Gastrocine a Dos Velocidades

, aunque temática y tratamiento resultan extremadamente opuestos.

La más reciente, Delicieux, la dirige el francés Éric Besnard (afamado por cintas anteriores como Cash o Le goût des merveilles/ Pastel de pera con lavanda) y narra la peripecia del que pudiera ser el primer restaurante de la historia; una institución que nace, como por todos es sabido, cuando muchos de los cocineros de la nobleza y alto clero se ven impelidos a buscarse la vida y a desarrollar su oficio fuera de los palacios de sus señores, cuyas cabezas han rodado por el entablado de la guillotina  tras el éxito de la Revolución Francesa.

Aunque Besnard admite sin tapujos cierta falsación histórica, al situar la peripecia en la campiña y no en París (por razones presupuestarias, explica), aborda al personaje del cocinero o chef como resultado de la constatación de su pertenencia a una clase social muy distinta al contexto donde laboraba: “… el criado se convierte en ciudadano y el artesano en artista”.

A pesar de lo interesante y excitante el planteamiento, la película viene a ser un cuento de hadas cogido por los pelos o por las hojas del rábano; lenta, preciosista y ampulosa, con un trabajo actoral muy menor y un tono cursi casi incomestible. Una cinta que solo se hace soportable por los bellísimos paisajes que la enmarcan y el exquisito trato de planos que evocan las grandes naturalezas muertas de la pintura.

La segunda de las entregas, algo anterior en el tiempo, de finales del pasado año, es Boiling Point, traducida como Hierve cuando pareciera más más razonable el literal Punto de ebullición. En fin, esto es lo de menos, porque su autor, Philip Barantini, fue chef durante doce años, y tal circunstancia se deja notar y mucho en cada imagen de un fabuloso plano secuencia de noventa minutos, sin ningún corte ni trucaje alguno. Una hora y media en la que el ojo del espectador si sitúa en la lente de la cámara que va siguiendo a ritmo frenético a todos los personajes que habitan y transitan por un restaurante de lujo británico en overbooking navideño.

Sin conceder al público un instante de respiro, van apareciendo los demonios del gran chef al borde del abismo profesional y personal, en una interpretación más que memorable de Stephen Graham; una subchef medida, entregada, templada y apagafuegos, interpretada de manera sublime por Vinette Robinson; un jefe de cocina profesional, comprometido y riguroso al que da vida Ray Phantaki; un chef estrella que esconde su decadencia tras un exitoso reallity televisivo y que interpreta en clave villana el actor Jasson Fleming, en esa noche pareja de una gran influencer gastronómica, representada por la camaleónica actriz filipina Lourdes Faberes; una sufrida camarera a la que le toca lidiar con unos impertinentes foodies del tres al cuarto y que interpreta con mimo Lauryn Ajufo; y una gran jefa del local por designación digital de su padre millonario, a la que da vida en ingrato papel Hanna Walters. Y más y más y muchísimos más personajes e interpretes que desde la excelencia supina componen un coro mayestático y un fresco memorable, auténtico y veraz, de un mundo falsario y artificioso, en el que no obstante, bregan a diario profesionales como altas copas de pino y gentes de enorme buena fe. Película imprescindible y de culto en su inmediato futuro.