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Las Garrafas



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Juan Pablo Felipe

LAS GARRAFAS

Querida mía:

Hay días que estás avocado a adentrarte en las fuerzas más ocultas del destino y cada coletazo, cada bandazo te va arrastrando hacia el interior de tu destino final.

Estoy nervioso y sé que hoy es el día.

Tengo que buscar nuevo nido y tengo varias visitas a realizar. A golpe de teléfono y ya sin saber quién me llama, dónde voy, en qué rincón comenzar de nuevo… hay que empezar por algún lugar.

Una llamada es suficiente para comenzar la jornada en algún lugar de este rincón de nuestra tierra. Hay que visitar un apartamento, piso…Que más da. Hay que huir hacia delante, porque cuando sabes que estás destinado a vagar constantemente, no hay tiempo que perder, las cartas están echadas y cada día que pasa se convierte en un innecesario sufrimiento.

Nos esperan en la calle dos personajillos, ejerciendo de comerciales de una inmobiliaria, con pinta de “espabilaillo” uno y, paradito el acoplado. Nos enseñan un enjambre de “pisillos” con una distribución surrealista. A día de hoy no entiendo ni a los arquitectos y mucho menos a los constructores. Nada está en su lugar, excepto la puerta de entrada.

Uno usa el “orden espacial” como una especie de “catecismo” de conceptos irrenunciables y por más que lo intenten nadie, hasta hoy, me ha convencido de lo contrario. Inexplicable cómo una cocina está después del salón hacia el interior de la vivienda, sin ventilación, atrapada en un rincón, con una chimenea que circula por todo el “falso salón”, a modo de “tobera caldeable” para los escasos inviernos que por aquí se llevan, sin espacio para una lavadora, sin cuartillo-escobero-economato-calderero… Un salón cocina para intentar saber si es un piso, un cuadro de “Picasso” o una broma, esperando en cualquier momento descubrir la cámara oculta.

Habitaciones que dan a un patinillo de vecinos sin puerta con formas asimétricas y una geometría variable, sin armarios y con enchufes distribuidos para electrocutarte mientras duermes.

Cuartos de baño, quiero decir habitáculos sin luz, ni ventilación, de esos que te incitan a bajar al bar más cercano a disfrutar de esos íntimos momentos.

Elegimos 3 de ellos para pensarlo y a la tarde volveríamos a decidir la mejor opción.

El barrio, cómodo de ubicación, malo de clientela. No estoy conforme, pero la huida rápida cede ante lo que está ocurriendo. Al fin y al cabo, bien decorada puede ser una opción.

A la tarde decidimos cual de aquellos surrealistas espacios iban a ser nuestra morada durante una larga temporada. Mi mente está esperando salir corriendo de allí porque tengo otra visita en otro lugar, alejado y con desconocida expectativa. Al día siguiente debíamos firmar en sus oficinas por 3 años de alquiler y luego ya veríamos.

Después de apalabrar mi “piso asimétrico” me desplazo hacia otra barriada. Otra visita me espera.

Una conocida urbanización de veraneo cerca de la gran ciudad. Una torre ya entrada en años y con aspecto de eso mismo. El precio no es bajo, pero por mirar no pierdo nada. El vecindario no me convence, pero hoy las cosas no son como ayer. Estamos todos muy mezclados. O eso creo yo.

Siento que es una tomadura de pelo. Un apartamento de veraneo infame y un desaprensivo haciendo su agosto, que ya ha pasado la crisis. Un micro lugar, con todo “apelotonado” y sin espacio vital casi para respirar. No me imaginaba yo allí esperando las “hordas” de turistas durante julio y agosto, puentes, fines de semana…

Mi, busca paz, silencio.

Llega la tarde y los nervios me pueden. Va pasando el día y no encuentro lo que busco. El reloj corre en contra de mis emociones y necesito ya salir de donde estoy.

Tercera visita, sobre las 5 de la tarde. No dará tiempo para mucho más. De nuevo hay que desplazarse hacia otro lugar. He concertado otra visita. No sé donde voy, pero he pasado por allí a lo lejos en innumerables ocasiones. Desde lejos parece una urbanización en construcción, incluso algunos edificios parece que están torcidos. O a mí me lo parece.

Llegando mi sorpresa es importante. Una barrera infranqueable con un guarda de seguridad, jardines bonitos y bien atendidos, coches importantes circulando de entrada y de salida y un “Spa” de lujo a escasos metros.

Bueno, esto parece otra cosa. Urbanización tranquila y alejada del mundanal ruido. La finca es bonita.

Una hilera de apartamentos de 3 plantas, accesos dignos, espacios amplios. Umm! Esto me gusta más. Miro a mi chica y asiento. Me enseñan el apartamento y me quedo enamorado de las vistas y el interior es el justo, cómodo y con los espacios distribuidos como “Dios manda”.

¡Me lo quedo! Es mi expresión. Si, sí. Pago por adelantado 3 meses para empezar, no quiero que nadie más lo vea. Este es mío. Esas vistas desde la montaña al mar, me han enamorado. La cocina, integrada en el salón, una gran mesa central. Justo lo que necesito para inspirarme. Un ventanal hacia la naturaleza…

Allí mismo hago una “transferencia exprés” por teléfono para garantizar mi nueva vivienda. Acabo de adelantar 3 meses, más la fianza, más el mes en curso. Además de un mes de comisión para los intermediarios que pagué en efectivo. Un desembolso importante. Pero tengo lo que busco. Firmo el contrato de manera exprés.

Por fin respiro y miro a mi chica asintiendo. Me relajo, hemos llegado a la meta.

Quieren dejarme listo el apartamento de limpieza y demás y no podré ocuparlo hasta dentro de 2 días. Me dejan depositar un vehículo en el garaje y puedo ir trayendo mis cosas.

Un traslado es eso. Uno piensa que sus cosas dos cosas. De eso nada. Un traslado es una furgoneta larga y 2 “puñeteros” viajes. No nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que tenemos que desplazarnos. Entonces y solo entonces tomamos consciencia de lo que acumulamos.

Un día de “Telefurgo” y caso resuelto.

Allí dejé en un armario de la entrada 2 bidones de 20 litros de gasolina, que suelo llevar en los viajes.

(En mis viajes a Madrid llevo la gasolina de vuelta. Hasta hace poco el precio más alto de la gasolina estaba en la tierra donde vivo. Hoy es de las más baratas. Hasta 15 céntimos menos por litro, que en un viaje a Madrid y 1.300 km… es una “pasta”. Así que lleno el depósito y las garrafas para la vuelta. En un solo viaje has pagado el precio de las garrafas).

Así están las cosas.

Doy una vuelta por la urbanización y compruebo que es el lugar que había soñado y tengo la sensación de acierto a flor de piel. Buen lugar, vigilado, vecindario elegante. Quizás el que desentona soy yo, que ya me he hecho todo un lugareño del campo. Vivir en un cortijo tiene sus cosas…

De vuelta le comento a mi chica que mañana iremos a la oficina del piso surrealista que apalabramos para decirles que no estamos interesados. Que en realidad no es lo que buscamos.

Ya he pagado mi nueva morada, pero hay que ser buena gente y no desaparecer sin excusarme, cuando me están esperando.

Esta noche he dormido con emoción, pero relajado. En 48 horas comenzamos nueva vida.

Me levanto y nos ponemos rumbo a las oficinas de la inmobiliaria.

Las oficinas están en un pequeño edificio de ensueño, en un barrio apartado de lo bueno y lo malo y con apariencia de costar “a millón” el alquiler.

Mi chica me dice que le apetece ver uno de esos pisos y le digo que por lo menos cuestan el doble de lo visto. Nena, esto es mucho para nosotros. Pero bueno, por verlo, no perdemos nada. En la primera planta rezaba un cartel de “SE ALQUILA”. Un esquinazo brutal con pinta de disponer al menos de 150 metros de piso. Un imposible allí donde estaba ubicado.

La chica de la oficina, agradece nuestras escusas. No están habituados a que alguien vaya a disculparse por no cerrar el trato. Se agradece.

Le preguntamos por el piso de encima y nos dice que sí.

Entrar por aquel portal me hizo sentir algo especial. Este si que es mi lugar, me dije.

Abrió la puerta del piso y tarde 2 segundos en decirle: ¡Me lo quedo! ¿Qué cuesta este? El precio me obligó a vomitar: ¡¡¡¡¡mío!!!!!

No dije más. Bajamos a la oficina y le di 1 mes de adelanto, para quedarme con esa maravilla. En 20 días firmaríamos el contrato, pues el propietario estaba de viaje en “Hong Kong”. Dios bendito, has venido a verme…

Mi chica estaba descolocada. Acabas de pagar 5 meses ayer y hoy pagas otro más. Le dije que no se preocupara que llamaba a los otros y deshacía el trato. Me pongo con el “móvil” y deshago la transferencia ya.

Hay un tipo de trasferencias que son inamovibles. Pues yo di esa opción ayer y de repente el corazón me dio un vuelco. “La había liado parda”. Estaba a punto de perder unos miles de “leuritos” de aquella manera.

Bueno, tranquilo. Vamos a ver como soluciono esto. Llamo a los intermediarios y me dicen que bueno que ya veremos. Que iban a ver si podían vernos por la tarde. Me asusto. Cuelgo.

Me quedo bloqueado, pues tengo la sensación de que no van a devolverme el dinero y que tendré que asumir mi “cagada”. Tendré que quedarme al menos 3 meses aquí o lo que haga falta y renunciar a lo que acababa de encontrarme caído del cielo.

Las prisas siempre han sido muy malas consejeras y así me encontraba. En una fuerza centrípeta que me arrastraba al abismo de mi mismo. Toda la fuerza me llevaba a los centros de mi estupidez.

Llamo a mi gestor y me da la alegría del día. Además de no devolverme el dinero, pueden exigirme una indemnización por incumplimiento de contrato. Me quedo helado. Miro a mi chica con cara de circunstancias y le digo: “La he liado bien”. Como mal menor nos quedamos allí y ya está. Al fin y al cabo, veíamos esos anocheceres con vistas al mar que nos emocionaron…

No pasa nada. Si no nos devuelven lo pagado, nos lo quedamos. Con el pago que he realizado como anticipo del último no tendremos problemas. No hay nada firmado mas que un recibo de intenciones.

Pero yo quiero este, no el otro apartamento.

Me llaman por teléfono y quedamos para las 6 de la tarde para solucionar el caso.

Al llegar allí nos miramos con cierta tensión. Yo quería mi dinero y marcharme y ellos pensaban que allí había gato encerrado. Yo había pagado mucho dinero el día anterior y venía a que me lo devolvieran. Algo no cuadraba. Subimos al apartamento y realizaron una minuciosa inspección. Buscaban algo inexistente. No era normal devolver un apartamento en esas circunstancias y pensaban que alguna picia había hecho. Yo solo pensaba en mi dinero.

Bueno, dijeron. Venga, te traemos el dinero de vuelta. Les dije que la comisión se la quedaran, ya que habían realizado su trabajo y que eso era sagrado. Lo agradecen. Empezaron a caer billetes hasta de 5 euros. Me dijeron que se los habían dado así en el banco. Yo no me lo creía.

Bajamos al garaje, donde deposité mi moto y al ir a sacarla me di cuenta de que no tenía el dinero.

Dije: ¿Dónde está el dinero? Éramos cuatro personas mirándonos y levantando las manos en señal de que nadie tenía ese dinero que me acababan de dar y yo había guardado en mi bolsillo. Yo estaba aturdido. (Aquello era un: ¡¡Manos arriba, policía!!) De repente el dinero aparece en la maleta de la moto, aun abierta. Uff, que alivio. Todos asentimos. Los nervios del momento y las ganas de marcharnos me habían jugado una mala pasada.

Nos marchamos de allí “pitando”, como si acabáramos de cometer un delito y ellos perplejos por la situación.

El hecho era surrealista, incómodo e inédito.

Aquella noche, descansé mejor entre risas con mi chica. Acabábamos de salvar una situación complicada.

Al día siguiente vamos a tomar posesión de nuestro nuevo piso, nuestro flamante espacio. Vamos con mucha ilusión y con ganas de realizar el traslado. Alquilamos una furgoneta y en una mañana la cargamos con todo lo que cabía. Un segundo viaje y todo estaba listo. Devuelvo la furgoneta sin esperar al día siguiente por la mañana, fecha en que la tenía que devolver. Buen precio por un día de alquiler en “Telefurgo”.

Por la noche entro en el garaje y me habían reservado una majestuosa plaza para 2 coches o para 1 coche y 2 motos, en fin. Me sentí bienvenido.

La verdad es que hablando con los comerciales se presentó el propietario de la inmobiliaria y resulta que había sido cliente mío en “El Chaflán” durante años. Ahora entiendo todo. El sabía que acababa de agarrar un buen cliente. Yo le gustaba y eso se nota.

A día de hoy sigo en deuda con él. Tengo que cocinar algo y llevárselo. Por el estómago se conquista a la gente.

Sigo creyendo que una buena botella de vino, un buen pastel hecho en casa, un guiso de ensueño, ayudan a que todo fluya mejor.

Al abrir el maletero del coche eché en falta las garrafas de gasolina. Mi chica soltó una monumental carcajada…

Siempre tuyo…



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