Sara López
A raíz del trauma surgido por la segunda guerra mundial, se ha llevado a cabo un modelo de producción estandarizado y con la pretensión del coste mínimo por gramo de proteína. ¿Cómo se consigue esto? ¿A qué precio? ¿Realmente es necesario? Estas son algunas de las reflexiones tratadas a lo largo del documental, bajo multitud de cifras, datos y las opiniones de expertos.
Las propias especies han sufrido las consecuencias del cambio. No es raro oír hablar de selección genética o dopaje en animales con la pretensión de sustraer la máxima cantidad de proteínas de este. Se busca un engorde más rápido. El pasto ha sido sustituido por los piensos cuya materia prima es el maíz y la soja; lo cual tiene importantes consecuencias ecológicas por la necesidad de extensas plantaciones de ambos vegetales. El 18% del Amazonas ha sufrido las consecuencias.
Pero las repercusiones negativas, no solo afectan al resto. La alimentación a base de piensos que muchas veces se saltan las leyes sanitarias o de cuyos componentes aún no conocemos las repercusiones reales, tiene también sus consecuencias para nosotros: por un lado el problema de la obesidad por la ingesta excesiva de grasas en detrimento de los vegetales. Por otro lado, la economía de escala ha creado las condiciones ideales para la aparición de virus y epidemias; muchos animales juntos y con una genética similar. Recordemos la crisis de las vacas locas, gripe aviar, la fiebre porcina. Problemas surgidos de todo lo que rodea al nuevo sistema de producción, entre ellos el uso de antibióticos ocultos en muchos piensos. El problema es que estas crisis se solventan con la búsqueda de la cura pero no con el cuestionamiento de qué es lo que ha fallado previamente.
Por otro lado, el ganadero necesita el triple de producción para ganar lo mismo que antes. Esto ha implicado el abandono del campo y con ello la creación de granjas donde los animales se hacinan y alimentan a base de concentrados.
“Comemos carne, pero la muerte de los animales ha desaparecido de nuestra vida”. Los procesos de producción no se ven, no están cerca, ni uno mismo se pregunta en su casa como serán. Se han alejado a las personas del animal, para nosotros es solo un producto de consumo.
Pero si recobramos el sentido común, es posible crear granjas más sostenibles, en cierto modo, mirar al pasado para conseguir ir hacia el futuro y rectificar los fallos de este sistema de producción. Y sobre todo, comer cosas buenas y sanas. Hoy, solo dedicamos un 15% de nuestra renta a la compra de comida, cuando hace 50 años, se utilizaba un 80%. Hemos desvalorizado la alimentación, el consumidor busca el producto al menor precio posible, lo cual fuerza que la maquinaria de producción sea errónea. Si trasformamos la demanda y reclamamos productos de mayor calidad en las que el animal sea tratado como un animal y su sabor sea el propio del animal, el modelo cambiará hacia vías mas adecuadas.