A lo largo de la historia, hemos
asociado el acto de comer a ciertos lugares, creamos espacios en nuestros
hogares a los que llamamos “comedor” o “dinning
room”, en los centros comerciales encontramos las plazoletas de comida y
los restaurantes han sido ya por varios años el establecimiento por excelencia
que aparece en nuestra mente cuando pensamos en “salir a comer”.
Pero antes de todas estas
invenciones “modernas”, antes que el hombre dominara la arquitectura y fuera
capaz de crear un entorno o espacio cerrado donde preparar y consumir sus
alimentos, el cocinar y el comer eran acciones realizadas al aire libre. Claro
que con el pasar del tiempo y la tendencia a estándarizar los entornos en que
nos movemos, las paredes y construcciones (con justa razón) buscan hacer un
poco más privada nuestra vida cotidiana. Los cambios en nuestro comportamiento
son necesarios para la gastronomía como lo han sido para el desarrollo de la
sociedad humana, nuestra tendencia a “buscar” constantemente nos permite de
igual manera “cambiar” constantemente. Si por allá en el siglo XV el señor
Colón (junto con otro grupo de expedicionarios) no se hubiesen interesado en
buscar, los grandes cambios que el descubrimiento de América le trajo al mundo
no hubiesen sucedido. Es por eso que, así como la gastronomía no se puede
encasillar únicamente en la cocina, la cocina no puede ser encasillada dentro
de las paredes de un recinto.
Así como nuestros antepasados
cocinaban y comían en el exterior, hoy en día millones de personas diariamente
consumen alimentos denominados “comida de calle”. Esta se prepara y vende en
establecimientos en su mayoría improvisados donde se preparan todo tipo de
frituras, guisos, sopas, dulces, etc. Estos alimentos en general no requieren
complejas técnicas culinarias y su preparación se realiza en poco tiempo, los
clientes los aprecian mucho debido a su rico sabor y bajo costo en comparación
con un establecimiento tipo restaurante más formal.
La comida de calle a lo largo y ancho
del planeta ha demostrado que además de encargarse de satisfacer las
necesidades alimenticias de un porcentaje importante de la población, es un
rentable y excelente negocio. Los “establecimientos” que venden este tipo de
comida, funcionan a costos muy bajos, el pago de una renta mensual es mínimo o
inexistente, la materia prima utilizada se consigue a precios económicos y los
productos ofrecidos también, logrando así asegurar que la condición económica
de sus clientes no sea un factor que los aleje de comprar el alimento que se
quiere vender. Es tan exitoso el modelo de negocio que siguen las comidas
callejeras que en la modernidad hemos buscado crear propuestas similares
basadas en este mismo concepto, ejemplos son los food trucks que invaden cada día más las calles de las ciudades y
las ferias gastronómicas al aire libre donde se caen los muros de las cocinas
para trasladarse a las afueras, al contacto directo con el comensal. También
muchas familias madrugan a diario a prepararse para una jornada de elaboración
y venta de comida, prueba de eso es que muchos jóvenes en la actualidad
pudieron acceder a algún tipo de educación gracias a las empanadas, arroces,
dulces y otras delicias que sus padres vendían por las calles de sus ciudades.
Algunas preocupaciones traen las
ventas callejeras, la expresión “de calle” denota algo dudoso, algo de lo que
no se tiene certeza de donde proviene, de igual manera también genera ciertos
temores en cuanto a aseo y salubridad ya que se teme que las condiciones en las
que se manejan almacenan y preparan los alimentos no sean las más adecuadas y
que los populares productos ofrecidos generen algún tipo de enfermedad a sus
consumidores. Si bien es cierto que en la mayoría de puestos de calle no se
cuentan con medios de refrigeración o congelación para almacenar sus materias
primas, estos sitios generalmente compensan esa carencia con la compra diaria
de sus ingredientes, buscando siempre la frescura de los mismos. Preocupa
también la cercanía que actualmente tiene la comida rápida con las ventas
callejeras, ya que con su escaso aporte nutricional pero elevado contenido
calórico contribuye a la aparición de enfermedades como la obesidad y diabetes.
En mi opinión, el satanizar
cualquier tradición culinaria es dañino para nuestra variedad gastronómica,
pese a que nos preocupan las condiciones de higiene que rodean la comida de
calle, las “complicaciones” que esta llega a causar por intoxicación o
problemas digestivos serios son muy bajas, de igual manera, en los países
asiáticos en especial el sudeste asiático (famoso mundialmente por su comida de
calle) su población presenta unos de los índices más bajos de obesidad y
enfermedades cardiovasculares. Es por eso que el generalizar es nocivo para
cualquier escenario gastronómico, claro que hay mala comida callejera, comida
que presenta riesgos para la salud, pero esa misma comida la podemos encontrar
a diario en las cafeterias de las escuelas donde nuestros niños estudian.
Por eso es que este tipo de
comida debe verse como una posibilidad a la que no hay que cerrarle de entrada
la puerta, es necesario que cada uno, a nivel personal tome una posición
crítica y por decisión propia escoja, dónde y qué tipo de comida va a consumir,
teniendo en cuenta que en definitiva somos los que comemos.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |