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Bibiana Cocina Y Filosofía


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Manuel Julbe
LA MESA COMO MEDIO DE UNION LA RADIO PARA SU DIFUSION



Su padre, don Ramón Gareta Elizondo, o Ramoncito como le llamaban los alumnos a sus espaldas, era filósofo, pequeño y parsimonioso; hombre ensimismado, un poco lelo y autor de un ?Tratado de la simpleza o la memez permanente? fue el que la incitó a que estudiara filosofía, cuestión ésta que sacaba de quicio a Rebeca, su madre. A Rebe, como le gustaba que la llamaran sus alumnas del Gimnasio, era profesora de Educación Física y se sentía más atraída por la carne prieta y sudorosa del proletariado que por las meditaciones de pensador de su cónyuge; algo de razón tendría la chismosa de doña Sole, de profesión portera y lengua viperina, cuando le encontraba un cierto parecido a Bibiana con el bruto de Venancio, el lelo del repartidor del butano que traía locas a las vecinas de la finca.
Total que Bibiana estudió Filosofía e incluso llegó a doctorarse con una curiosa tesis sobre la influencia de la cocina materna en los pensadores de los siglos XIX y XX y que tituló ?Del fogón materno hacia la sabiduría?; trabajo académico que le valió la calificación de ?cum laude? y una beca de la Academia Francesa para profundizar en sus investigaciones. La pensadora afirmaba que los guisos maternos eran los responsables de que los grandes filósofos desarrollaran con éxito las teorías que son las bases del pensamiento contemporáneo. El humor negro que se atisba en la madurez del pensamiento del filósofo rumano Cioran lo atribuía Bibiana a los periodos de hambre que pasó de niño y a los desastres que cometía su madre en la cocina; la vigencia actual de la literatura y del pensamiento del francés Camus es una consecuencia de la cocina mediterránea, con marcada influencia norteafricana que alimentó su niñez; el difícil y conflictivo pensamiento de Nietzsche se debe a la rotundidad de los guisos alemanes de su abuela y a la contundencia de las chucrutas de su madre y la estupidez de los pensadores de medio pelo a la falta de caldos reparadores, aromáticos guisos y sobre todo, al desprecio por el chocolate.
Tengo que confesarles que viví con Bibiana un juvenil y apasionado romance durante los dos últimos años de Facultad; en el pequeño apartamento que compartíamos yo cocinaba y ella estudiaba. El pasado verano la encontré en la Universidad de verano de Santander; besos, risas y tiernos recuerdos que rememoramos en torno a un menú filosófico en el que no faltó la olla podrida que le gustaba tanto a Ortega y Gasset. Por cierto, Bibiana me comentó que su padre está escribiendo un ensayo sobre la placidez del bobo y su madre le da clases de aerobic a un fontanero de Vallecas.



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