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«He querido escribir un libro para poner nombre a la enfermedad de la adicción»

Enganchado



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Libros de Cocina y Gastronomía

Las memorias crudas y sinceras del chef Raúl Balam Ruscalleda, hijo de la prestigiosa chef Carme Ruscalleda, en las que cuenta el duro camino,
al que se ha enfrentado a causa de su adicción a las drogas y al alcohol.Un testimonio que pretende ser espejo y revulsivo de una enfermedad no considerada como tal.

UNA ENFERMEDAD, QUE NO UN VICIO

Lo que quiere dejar claro Enganchado es que la adicción es una enfermedad neuroadaptativa y ambiental. Esto quiere decir que nuestras neuronas están adaptadas a funcionar con unas sustancias químicas o incluso a excitarse mediante imágenes, sonidos o pensamientos.

Podemos ser adictos a muchas cosas, consciente o inconscientemente. Podemos ser adictos a la cafeína, a la cocaína, a la televisión, a los videojuegos, a los juegos de azar, al

sexo, a las redes sociales, al alcohol... Cada una de ellas tendrá una forma concreta de manifestarse y, según nuestro tipo de adicción, conllevará unas consecuencias determinadas que afectarán nuestros sentimientos, nuestra forma de actuar y, en general, a toda nuestra vida y la vida de quienes nos rodean.

La adicción es una enfermedad crónica, y no «un vicio», como mucha gente cree. Y, no, no se cura solo con voluntad, ni de un día para otro, como sostienen, defienden e incluso se chulean algunos irresponsables.

Como enfermedad crónica que es, para recuperarse de la adicción se requiere de voluntad. De ganas, muchas ganas, infinitas ganas de curarse. Pero por uno mismo, no por los demás. Y como enfermedad crónica que es, requiere de tratamiento adecuado. Y largo. No hay otra. No existen los milagros.

La adicción nunca desaparecerá del cerebro de un adicto, pero con un correcto tratamiento es posible estancarla o estacionarla, para que quede latente y podamos llevar una vida «normal», si es que la normalidad existe. Los adictos, como enfermos crónicos, deben aprender a vivir, a convivir con la adicción, puesto que les acompañará el resto de

 sus vidas. Aprender a vivir, a convivir con ella, quiere decir conocerse, entenderse, quererse. Dicho de otro modo, reconocer nuestros límites y cambiar nuestra vida pasada.

La adicción es una enfermedad. Debes aceptarlo, comprenderlo y pedir ayuda, seas o no capaz de reconocerlo. La adicción no se controla, debes seguir un tratamiento para combatirla, evitar recaídas o prácticas de «curación» equivocadas.

EL ALCOHOL, LA PUERTA DE ENTRADA

«Mi puerta de entrada a la adicción fue el alcohol, una droga no considerada como tal, aceptada y extendida en nuestra sociedad, que acostumbra a acompañar todo tipo de comidas y celebraciones, diurnas y nocturnas. Por ello, y sin saberlo ni quererlo, mis primeros camellos» fueron mis padres, puesto que mi primera copa me la dieron ellos.

Tenía dieciséis años. En esa época no tomaba drogas duras, nunca había fumado ni un porro ni un cigarro, pero bebía más de la cuenta, algo aceptado y normalizado por la sociedad. ¡No está mal visto

que te emborraches cuando eres joven! Yo no contemplaba el alcohol como una droga. Ni nadie».

 

Las etapas iniciales de la adicción se caracterizan por la tolerancia y la dependencia. Tras cierto saboreo de la droga, el adicto comienza a necesitarla en mayor cuantía para alcanzar los mismos efectos sobre el talante, la concentración, etcétera. Esta tolerancia provoca un progreso geométrico del consumo que aboca en la dependencia. El drogadicto siente una intensa ansiedad compulsiva, un sufrimiento emocional que se convierte en físico si se le impide el acceso a la droga. Tolerancia y dependencia se deben a la anulación de ciertas partes del circuito de recompensa, lo que no deja de resultar paradójico.

Eric J. Nestler y Robert C. Malenka, «El cerebro adicto»

"La droga la empiezas a tomar socialmente pero acabas solo, solo y sucio. Con un caos de vida horroroso, intentando ser una persona que no eres, es muy duro"

Raül Balam para TV3

EFECTO PLACEBO

Hubo un tiempo en que usaba la cocaína para hablar, para expresarme, y la marihuana, para calmarme..., aunque esta droga me producía lo contrario. La gente se apalanca cuando fuma chocolate, pero a mí me volvía muy estúpido y hablaba como un loco. Nunca tomé pastillas para dormir, eso no, porque me daban mucho miedo; si te tomas dos o tres después de una noche de drogas, el cuerpo no lo soporta. «Amigos» míos murieron así. Y yo no quería acabar como ellos. Pese a todo, hubo un tiempo en el que tuve muy poca conciencia sobre los peligros de esa «vida». Llegaba a una discoteca, hacía un barrido visual y, normalmente, localizaba al camello sin fallar nunca. Después, vete tú a saber lo que me vendían. Es como si estuvieras enfermo, te dieran un botón y te dijeran: «Esto te va a curar». Ahora creo que la(s) droga(s) producía(n) en mí un efecto placebo y nada más.

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«Yo vivía para salir. Pensaba que drogarse era cool. En mi mente, si no te drogabas eras un paleto, y yo era guay, aunque en verdad era justo lo contrario. La imagen que proyectaba no tenía nada que ver con la que imaginaba en mi cabeza».

CADA DÍA LO MISMO; CADA NOCHE, TAMBIÉN

Aparcaba a pocos metros de un cajero automático, rezando por disponer de saldo o crédito. Sacaba el dinero para la transacción y me dirigía hacia la casa del camello, quien ya me esperaba. Entraba, saludaba y le preguntaba qué tal sin que eso me importara. Yo le daba el dinero, y él, las bolsitas preciadas. Volvía al coche como un rayo y conducía desesperado por las calles estrechas de mi pueblo hasta que llegaba a mi

casa. Y empezaba el festival, a solas, con la dama blanca. Abría una cerveza, me la bebía en cero coma. Y luego otra. Movía un mueble, escribía. Y otra. Y así me daban las seis e intentaba dormir. Y sonaban las ocho y oía las calles despertar. Y me sentía mal, muy mal. Y recordaba que aún me quedaba algo y me lo terminaba mientras me arrastraba a la ducha. Y abría el grifo, y el agua me dolía cuando me mojaba la cabeza. Y lloraba. Y me sentía una mierda. Y salía de la ducha pensando que un café lo solucionaría todo. Y en albornoz, con el café en una mano y un cigarrillo en la otra, me daba cuenta de que no había comido nada sólido desde el mediodía anterior. Y el reloj de la cocina marcaba las diez de la mañana, y a esa hora ya tenía que estar entrando en mi puesto de trabajo. Y pensaba una excusa mientras me cambiaba sin fuerzas y deshacía el trayecto recorrido diez horas antes con el alma por los suelos, prometiéndome «mañana dormirás, porque este ritmo te va a matar». Y llegaba tarde y me cruzaba con la sumiller que me volvía a decir: «Hueles a alcohol que apestas». Todos los días eran iguales; todas las noches, también. Porque en la adicción manda tu subconsciente y haces lo que haces porque tu cuerpo y tu mente lo necesitan. Y lo pagas caro.

 

CICATRIZ

«En el pecho tengo una cicatriz que siempre me recuerda la muerte. Antes de ingresar, salía de Moments pensando para mis adentros: «Hoy me voy para casa, hoy no consumo». Y, en el camino, paraba delante de mi camello de Sant Pol de Mar. Luego, me pasaba la noche masturbándome o moviendo muebles de un lado al otro de la casa. Una noche quise mover el sillón y pasarlo «por mis huevos» por una trampilla nada segura.

Empujándolo me caí de espaldas y un hierro me arañó. Veinte centímetros más a la izquierda y me lo clavo en el corazón. Y hubiese muerto. Solo. ¡Qué tristeza!»

5 DE MARZO DE 2013. EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE SU VIDA

Un día, mis padres y mi hermana se presentaron en mi casa asustados por si estaba «maquinando» otra «llamada de atención». Estuvieron llamando al timbre un buen rato o quizá todo el día... Como yo no respondía, mi hermana empezó a enviarme mensajes desesperados al móvil. «Raül, abre, solo queremos verte». Yo contestaba que estaba en la cama y que no me apetecía. Ellos siguieron insistiendo. ¡Hasta tiraron piedras a la ventana de mi habitación! Pero yo pasaba mundialmente de todos porque ya era oficial: mis padres ya sabían que se me había ido de las manos y yo me moría de vergüenza.

Mi hermana, Mercè Balam Ruscalleda, fue quien lo destapó todo, la que hizo saltar la alarma, la gran salvadora. Tras ese episodio tan desagradable con mis padres, hicieron que mi hermana se pasase por casa con cierta asiduidad para ayudarme con la limpieza... y, de paso, «hacer de policía». Yo siempre intentaba recoger un poco antes de que ella llegase, pero un día no lo hice. Y cuando llegó, se encontró decenas de latas de cerveza y restos de cocaína por toda la casa. Era el 5 de marzo de 2013. Sin pensárselo, Mercè se dirigió de inmediato a casa de mis padres y les contó que su hijo tenía un problema. Ya no pude dar más largas a sus intentos de hablar conmigo. Cogieron las llaves de mi casa, abrieron y se sentaron en las sillas del comedor. Allí los encontré, a los tres, mientras bajaba las escaleras tras salir de la ducha. La plana mayor sentada, esperándome. Faltaba la lámpara enfocándome, como en las series policiacas, porque allí mismo me sometieron a un tercer grado. Mientras mi hermana me miraba fijamente a la cara y nuestro padre tenía la mirada

El tatuaje oculto de Raül: una línea por cada año limpio

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perdida, nuestra madre me soltó: «Què hem de fer?» («¿Qué tenemos que hacer?»). «El que vulgueu» («Lo que queráis»), respondí yo. «Pues sube a cambiarte, que vamos al médico», concluyó mi madre, Carme Ruscalleda. Eso hicimos. Me vestí y fuimos a la consulta privada de mi médico de cabecera de la Seguridad Social, el doctor Bernardino Jimeno. «Tenemos un problema con Raül. Se droga», le introdujo mi madre. Oír esa frase en boca de mi madre fue como si me pegasen un puñetazo en el estómago, como si me sacaran el corazón. «Esto es jodido — respondió él . Lo único que podéis hacer es ingresarle». Así empezaba su andadura en el centro de desintoxicación Hipócrates.

INSTITUTO HIPÓCRATES: ASÍ ENTIENDEN LA ADICCIÓN

La adicción está catalogada como una enfermedad en los libros diagnósticos de salud mental dentro del área psicológica, y se caracteriza por la falta de control en el uso de una determinada sustancia. Esta provoca una serie de consecuencias negativas en el individuo, y el individuo, a pesar de saberlo, no lo puede controlar. Algunos libros separandependencias trastornos por sustancias; no es nuestro caso, ni tampoco el de otros centros. Nosotros consideramos

adicción a la predisposición de acabar generando una dependencia a cualquier sustancia psicoactiva, legal e ilegal, es decir, que tiene incidencia sobre el cerebro: en la conducta, en el humor, en la personalidad... Y no diferenciamos porque está demostrado que si la persona tiene la predisposición [...], la va a tener para cualquier tipo de sustancia psicoadictiva. El cerebro no distingue entre unas u otras.

 

Adicción es un término antiguo y de uso variable. Es considerado por muchos expertos como una enfermedad con entidad propia, un trastorno debilitante arraigado en los efectos farmacológicos de una sustancia, que sigue una progresión implacable. Entre las décadas de 1920 y 1960, se hicieron varios intentos para diferenciar entre adicción y habituación, una forma menos severa de adaptación psicológica. En la década de 1960 la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó que dejaran de usarse ambos términos a favor del de dependencia, que puede tener varios grados de severidad.

SUMARIO

Prólogo Introducción Presentación

Parte I. La adicción.

1. El alcohol: la puerta de entrada 2. Mi reino por una droga
3. Todo el mundo lo hace
4. La reina del carnaval

5. Yo solo no puedo

Parte II. La recuperación.

6. Hipócrates: la llegada
7. La terapia: un día cualquiera
8. El «juego de las películas»
9. La aceptación, las recaídas, el perdón 10. Vivir sin drogas: (re)aprender

Parte III. La vida.

11. La vida (así) sí es un carnaval
12. Murilo y yo, la extraña pareja
13. Free Way (Camí lliure): más que un documental
14. La música, el deporte e Instagram: la libertad
15. Entre el morbo y el juicio: la (des)información

Epílogo
Cocina abstemia Adiccion(ario) Agradecimientos Fuentes consultadas

«El 5 de marzo de 2023 cumpliré diez años. Diez años de mi nueva vida. Una vida limpia, sana, sin adicciones. Aún no sé cómo lo celebraré, pero lo haré, seguro. Y seguro que no tocaré ni una botella de vino, ni de cerveza, ni un cigarrillo, ni un porro. Porque quiero una vida de verdad. Porque he tenido muchas vidas, pero la que mola de verdad es la que estoy viviendo desde el 5 de marzo de 2013».

QUIÉN ES RAÜL BALAM RUSCALLEDA

Ral Balam Ruscalleda (Sant Pol de Mar, 1976) es chef e hijo de la multiestrellada ccocinera Carme Ruscalleda y del hostelero Toni Balam. Se formó en la cocina del mtico restaurante Sant Pau de Sant Pol de Mar, que cerró sus puertas en 2018. Actualmente dirige el restaurante Moments del Hotel Mandarin Oriental de Barcelona, un proyecto en el que trabajó con su madre, y que hoy da ostenta dos estrellas Michelin. Adems, está a cargo de la cocina del restaurante El Drac de Calella del Hotel Sant Jordi Boutique y del Sant Pau en Tokio, que abrió en 2004. En 2013 ingresó en un centro de rehabilitacin y dejó el

alcohol, la cocana y todas las sustancias a las que era adicto. Narró esta experiencia en el documental "Camí Lliure" (2020). Desde junio de 2022 está al mando nuevamente del Sant Pau, en Sant Pol, que ha reabierto sus puertas ahora bajo el nombre de Cuina Sant Pau.

 
QUIÉN ES CARME GASULL

Carme Gasull Roigé (Zaragoza, 1973) es periodista y
comunicadora. Licenciada en Ciencias de la
Informaci
n por la Universidad Autnoma de
Barcelona, colabora en diversos medios de tem
tica
gastroalimentaria, entre ellos la revista CUINA y el
portal Gastronomistas.com, del que es cofundadora.
Asimismo, ejerce habitualmente de presentadora en
charlas, ponencias y demostraciones culinarias en
ferias, jornadas y congresos del sector. Es autora también de una gu
a enogastronmica de Catalua, un cuento sobre la ratafa, un pequeo recetario sobre el azafrn, dos cuadernos sobre mercados y productos de temporada y ha participado en la redaccin de dos volmenes de la coleccin Sapiens de la Bullipedia.

El consumo de drogas continúa sumiendo en verdaderos infiernos a millones de personas y, con ellas, a sus entornos. Aislados progresivamente en una espiral de adicción y desesperación, vislumbrar una salida a semejante pesadilla es, cuanto menos, difícil. Por eso, Raûl Balam Ruscalleda comparte en estas páginas su historia personal con el fin de ayudar a
quienes estén pasando por lo mismo y de contribuir a normalizar una enfermedad muy
presente en nuestra sociedad. «¿Has buscado alguna vez una fotografia que te transporte a lo mas miserable de tu existencia? Para ilustrar este libro he revisado centenares y del cien por cien de las imágenes, un 85 por ciento es alcohol... Mi vida era tomar, tomar y tomar. No había otro fin. Mi enfermedad me engañaba para que pensase que lo hacía porque quería, pero me tenía
dominado.
Tengo una enfermedad: soy un adicto y lo seré toda la vida. La adicción no tiene cura, pero si la tratas, podrás vivir una vida plena. Podrás comer, salir, divertirte. En definitiva, vivir sin alcohol y otras drogas. Esto es lo que quiero explicar en este
libro. Y con mi testimonio, dar esperanza a personas y a familias que la estén viviendo»

 

 


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