Las tabernas o “cutre-bares”, como Fabio Macnamara en la obra de Almodóvar “Laberinto de Pasiones” los calificaba, están más de moda que nunca gracias a su novedad, o no tan novedad, llamada Yayos. Malasaña y sus bares antiguos están llenos de este cóctel o brebaje mágico que hace las delicias entre jóvenes y mayores, castizos y extranjeros, estudiantes y sin oficio ni beneficio.
Sin embargo, el sancta sanctorum del barrio en cuanto a los Yayos se refiere es Casa Camacho, situado en la Calle San Andrés. El Yayo es una mezcla de todo lo cañí en una copa, convirtiéndose en todo un néctar: Vermú de grifo, ginebra, gaseosa y algún ingrediente secreto que hace de los Yayos de Casa Camacho diferentes a los de los otros bares.
Luce espectacular ver cómo jóvenes de aspecto vintage, pin-up, los amigos de las Converse y aquellos que llevan gorro hasta el mes de julio se reúnen en estos bares que a priori no es el sitio donde se acostumbra a verles. Esto se une con los niños bien de la sociedad madrileña, los más punkarras y los señores y señoras mayores que creen que es muy pronto para irse a la cama. Todos a una, como Fuenteovejuna, y unidos por un solo fin: los Yayos. En un ambiente de aceitunas y boquerones, camareros de camisa blanca dos o tres botones abierta y de taburete, del duro, del de toda la vida.
Casa Camacho abrió sus puertas en 1927 y desde siempre ha sido un punto de referencia en el Madrid nocturno más castizo. Ahora, con el universo indie invadiendo Malasaña, no ha evolucionado, sino que han sido los clientes los que se han adaptado. Los de toda la vida a los nuevos consumidores y los otros a un ambiente atípico para ellos.