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Eclosiona la Novela Neoquinqui, Retrodirty Y Salchicrudívora



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Miguel Ángel Almodóvar
Investigador y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía

Jesús Tíscar, brillante escritor jiennense de origen y recriado en murciano, ha inventado un nuevo género narrativo, quizá sin él saberlo: la novela neoquinqui, retrodirty y salchicrudívora, que alcanzó su primer culmen en La japonesa calva, Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe el pasado año, aunque de casta le venía en obras como La poetisa, Premio de Novela Felipe Trigo, Memorias de un gusano o La camarera que me escupía en los chupitos de whisky. En el paquete se ha ido gestando lo neoquinqui, con protagonistas que son parroquianos de la calle, marginales, sociópatas y psicópatas, infrahumanos con horizontes de mezquindad e insignificancia y situados en tiempos de veinte, treinta o cuarenta años atrás, que aquí entra lo retrodirty, gentes que a la vez son trozos y muñones, y esto es lo más inquietante, de nosotros mismos.  

El tercer elemento, lo salchicrudivoro, sale a plaza en su último y recientísimo libro, Yo, señor, no soy malo, que recoge tres relatos, entre los que aparece un violador demenciado o casi, alcohólico y tragaldabas fanático de las salchichas crudas. 

Son tres novelitas, al decir del autor, repulsivas e irresponsables donde pululan tipos que se drogan y hace pajas en grupo, aunque, eso sí, con guantes quirúrgicos desechables; de mujeres maltratadoras que mueren sin haberles perdonado jamás la homosexualidad a sus hijos mayores; de aberraciones bípedas que alimentan a sus madres con el néctar ansiólitico que solo los machos de la especie humana pueden proporcionarle; y de farciminisfagonides, comedores de salchichas crudas, que en algún caso pueden hacer incurrir al lector en errores que son bastante comunes. 

Para empezar y como exculpación del farciminisfagonides habría que aclarar que las salchichas que se adquieren en el mercado regulado nunca son crudas porque ya han pasado por un proceso de cocción. En realidad, más que crudas, nombre engañoso y macaneador, habría que llamarlas frías y ahí está la madre del cordero porque desde hace tiempo sabemos que el paladar del común humano o casi las prefiere calentitas y levemente churruscadas. Pero comer salchichas crudas/frías de las de antes/antes, de las blancas de pollo o casi que se compraban por mitades de cuarto, sin cocciones al vino, sin kétchup ni mayonesa ni perrito que les ladre, es una gozada y un agasajo postinero para la memoria del paladar.

Y volviendo a Tíscar hay que decir alto y claro que su novela, además de neoquinqui, retrodirty y salchicrudívora, es a toda hora una bomba de humor surrealista y absurdo, caricaturesco, tremendista y feroz, negro y desternillante, a caballo siempre entre la sonrisa y la explosiva carcajada. Propio de alguien que es un broncas con leche agria, nunca con natillas, que maneja el idioma con soltura de guisandera y lo cocina como el más reputado chef. Alguien que no es sindicalista pero le gusta mucho el dinero. Y la cerveza.







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