Desde hace algún tiempo observo con curiosidad el enorme éxito en redes, muy especialmente entre el colectivo gastromonguer, zampafoodie y yantarinfluencer
De la novela del autor japonés Hisashi Kashiwai Los misterios de la Taberna Kamogawa, que salió a la venta en España el pasado año. Y estando justamente en estas consideraciones, tiene a bien regalármela el amigo Paco Patón, lo que me impele a la inmediata lectura, especialmente animado por lo que intuyo de introspección sobre la memoria del paladar que anima muchos de nuestros proyectos comunes.
La acción se sitúa en una taberna escondida entre callejones apartados de Kioto, ciudad afamada por sus templos budistas, sus hermosos jardines, sus artísticas y enigmáticas geishas y el Kaiseki, antiguamente ligado a la ceremonia del té y ahora convertido en visual aperitivo. El local, además de restaurante para estrictamente iniciados, ya que no se anuncia en forma alguna, es una “agencia de investigaciones gastronómicas” que manejan el ex policía Nagare Kamogawa y su siempre bien dispuesta hija Koishi.
La estructura narrativa, de una elementalidad próxima al mecanismo del chupete, se desliza por seis casos de personas que acuden a la agencia buscando que estos expertos detectives culinarios, puedan ofrecerle un plato que por distintas razones no están en condiciones de pedir y saborear en restaurante alguno. Cada caso, titulado con el nombre del plato de referencia, se planeta en dos capítulos. En el primero se plantea el problema y en el segundo se ofrece la solución. La simpleza se empieza a estirar como un chicle y sobre la base de diálogos tediosos y ramplones llega el primer caso, un viejo amigo de la familia, Hideji Kuboyama, muy interesado en el que le preparen un plato tal y como lo confeccionaba su esposa Chieko fallecida hace quince años. Se trata, explica, de la Nabeyaki-udon, una sopa a base de udon, el típico fideo grueso japonés de harina de trigo, láminas de pollo marinado, tempura de langostino, espinacas, huevo de corral semicocido, setas shiitake, semillas de sésamo, cebollino y tallos de bambú.
Tras, sesudas indagaciones y afinadas pesquisas, padre e hija dan con la fórmula exacta y se aprestan a seguir con su encomiable tarea, aunque lo normal es que a estas alturas el lector ya esté a punto de tirar la toalla, porque con idéntico formato y yendo al índice quedan por delante Estofado de ternera, Sushi de caballa, Tonkatsu, Espaguetis napolitan y Nikujaga.
Por lo que a quien esto escribe respecta, el temple que da haber leído en su día las Obras Escogidas de Herver Hoxha, la Historia de Tiempo, de Stephen Hawking, o el Poema de la Bestia y el Ángel, de José María Pemán, facilita y mucho seguir adelante sobre tan inane y huero texto, aunque permitiéndome alguna licencia de lectura al tresbolillo para llegar a la última receta, que es a petición de Hisahiko, un joven treintañero, elegante y triunfador, que anhela un Nikujaga como el que le hacia su madre que en paz descanse. Como quiera que entre lo poco que sé de cocina japonesa figura que este estofado tradicional japonés con patatas, cebolla, soja dulce y verduras, se prepara indistintamente con carne de ternera y de cerdo, consigo llegar al final en el que se rebela que la madre amantísima lo hacia con: “Ternera en lonchas finas, cebolla, zanahoria, hilos de konjac, y patatas de la variedad Danshaku, que le daban un toque dulce”. Resuelto el último caso, me dan ganas de volver sobre el Tonkatsu de la cuarta historia y su relación con la francesa Côtelette de veau, pero mejor lo dejamos para otro día, que entre la pesadez de la novela y el calor ambiental, vaya a ser que nos privemos.
Pedro Manuel Collado CruzLa cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente 1 receta publicada |