Aunque ya tuve el honor de decirlo públicamente el pasado sábado 12, adelantándome dos días a la celebración, durante mi intervención en el acto de mi nombramiento como Cofrade de Honor de la Confraria dos Gastrónomos de Lisboa, que encabeza mi querido amigo José Manuel Alves —evento del que prometo hablaros con detalle en esta revista—, hoy quiero dejar constancia escrita, y con letras bien grandes, de una fecha que merece ser celebrada con júbilo, alegría y muchísima gratitud: ¡el 90 cumpleaños de nuestro queridísimo amigo y cofrade Rogelio Samper Almodóvar!
¡90 años, nada menos! Se dice pronto, pero quien conoce a Rogelio sabe que esa cifra no le hace justicia. Porque hablar de él es hablar de juventud perpetua, de chispa en la mirada, de una energía contagiosa que desarma a cualquiera. 80 + 10, como a mí me gusta decir… aunque, sinceramente, parece que acaba de estrenar los 50. Y no exagero: basta con pasar cinco minutos conversando con él para comprobar que está más despierto, vital y lleno de vida que muchos que podrían ser sus nietos.
Pero lo suyo no es solo cuestión de buena salud o genética privilegiada. No. Es también —y sobre todo— una cuestión de actitud, de inteligencia, de sensibilidad, de humor refinado, de elegancia natural y, sobre todo, de un corazón inmenso, siempre dispuesto a dar, a compartir, a construir.
Rogelio es un referente. Un decano respetado y querido en el mundo de las cofradías gastronómicas, sí, pero también un verdadero caballero del alma, de esos que se hacen querer sin esfuerzo, que dejan huella por donde pasan y que elevan con su presencia cualquier conversación, mesa o encuentro.
Desde su querida Cofradía del Vino de Alicante, a la que tanto ha dado y sigue dando con entusiasmo inquebrantable, ha sabido tejer lazos, abrir caminos y dar prestigio a la cultura gastronómica, defendiendo siempre —con pasión y alegría— los valores del compañerismo, el buen gusto, la tradición y el respeto por nuestras raíces.
Pero más allá de títulos, cargos o reconocimientos —que bien ganados los tiene—, Rogelio es, sobre todo, una gran persona. De esas que uno siente que ha tenido suerte de conocer. Un amigo fiel, un consejero sabio, un ejemplo viviente de cómo se puede envejecer con arte, con gracia y con amor por la vida. Un embajador del buen hacer y del buen ser, no solo en España, sino también en muchos rincones de Europa, donde su nombre y su simpatía abren puertas y conquistan corazones.
Y sí, claro que hablaremos de ese sábado tan especial en Lisboa —donde, junto a mi querido Aurelio y nuestro gran amigo Miguel Ángel Díaz, Gran Maestre emérito de la Cofradia del Queso de Cantabria, tuve el honor de ser investido cofrade—, pero hoy no toca hablar de mí ni de nosotros.
Hoy este espacio es todo tuyo, Rogelio.
Gracias por ser como eres. Por enseñarnos, con tu ejemplo, que la edad no se cuenta en años, sino en abrazos dados, en risas compartidas, en proyectos impulsados, en amistades forjadas a fuego lento. Por recordarnos que cuidarse, disfrutar de una buena mesa, mantenerse curioso y —¿por qué no?— tomarse una copita de buen vino (o dos... o tres, que para eso estamos entre amigos), es también una forma de celebrar la vida.
Te queremos. Te admiramos. Te celebramos.
Y queremos seguir haciéndolo muchos años más.
Querido Rogelio, felices 90. Que esta nueva vuelta al sol te encuentre rodeado de todo el cariño que mereces, con la copa llena, el corazón alegre y los brazos abiertos.
Un abrazo inmenso y todo mi cariño en este día tan especial.