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Rossini, una vida entre Euterpe, Afrodita y Gasterea

Giovacchino o Gioaccino Antonio Rossini, nacido en las postrimerías del siglo XVII en el municipio de Pesaro, perteneciente entonces a los Estados Pontificios, vivió su, para la época, dilatada vida enredado y trufado entre las asechanzas, privilegios y reconvenciones de una diosa y de dos musas del Panteón griego.


La muy placentera Euterpe le proporcionó la inspiración musical que le valdría un lugar de privilegio en la historia como compositor de varias obras religiosas, cantatas e himnos, pero, sobre todo, de 37 óperas, entre las que destacan El señor Bruschino, Tancredi, El barbero de Sevilla, Moisés en Egipto, Otelo o Guillermo Tell.


Por su parte, Afrodita le dotó de una fuerte disposición a la lujuria y de un notable priapismo para satisfacerla, aunque aparejada, eso sí, de algunas penitencias, como gonorrea en su juventud y obesidad mórbida en la edad adulta que le impedía la realización de anteriores proezas, pero que, si hemos de creer al novelista francés Edmond de Goncourt, sustituyó por veladas amenizadas por muchachas adolescentes que con el torso descubierto se dejaban manosear los pechos por el compositor, quien finalmente les daba a chupar su dedo índice en una suerte de metafórica felación. Entretenimientos estos que hoy juzgaríamos como muy próximos o directamente inmersos en la pederastia, pero que para los estándares morales de su tiempo no pasaban de ser inocentes juegos de un viejo verde y calavera.


Finalmente, Gasterea, la décima de las nueve musas canónicas, al modo del mosquetero D’Artagnan y creación del gran Brillat-Savarin, le ungió con los santos oleos de las artes culinarias y le instruyó en los goces de la buena mesa; un empeño coronado con tanto éxito que hoy son muchas las preparaciones coquinarias, unas pergeñadas por él mismo y otras aprendidas del gran gastrónomo y cocinero Marie-Antoine Carême, que ostentan el título o marchamo “a la Rossini” y entre las que brillan con especial fulgor el tournedó, los canelones, el pollo salteado, el filet mingon, los huevos revueltos, el arroz, los tallarines, la pularda, la suprema de ave, el lenguado y el aliño para ensalada. En justa contrapartida, Rossini, en la cima mundial del éxito, abandonó la composición musical a los 37 años, los mismos que óperas había compuesto hasta entonces, para dedicarse en cuerpo y alma a la cocina y a la gastronomía.


De su extenso repertorio de citas al respecto, un par puede ser muestra suficiente para trazar un atisbo de su perfil. En la primera, el maestro nos dice: “El apetito es la batuta que dirige la gran orquesta de nuestras pasiones”; en la segunda, de aún mayor hondura filosófica, sostiene: “Comer y amar, cantar y digerir; esos son a decir verdad, los cuatro actos de esa ópera bufa que es la vida y que se desvanece como la espuma de una botella de champaña”.



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Albert

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