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Yoya y el exilio Chileno



No sé de dónde demonios sacó el congrio; un auténtico congrio del Pacífico chileno. Ni tampoco me explico cómo llegó hasta ella el saco de locos con el que apenas podía subir las escaleras del primer piso. Venía gritando justicia, llorando y riendo al mismo tiempo. Sus gritos de ¡ya le tenemos!, ¡ya le tenemos! despertaron a las quince familias del bloque de apartamentos y sobre todo al coronel Julián Torres Vega, hombre de muy mal vino y militar simpatizante de violentos grupos derechistas, quien empezó a soltar improperios contra los sudacas izquierdosos. Me apresuré a introducirla a empujones en el pequeño recibidor y casi al borde de la extenuación, sin apenas resuello, me soltó jadeante la noticia: detuvieron al verdugo en Londres. Pinochet será juzgado aquí.
A Yoya la dictadura chilena le destrozó la vida. Hija de una conocida familia de médicos simpatizantes del socialismo y muy relacionados con la familia Allende, le desaparecieron, sería mejor decir le asesinaron al marido, un joven y prometedor abogado laboralista. Andrés, un antiguo compañero de partido que pudo salvarse de las manos torturadoras de los carabineros, le contó que le tiraron, aún con vida, al río Mapocho en el interior de un saco lleno de adoquines. Yoya casi se volvió loca; salió clandestinamente su país y se instaló en Madrid para acabar su tesis sobre literatura suramericana.
Pero ahora no quería hablarme de viejos dolores ni abrir los sangrientos recuerdos del pasado. Ahora quería celebrar la noticia. Empezaríamos con los locos, bien apaleados como decía doña Lucrecia, mujer de pescador que se pasó la vida aporreando a tan correosos mariscos; los comeríamos con papas y cebolla, mezclándolos con queso mantecoso y rodajas de huevo duro como los comimos en la caleta Hornitos. Y después, ¡ay, después! Un caldillo de congrio para honrar a todas las víctimas del dictador y en memoria de Pablo Neruda. Lo cocinaría Yoya como la receta de la ?Oda al caldillo de congrio?, pero eso sí, me decía Yoya, sin olvidarnos de las papitas. Porque don Pablo, querido, se olvidó de las papas. Una vez repuesta Yoya marchó diligente a la cocina mientras iba recitando: ?En el mar tormentoso de Chile, vive el rosado congrio, gigante anguila de nevada carne.?
Casi al amanecer, dimos buena cuenta del pastel de locos y con el caldillo, como decía el poeta, conocimos el cielo, acompañándolo con sangre de las uvas de Cabernet Sauvignon del Valle del Maipo y en donde aposenta sus reales Viña Tarapacá.
Al final, y antes de que sus ojos se volvieran acuosos, nos fundimos en un dulce abrazo que duró hasta bien entrada la mañana.


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Albert

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