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El restaurador que convirtió Marbella en su hogar… y en su legado.

Santiago Domínguez: el alma de la hostelería marbellí y maestro de la gastronomía española

Hablar de Santiago Domínguez es hablar de Marbella. No de la Marbella de las modas pasajeras ni del lujo superficial, sino de la auténtica, la de verdad. La Marbella que huele a mar, a cocina con alma, a hospitalidad sincera. La Marbella que él ayudó a construir con esfuerzo, con pasión y, sobre todo, con un corazón tan generoso como su sonrisa.

Santiago es uno de esos nombres que no necesitan apellidos. Basta decir “Santiago” y todo marbellero —y cualquier amante de la buena mesa— sabe de quién hablamos. Es sinónimo de elegancia en la mesa, de excelencia gastronómica, de una vida entregada con humildad y rigor al noble arte de acoger, cocinar y hacer feliz a los demás.

Un referente nacido de la humildad

Nacido en Valdecondes, un pequeño pueblo de Burgos, Santiago Domínguez es marbellero por elección y ciudadano del mundo por vocación. Su historia es la del hombre hecho a sí mismo, que tras cumplir el servicio militar empezó desde abajo, cocinando en Madrid, Londres, y de nuevo en la capital española, hasta que el destino —y quizás también el instinto— lo llevó a Marbella.

Allí, en 1957, Santiago levantó con sus propias manos el primer chiringuito de La Fontanilla. Un punto de encuentro humilde frente al mar, que con los años se transformaría en uno de los templos gastronómicos más emblemáticos de España: la inolvidable Marisquería Restaurante Santiago.

Una vida que cambió una ciudad

Desde aquel primer día, Santiago no dejó de trabajar, de innovar, de soñar. En 1965 trasladó el restaurante a la calle Antonio Belón, y en 1973 lo ubicó definitivamente en el Paseo Marítimo. Aquel lugar se convirtió en parte esencial del paisaje y del alma de Marbella. No era solo un restaurante: era una institución.

Miles de personas cruzaron sus puertas. Reyes, artistas, políticos, escritores, celebridades de todo el mundo: Don Juan Carlos y Doña Sofía, Grace Kelly, Vargas Llosa, Dalí, Onassis, Jacqueline Kennedy, Liza Minnelli, Kofi Annan… Pero más allá de la lista de ilustres comensales, lo que realmente distinguía al restaurante Santiago era que todos —desde el vecino del barrio hasta el aristócrata más sofisticado— se sentían como en casa.

El alma que se echa de menos

Este verano, paseando por el Paseo Marítimo de Marbella, en ese rincón donde la brisa acaricia el rostro y los sonidos del mar se mezclan con las risas de la gente, me ocurrió algo que no esperaba. Iba disfrutando del ambiente vibrante y los nuevos y bonitos establecimientos que hoy se reparten por la zona. Pero de repente, al pasar por el número donde durante décadas estuvo el Restaurante Santiago… el alma se me encogió.

Estaba cerrado. Y no era un cierre cualquiera. Era como si algo grande faltara. Como si Marbella hubiese perdido una parte esencial de sí misma.

 

Porque no era sólo un local más. Era una postal viva: sus mesas perfectamente vestidas en la terraza, su personal impecablemente uniformado, el aroma inconfundible que salía de la cocina, el bullicio elegante que lo envolvía todo… Esa escena, que durante décadas fue parte del ADN marbellí, ya no está. Y, sinceramente, Marbella no es la misma sin el “Santiago”. Ni en lo hostelero, ni en lo gastronómico… ni siquiera en lo emocional. Falta algo en el aire. En el paisaje. En la alegría.

Un legado que no se apaga

Y, sin embargo, el legado de Santiago sigue vivo. Porque él no fue solo un gran restaurador, sino un verdadero embajador de la cocina española. Su restaurante recibió innumerables reconocimientos: la Placa de Plata de la Guía Michelin, la Medalla al Mérito Turístico, el Sello de Calidad del Ministerio de Turismo, el Premio Al-Ándalus de Gastronomía 2024, y tantos más… El Trofeo Internacional de Tradición y Prestigio, el Blasón de Castilla y León, la Encomienda Nacional Portuguesa, la Croix de Argent du Mérite et Devouement Français, el Plato de Oro de la Gastronomía Española…

Y su bodega. ¡Qué bodega! Con más de 100.000 botellas y 700 referencias, era —y sigue siendo— una de las más importantes de toda España. Su carta de vinos ocupaba 334 páginas. Un monumento al maridaje, al detalle, a la excelencia. Santiago fue finalista del Nariz de Oro en dos ocasiones y catador oficial de Dom Pérignon.

Además de su icónica marisquería, Santiago fue pionero en diversificar la oferta culinaria en Marbella. En 1997 abrió el Mesón de Santiago, después La Taberna de Santiago (con más de 500 tapas distintas), luego Ruperto de Nola, y finalmente, en 2008, Los Guisos de Santiago, donde recuperó como nadie la cocina de cuchara de toda la vida.

Un corazón que da sin pedir nada a cambio

Pero si hay algo que engrandece aún más la figura de Santiago es su inmensa calidad humana y su compromiso con los más necesitados. Su generosidad no conoce fronteras. Literalmente.

Hace pocos años, Santiago financió íntegramente —de su propio bolsillo— la construcción de un pozo de más de 300 metros de profundidad en una aldea remota de África, donde sus habitantes tenían que caminar más de 40 kilómetros para conseguir agua. Hoy, gracias a él, esa aldea dispone de un pozo que produce 400 metros cúbicos de agua al día, cambiando por completo la vida de cientos de personas.

No lo hizo por reconocimiento, ni por prestigio. Lo hizo porque le nació. Porque así es Santiago: un hombre bueno, profundamente humano, que nunca ha dejado de mirar a los que más lo necesitan.

Un final que es un nuevo comienzo

Aunque su restaurante ya no esté abierto, hay una noticia que nos reconforta el alma: tanto en su pueblo natal de Valdecondes como en su querida Marbella, se abrirán los Museos de Santiago. En ellos podremos seguir disfrutando de sus trofeos, recuerdos, fotografías, cartas, vinos, objetos, menús, anécdotas y todo ese universo maravilloso que construyó con paciencia y amor durante más de medio siglo. Un homenaje merecidísimo. Y una forma hermosa de mantener viva su memoria.

Así que sí, este verano sentí que algo grande faltaba en Marbella. Pero también sentí gratitud. Por haber vivido esa época dorada. Por haber conocido a Santiago. Por saber que, de alguna manera, siempre estará con nosotros. En el recuerdo, en el legado, en el museo… y, sobre todo, en el corazón de quienes lo queremos.

Y lo mejor de todo: Santiago sigue entre nosotros. Sigue regalando sonrisas, consejos, recuerdos y esa hospitalidad suya —inconfundible y eterna— que tanto bien nos ha hecho.

Gracias, maestro. Gracias, por tanto.


AUTOR DESTACADO

Pedro

La cocina para mi es producto bien tratado sin enmascarar sus sabores, cocina de verdad de antaño con un toque diferente

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