Hay personas cuya grandeza no reside solo en lo que poseen, sino en cómo viven, en cómo sienten, en cómo comparten. Edward Walson, productor cinematográfico de renombre en Estados Unidos, propietario de hoteles de lujo, restaurantes de alta cocina, viticultor, y una colección de más de 40 Ferrari, es una de esas personas excepcionales. Pero su verdadero lujo no es material. Su verdadera riqueza está en su calidez, en su cercanía, y en algo que lo une profundamente a España: su amor por la gastronomía, especialmente la andaluza.
Cada vez que Edward pisa suelo español, no tarda en llamar a sus amigos. Es una tradición, casi un ritual. No viene como un magnate, viene como un enamorado de nuestras costumbres, de nuestros sabores, de nuestras mesas compartidas. Su última visita tuvo lugar en Sevilla, con motivo de una concentración de Ferrari. Pero más allá del rugido de los motores, lo que más resonó fue el tintinear de las copas, las risas en la sobremesa, y esa conversación sincera entre amigos alrededor de un buen vino.
La mesa como punto de encuentro
Walson no solo disfruta de la gastronomía española; la estudia, la vive, la celebra. Conoce al dedillo los platos típicos de cada rincón de Andalucía. Puede hablar durante horas del arte de un buen salmorejo cordobés, de la textura perfecta de una tortilla de camarones o del sabor profundo de un rabo de toro bien guisado. Sus referencias no son genéricas: cita con precisión locales, bodegas, tabernas con historia y cocina con alma. Su paladar es culto, y su entusiasmo contagioso.
Y es que hablar con Edward de comida es escuchar a un gourmet con corazón, a un apasionado que ve en cada plato una historia, una tradición, una emoción. Para él, la gastronomía no es lujo, es cultura. No es solo sabor, es memoria. Y eso lo convierte en uno de los más sinceros y eficaces embajadores de la cocina andaluza fuera de nuestras fronteras.
Una amistad con sabor andaluz
Tuve la suerte de conocer a Edward hace años, gracias a mi querido amigo Diego Lozano. Desde entonces, nuestra amistad ha crecido con la naturalidad de quien comparte no solo vivencias, sino valores. A Edward lo mueve una profunda filantropía, una humildad sorprendente en alguien de su posición, y una forma de vivir que pone en el centro lo auténtico. No hay pose, no hay artificio: hay verdad.
En su última visita —donde, como siempre, acudió con su jet privado—, compartimos una deliciosa cena inolvidable en el restaurante Cañabota, de Sevilla junto a dos amigos suyos —Paloma e Ignacio; un matrimonio encantador—, quienes también han pasado a formar parte de mi círculo porque igualmente son maravillosas personas. Fue una noche de confidencias, de anécdotas, de risas, pero sobre todo de sabores. Porque cuando Edward se sienta a la mesa, toda gira en torno a la comida, al vino, a la experiencia de disfrutar lo nuestro con plenitud.
Un trocito de Sevilla en Miami
En su mansión de Miami, decorada con gusto exquisito al más puro estilo sevillano, Edward ha construido un pequeño altar a Andalucía. Allí, entre azulejos, patios interiores y muebles que evocan nuestras raíces, mantiene vivo su amor por esta tierra. Me ha invitado en numerosas ocasiones a visitarlo, y aunque aún no he podido aceptar su invitación, lo haré muy pronto. Porque compartir tiempo con Edward no es solo un privilegio, es un aprendizaje.
Un señor con mayúsculas
Edward Walson es, como decimos aquí, por Cádiz, “un señor de gran categoría”. Rico en lo material, sí, pero infinitamente más en humanidad. Su amor por la cocina española, por nuestros vinos, por nuestras costumbres, es un homenaje constante a lo que somos. Él no solo aprecia la gastronomía andaluza, la siente. Y eso lo convierte en uno de sus mejores defensores, porque lo hace desde la emoción, desde el respeto y desde una admiración profunda.
Personas como Edward no solo disfrutan de nuestra cultura gastronómica: la honran. Y eso, en un mundo cada vez más acelerado y superficial, es algo que merece ser celebrado.