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Agustina mujer lenta



Era una mujer pausada. Agustina hacía las cosas poco a poco, lentamente. La abuela Felisa lo atribuía al gusto de su madre por los caracoles, goce que heredó la apática de la niña. Durante el embarazo, Rosa, la madre, comió caracoles un día sí y el otro también. Fue tal la cantidad de gasterópodos que al bueno del padre, don Tobías, coleccionista de ropa interior femenina y objetos de placer, le dio por crear un muestrario de los 27.358 moluscos que devoró su santa esposa; el recopilador, minucioso como el que más, elaboró una especie de colección-diario en el que debajo del grupo de las conchas que sorbió Rosa, escribió minuciosamente lo que había ocurrido aquel día, la procedencia de los bichos y cómo se cocinaron. ¡Vaya, lo que se conoce popularmente como un trabajo de chinos!


Agustina y yo éramos vecinos. Ella vivía en un tercero de la calle Recoletos y yo en una buhardilla. Su familia vivía de las rentas que dejaban unos buenos paquetes de acciones que heredó don Tobías de su padre; la mía, y sobre todo yo, a salto de mata y a duras penas. Guapa era la muchacha, inteligente y culta, también. ¿Por qué no tirarale los tejos? Así lo hice, pero tardo tres meses en contestarme. ¡No tenía pachorra la muchacha! Al final aceptó mi invitación y salimos a tomar una copa por los alrededores y a una discoteca del barrio. No les cuento lo que tardamos porque sino, no acabo la historia. Ahora, de bailar lentos, nos saciamos.


Al día siguiente recibí una invitación formal de puño y letra, de don Tobías, con una preciosista grafía gótica, en la que se me invitaba a comer. Dado que por la época mis hambrunas eran antológicas no dude en aceptar lo que me barruntaba generoso convite. Aseado con mis mejores galas me presenté puntualmente en la casa de mis vecinos. Fui introducido por una criada de mirada socarrona, a la que comprendí una vez solventado el ágape.


¡ Nunca he comido tantos caracoles en mi vida como en aquel convite! Los había en ensalada templada con vinagreta de berros, a la ?llauna?, a la riojana, con chocolate, con verduras y arroz, con langosta y con conejo y para terminar, unos bombones amazapanados que imitaban al animalito y en los que la calmosa de Agustinita había invertido tres días. La cuchipanda se prolongó hasta bien entrada la noche. Les aseguro que a la hora de despedirme noté que cada uno de mis movimientos se me hacía eterno. No duden en que apenas tardé dos días en cambiar de casa, no fuera cosa que de tanto caracol me salieran cuernos.


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Albert

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