A veces, la sorpresa más grande se esconde donde menos la esperamos. Basta dejarse llevar por las carreteras que cruzan el Poniente granadino, entre mares de olivos que parecen custodiar la memoria de siglos, para llegar a Alomarte, una pedanía humilde y tranquila de Íllora. Allí, donde nadie imaginaría un templo culinario, se levanta Camino de la Huerta, un restaurante que redefine lo que significa comer bien en Granada.
Un brindis, con Ángel y Vicente, por la buena mesa
Tuve la suerte —y el privilegio— de sentarme a su mesa hace apenas unas horas, invitado por mi querido amigo Ángel Álvarez, uno de los grandes nombres del aceite de oliva virgen extra en España. Ángel me habló del lugar con la serenidad de quien sabe que va a acertar. Y acertó. Desde el primer instante supe que estaba entrando en un espacio especial.
La magia de Camino de la Huerta no es solo gastronómica; es también sensorial. El calor amable de la chimenea, la luz suave que envuelve la sala, la serenidad del entorno rural… todo prepara al comensal para una experiencia que va más allá del plato. Pero, claro, luego llega la cocina. Y ahí aparece Vicente Jiménez.
Vicente es uno de esos cocineros que honran el oficio: inquieto, estudioso, enamorado del buen producto y, sobre todo, profundamente respetuoso con la tradición. Su cocina es un puente entre la memoria y el futuro. En cada plato hay técnica, hay creatividad, hay frescura… pero nunca se pierde el pulso de esa gastronomía granadina y andaluza que nace del fuego lento y del sabor verdadero.
Sorprende —y emociona— ver cómo consigue elevar la cocina de siempre a una categoría moderna y vibrante sin traicionar su esencia. Ese equilibrio, tan difícil y tan necesario, es quizá uno de los grandes méritos de este joven chef que ha convertido el negocio familiar en un referente culinario del Poniente.
Mención aparte merece su trabajo con la trufa, producto que ha colocado en el mapa gastronómico nacional gracias a unas jornadas que ya son cita obligada para los amantes del aroma más noble y evocador de la tierra.
Y como toda gran cocina merece una gran compañía, la bodega del restaurante es un auténtico tesoro: vinos escogidos con criterio, diversidad y mimo, capaces de elevar aún más la experiencia del comensal.
Vicente nos muestra su excelente bodega
La comida que compartí con Ángel fue un espectáculo de sabores, texturas y sensaciones. Pero también fue —y esto no lo consigue cualquier lugar— un momento de disfrute emocional, de esos que uno recuerda con gratitud. Porque Camino de la Huerta no solo alimenta: acoge.
Por eso, al salir, no pude evitar pensar que Granada tiene aquí uno de sus restaurantes imprescindibles. Y que detrás de esa excelencia está la visión, el trabajo y la generosidad profesional de Vicente Jiménez, un cocinero que ha sabido hacer de un rincón humilde un verdadero paraíso gastronómico.
Este es uno de los platos que tuve la suerte de degustar como este maravillooso y exquisito garbanzos con carabineros