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Cuando los Fingers Se Hacen Huéspedes



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Miguel Ángel Almodóvar
Investigador y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía

En el refranero español, cuando los dedos se hacen huéspedes llega el agobio y el comecome. Justo lo que le está pasando a McDonald’s y a los fingers de pollo que en su día sustituyó por chicken tenders a mayor gloria de Mercadona

que ahora los vende como churros. A la avalancha de reproches que recibe la cadena de fast food desde la ciencia nutricional, y al bochorno de que tres de sus restaurantes en el Estado de Kentucky fueran multados en 2023 por emplear ilegalmente a más de trecientos menores, incluyendo a dos de 10 años, en los días que corren se añade un boicot planetario de proporciones impredecibles por su posicionamiento a favor del genocidio israelí.

Cuando la Oficina de Derechos Humanos de la ONU expresaba: “… serias preocupaciones de que se tratara de ataques desproporcionados que podrían constituir crímenes de guerra”, McDonald's anunciaba a través de Instagram una iniciativa para donar gratuitamente más de 4.000 comidas diarias a miembros del ejército ocupante israelí. Y claro, se armó el Belén, que además de la frase hecha es localidad de la Cisjordania, también masacrada en estos días por las tropas de Benjamín “Bibi” Netanyahu

Los primeros en reaccionar fueron los empleados estadounidenses de la firma publicando un mensaje que decía: “Condenamos la ocupación, el desplazamiento, la violencia de estado, el apartheid y las amenazas de genocidio que los palestinos tienen que afrontar”. McDonald’s se apresuró a matizar que esa no era, en forma alguna, su visión sobre el conflicto.

Las llamadas al boicot se han extendido por todo el planeta y son especialmente activas en los países árabes y en media Europa, generalmente coordinados por la organización BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), que pretende castigar a las empresas que apoyan al Estado de Israel, sin que en este caso España haya faltado a la cita.

Por ejemplo, a medidos de febrero pasado, un grupo de activistas, utilizando un complejo andamiaje, desplegó una enorme lona a la altura del número 85 de la madrileña calle de Alcalá en la que superpusieron la de McDonald’s en la que podía leerse “No me llames Muffin, llámame McDalena”, por otra que rezaba “Boicot McDonalds, llámame McGenocidio”, con una bandera palestina en medio. La autoridad competente procedió a efectuar cinco detenciones por desórdenes públicos. Casi en paralelo, varios jóvenes lanzaron pintura roja y dejaron un muñeco a la puerta del establecimiento sito en el boulevard de San Sebastián/ Donostia. Esta vez no hubo arrestos, pero los empelados de la cadena de comida chatarra se tuvieron que emplear a fondo en la limpieza de la fachada del local.

Por primera vez en cuatro años, desde la pandemia, la cadena ha informado de pérdidas millonarias y el  CEO de McDonald's, Chris Kempczinski reconocía un impacto comercial “significativo” del boicot. 

Fornicada debe andar la cosa cuando el mes pasado Omri Padan, el propietario de la franquicia israelí Alonyal Limited, anunció que había llegado a un acuerdo con la casa matriz para venderle las 225 sucursales bajo “ciertas condiciones” que no han sido especificadas. Para rematar la faena, desde Oriente Medio han puesto en circulación una imagen de un cliente de McDonald’s comiéndose una hamburguesa en la que el beef es un niño palestino, que a velocidad del rayo se ha extendido por el ancho mundo. “Éramos pocos y parió la yaya”, dicen que se le ha oído murmurar a Kempczinski.

 


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