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El Cantar de los Yantares



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Miguel Ángel Almodóvar
Investigador y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía

Durante algunos años, quien esto escribe fue pareja artística del actor Saturnino García, omnipresente en multitud de películas españolas y multipremiado por distintos papeles, especialmente por el de protagonista de Justino, un asesino de la tercera edad

 La función se llamaba El Cantar de los Yantares y pretendía ser un paseo por la poesía gastronómica de todos los tiempos. Yo hacía una introducción histórico-social al poema y Saturnino, a continuación, recitaba, siempre de memoria, con su voz telúrica y en dicción perfecta. Fue una época en la que investigué a fondo la influencia de la gastronomía en la lírica literaria y en la que llegamos a reunir un extensísimo repertorio de poemas realmente notables en torno a la comida.

Lógicamente, el público, con sus risas, jaleos y aplausos, nos iba guiando hacía la excelencia de algunos autores. Indefectiblemente, eran siempre dos los preferidos y estrellas: el sevillano Baltasar de Alcázar y el chileno Pablo Neruda.  

Del primero, poeta barroco del Siglo de Oro, siempre inevitable La cena jocosa: “Comience el vinillo nuevo/ y échole la bendición;/ yo tengo por devoción/ de santiguar lo que bebo (…) Si es o no invención moderna,/ vive Dios que no lo sé,/ pero delicada fue/ la invención de la taberna (…) La ensalada y salpicón/ hizo fin: ¿qué viene ahora?/ la morcilla, ¡oh gran señora,/digna de veneración!/ ¡Qué oronda viene y qué bella!/ Qué través y enjundia tiene!/ paréceme, Inés, que viene/ para que demos en ella/ (…) Alegre estoy, vive Dios;/ mas oye un punto sutil./¿no pusiste allí un candil?/ ¿Cómo me parecen dos?/Pero son preguntas viles/ ya sé lo qué puede ser:/ con este negro beber/ se acrecientan los candiles”.   

Respecto a Neruda era difícil detenerse en una pieza, porque el chileno dedicó odas y escritos a la alcachofa, a la papa frita, al bistec de hígado, al caldillo de congrio, o a las croquetas de cervatillo. Bardo gastronómico, escribió: “Quiero sonetos comestibles, poemas de miel y harina”. Poemas en compaña de buenos amigos y apetitosa comida, porque, decía: “… la camaradería no sólo debe ser generosa, sino sabrosa”.

Tres años antes de morir envenenado por agentes de Augusto Pinochet, en marzo de 1970, Neruda escribió un poema nostálgico de aquel Madrid de preguerra que tanto amó y que sitúa en aquella taberna de la calle de la Luna, donde, junto a varios de los poetas del 27, se embaulaba casi cada noche unas Judías a la bretona: “Dejé de ver a tantas gentes,/ ¿Por qué?/ Se disolvieron en el tiempo./ Se fueron haciendo invisibles (…) Dejé la calle de la Luna/ y la taberna de Pascual./ Dejé de ver a Federico./ ¿Por qué?/ Y Miguel Hernández cayó/ como piedra dura en el agua,/ en el agua dura./ También Miguel es invisible./ De cuanto amé, qué pocas cosas/ me van quedando para ver,/ para tocar,/ para vivir”.

El aldabonazo más reciente me lo brindó Alicia Mariño, Doctora en Filología Francesa y sabía de la lírica, dándome a conocer un exquisito poema del portugués Fernando Pessoa, una de las figuras literarias más importantes del siglo XX. Se llama Callos a la manera de Oporto y dice: “Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo,/ me sirvieron el amor como unos callos fríos./ Le dije con delicadeza al misionero de la cocina/ que los prefería calientes,/ que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos./ Se impacientaron conmigo./ Nunca se puede tener razón, ni en un restaurante./ No los comí, no pedí otra cosa, pagué la cuenta,/ y vine a pasear por toda la calle./ ¿Alguien sabe lo que quiere decir esto?/ No lo sé yo, y fue a mí a quien sucedió…/ (Sé muy bien que en la infancia de todo el mundo hubo un jardín/ particular o público o del vecino./ Sé muy bien que nuestro jugar era su dueño./ Y que la tristeza es de hoy)./ Lo sé de sobra,/ pero si pedí amor, ¿por qué me trajeron callos/ a la manera de Oporto fríos?/ No es un plato que se pueda comer frío,/ pero me lo trajeron frío./ No protesté, pero estaba frío./ Nunca se puede comer frío, pero llegó frío”.

Prueben a leerlo junto a la estatua de bronce que le representa junto al café A Brasileira del Chiado lisboeta, mientras degustan un Pastéis de Belém. 

Buena comida y buena poesía.

 


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