En el universo de la gastronomía, donde los sentidos se elevan y la pasión se transforma en arte, hay nombres que brillan con luz propia. Para mí, uno de ellos, sin duda, es mi gran amigo Florencio Sanchidrián. No basta con decir que es el mejor cortador de jamón del mundo: Florencio es el alma del jamón, su voz y su intérprete más sublime.
No corta jamón, lo acaricia, lo respira, lo entiende… y lo convierte en emoción pura. Cada loncha que nace de su cuchillo es como un verso escrito con paciencia y amor. Su maestría es tal que el tiempo parece detenerse cuando trabaja: sus manos bailan con una precisión de cirujano y la sensibilidad de un poeta.
La Academia Internacional de Gastronomía en París lo nombró Embajador Mundial del Jamón, y no hay persona que lo merezca más. Florencio no solo corta jamón: lo interpreta, lo eleva, lo convierte en un espectáculo cultural y humano que conmueve a todo el que tiene el privilegio de verlo. Por eso, personalidades de todo el mundo lo buscan para eventos únicos, sabiendo que lo que él hace es irrepetible.
Pero más allá del genio y el artista, está la persona. Florencio es, para mí, un compañero y un amigo verdadero, con un corazón enorme y una humildad que impresiona tanto como su talento. Es alguien que no solo piensa en sí mismo, sino en engrandecer la cultura gastronómica, impulsando reconocimientos como la Cruz al Mérito Gastronómico, que refleja su deseo de dar valor a todos los que ponen pasión en este mundo.
Hablar de Florencio Sanchidrián es hablar con orgullo, pero también con cariño. Porque no solo es un referente mundial: es mi amigo, alguien a quien admiro profundamente y con quien comparto no solo el amor por la buena mesa, sino por la vida misma.
Florencio es único. Verlo cortar jamón es presenciar cómo el tiempo se hace eterno, cómo cada bocado se convierte en arte. Pero lo más grande que tiene es su alma: generosa, brillante y cercana.