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El otro día escuché



El otro día escuché que, en una ciudad de México, hay gente que se opone a la apertura de un Mcdonald?s porque, según dicen sus habitantes, es una forma de invasión y de romper la cultura del pueblo.

Pero amigos, esto que escucho que pasa en México lo escucho en otros lugares, y lo preocupante es que incluso lo dicen los propios cocineros (de dónde pensaremos que viene, hablando de España, la tortilla de patatas?)

Que lo diga algún político o algunos que van de progresistas y, en el fondo, son unos pobres de espíritu, me parecería mas o menos una chorrada, pero que lo digamos sin pensar, no sé, me preocupa.

Sería tanto como decir que en ninguna parte del mundo se podrían intercambiar las cocinas: si son hamburguesas y nos gustan, como resulta que son imperialistas americanos, nos da miedo.

¿No tendría que darnos miedo la pizza? Porque a ver, si no, con esta teoría, qué sería la pizza más que la invasión de los italianos, y siguiendo con el planteamiento....la invasión de la propia mafia, o por lo menos de la mafia de los kilos, porque resulta que la pizza también engorda. Sin embargo, entran en nuestras casas, nos invaden por teléfono, y no nos da reparo ver esas películas americanas donde un señor muy grande de huesos y de espíritu y con camisa sucia, está con su pizza y sus cervezas delante de la TV.

Tanto como hablar del sushi. Con el sushi llegaría la invasión nipona. Ya sabéis, la invasión de los transistores campando por Villarobledo, por poner un ejemplo.

O como hablar de las creperías. Los franceses invadiendo nuestros lugares santos con esas cosas hechas de harina y rellenas en muchos casos de nata chocolate y demás historias que lo único que nos traen son calorías en nuestros lindos culitos.

Y, por no alargarme más dando rollitos (de primavera, la invasión amarilla), podríamos hablar de la invasión texmex, la de la paella (también nosotros invadimos, por si no nos habíamos dado cuenta), la invasión hindú del curry (con dolor de estómago a la salida), y así podría empezar de nuevo...

Yo creo que más que invasión externa, son nuestros propios miedos los que nos invaden, los que nos llevan a protestar y a querer erradicar (que, en el fondo, es más cómodo) antes que reconocer que hemos sido (estamos siendo) un poco dejados en la educación gastronómica de los más jóvenes, básicamente, porque estamos siendo un poco dejados en la autoeducación gastronómica. No terminamos de querer saber cómo se puede equilibrar nuestra dieta. Si tenemos miedo a la invasión...¿no será que nos reconocemos una nula capacidad de selección? ¿será que nos da miedo reconocer que muchos padres no saben salir a comer a otros sitio que las hamburgueserías porque allí pueden sentarse y los niños no protestan (¿les hemos enseñado en casa a comer sentados en la mesa en la que come toda la familia y comer ?según edades- lo que come toda la familia?) y dejar a los hijos sueltos por ahí.

Será que no sacamos el tiempo necesario para cocinar en casa y es mas fácil parar con el coche y llevarlo a casa y no hay que limpiar los platos porque están en plástico jejeje, qué bien.

O serán nuestros miedos internos, quiero decir que a mí me gusta la hamburguesa, y el sushi, y la pizza, y los creps, y la paella, y cualquier plato que esté bien hecho.

Pero quizá se puede disfrutar realmente de estos platos si, al comerlos, no tenemos miedo de que se nos vaya a olvidar cuál es nuestra cocina (la de cada cual), ni miedo a que me nos dé pereza ir al mercado.

Comer cada día lo mismo (da igual que sea un pollo chilindrón, que foie) sería un horror y un ataque a la salud. En mi caso particular, sólo comer lechugas o comer hamburguesas de Tofu (que me encantan), también haría que me sintiera limitado.

No tenemos que tener miedo de mirar: hay que saber que todos los tiempos cambian y hay que estar abierto a lo que las comunicaciones entre las personas nos traigan. No hay nada más tradicional que eso.

Aunque, por supuesto, hay que pedir a las cadenas empresariales que difunden a lo grande estos platos de otros países, que respeten el medio ambiente, la ordenación de fachadas y el sabor y la calidad de los platos.

Prohibir no es la solución.

En el próximo editorial trataremos el tema de los restaurantes que no dejan entrar a los niños. Me podéis enviar vuestras opiniones desde ya a: mailto://koldo@afuegolento.com

Koldo Royo


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Albert

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