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Columna: Manteles y sábanas

Mediterránea Del Mundo



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La vida en mallorquín es: sa vida.  Y qué es sa vida... una inexplicable experiencia agotadora pero excitante.  Complicada pero simple.  Una hermosa rosa con jodidas espinas, que al final todo va de cómo pretendes agarrar la flor.  Pero dejemos el tema, que hoy no nos atañe esto, porque también es un restaurante de Palma, -con su homónimo en Ibiza-, joven, envalentonado, talentoso y con gastronomía que ellos denominan "Mediterránea del mundo".  Anda, como yo.  Y de la misma manera que en tu vida incidirán sin remedio alguno con quienes te relaciones, en un restaurante, también la relación de l@s camarer@s con el comensal incidirá sin remedio alguno en su experiencia gastronómica. 

Nuestras relaciones vitales suelen dar comienzo en el seno de la familia con los miembros de la misma, y a Sa Vida, llegué de la mano de mi hermano.  Todo fue improvisado, como los buenos planes.  Comenzaron a llegar amigas y amigos.  La mesa iba creciendo, al mismo ritmo que las copas de vino menguaban.  No sé qué pasa pero siempre nos tocan copas defectuosas que pierden.  Nadie tenía previsto cenar, aunque nadie se interpuso ante la propuesta de pasar una agradable velada en torno a una mesa.  Comenzó la degustación ya que decidimos que eligieran las dos almas visibles del lugar, lo que íbamos a cenar y a beber, donde manda patrón no manda marinero.  Y a nosotros nos encanta navegar.

Una de ellas nos hizo un anuncio de los platos que iba a sacar, y a la que oímos "croquetas", Marta dijo sí, pero sácalas lo primero, antes de que llegue Mercedes, a lo que todos reímos cómplices.  Y es que, las croquetas pueden transformarse en un símbolo de fuerza bruta.  Comida y emociones constantemente se fusionan.  Como cuando la única manera que tiene una suegra para expresar su descontento,  y ante la imposibilidad de remendar la elección de pareja de su hijo, hace siempre croquetas para comer cuando viene su nuera a casa.  Porque su nuera las odia.  El ataque silencioso de las croquetas.  Nosotros por respeto nos las comimos tan rápido que no me dio tiempo ni de hacerle una foto al plato.  No había que dejar rastro del delito.  Creo recordar que unas eran de txipirones y otras de boletus con roquefort y manzana confitada.  A mi las croquetas me encantan, pero no tengo suegra.  Juan, que fue uno de los primeros en llegar y comió croquetas a dos carrillos, nos contó que a él le sucedía algo similar con su alergia a los crustáceos en su cena de Navidad durante los ocho años que estuvo casado.  En este caso al final ganó la nécora de su suegra.  Aterrizamos forzosamente en lo que siempre digo, cocinar es un acto de amor.

Llegó Mercedes con Esther casi a la vez que las Samosas Indias con curry y el Carbón de bacalao, y nosotros ya discutíamos sobre cuál sería la siguiente botella de vino a descorchar si MontSant de Tarragona o el Tormentoso de Sudáfrica.  Anteriormente comenzamos con un Selva de Mallorca.

Foto: Carbón de bacalao, con mahonesa de wasabi y ensalada Nicoise

Momento para el que para mi fue el plato estrella de los que probamos: el "Clásico a nuestra manera", espectacular.  No dejen de probarlo si tienen ocasión.  Deseando estoy de tomarlo de nuevo.

Foto:  Clásico a nuestra manera, con tomate kumato, pimientos de piquillo, ventresca, alioli de pera y pesto.

Como en la vida cuando algo va bien, quieres más y más, de modo que seguimos con el tartar de atún, de salmón, entraña con chimichurri...  Un festival, cabe decir que éramos siete, con buen saque, pero en ese momento jalando, siete.  No hay foto de todos los platos, porque no puedo estar en todo.  Y eso que yo no como carne, pero hablo mucho. 

Foto: Tartar de atún con fresas y chips de plátano.

Los postres se suelen compartir, siempre caen algunos para el medio, ¿no? Pues así fue, y cayeron Wasifú de piña, Tiramisú My way y Brownie bicolor.

Foto: Wasifú de piña siendo atacado por mi amiga.

La última en llegar fue Silvia, que no llegó anteriormente porque está haciendo la dieta del Sirope con su jefa/amiga, y como no iba a cenar, llegó al café.  Si la vieran, tiene un cuerpo de escándalo, pero lo hace para apoyar moralmente a su jefa/amiga....  Otro gesto de amor simbolizado con la comida.  Aunque yo sea anti dietas.  Ahora, que se pidió un café con leche y le echó media botella de Baileys, la quiere mucho pero, -tampoco hay que llegar a extremos-, afirmó.

Al terminar la travesía navegando por sabores del mundo, las dos fantásticas capitanas nos dejaron en buen puerto, en el de Santa Catalina, y ya que estábamos con pie, aunque no muy firme, en tierra, queríamos saltar a las calles a comernos ahora la noche.  Por cierto, que como dice un amigo: -Gracias a los turistas, el ocio en Palma es cojonudo-, y estoy de acuerdo.


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