afueras, al contacto directo con el comensal. También muchas familias madrugan a diario a prepararse para una jornada de elaboración y venta de comida, prueba de eso es que muchos jóvenes en la actualidad pudieron acceder a algún tipo de educación gracias a las empanadas, arroces, dulces y otras delicias que sus padres vendían por las calles de sus ciudades.

 

Algunas preocupaciones traen las ventas callejeras, la expresión “de calle” denota algo dudoso, algo de lo que no se tiene certeza de donde proviene, de igual manera también genera ciertos temores en cuanto a aseo y salubridad ya que se teme que las condiciones en las que se manejan almacenan y preparan los alimentos no sean las más adecuadas y que los populares productos ofrecidos generen algún tipo de enfermedad a sus consumidores. Si bien es cierto que en la mayoría de puestos de calle no se cuentan con medios de refrigeración o congelación para almacenar sus materias primas, estos sitios generalmente compensan esa carencia con la compra diaria de sus ingredientes, buscando siempre la frescura de los mismos. Preocupa también la cercanía que actualmente tiene la comida rápida con las ventas callejeras, ya que con su escaso aporte nutricional pero elevado contenido calórico contribuye a la aparición de enfermedades como la obesidad y diabetes.

En mi opinión, el satanizar cualquier tradición culinaria es dañino para nuestra variedad gastronómica, pese a que nos preocupan las condiciones de higiene que rodean la comida de calle, las “complicaciones” que esta llega a causar por intoxicación o problemas digestivos serios son muy bajas, de igual manera, en los países asiáticos en especial el sudeste asiático (famoso mundialmente por su comida de calle) su población presenta unos de los índices más bajos de obesidad y enfermedades cardiovasculares. Es por eso que el generalizar es nocivo para cualquier escenario gastronómico, claro que hay mala comida callejera, comida que presenta riesgos para la salud, pero esa misma comida la podemos encontrar a diario en las cafeterias de las escuelas donde nuestros niños estudian.

Por eso es que este tipo de comida debe verse como una posibilidad a la que no hay que cerrarle de entrada la puerta, es necesario que cada uno, a nivel personal tome una posición crítica y por decisión propia escoja, dónde y qué tipo de comida va a consumir, teniendo en cuenta que en definitiva somos los que comemos.

 



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