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Firebird


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Joseba Encabo



En la calle 46 de Manhattan, entre la Octava y Novena Avenida, está lo que aquí se le llama "La Calle de los Restaurantes? (Restaurant Row), cerca de los teatros de Broadway, donde se ofrecen fantásticas cenas pre-teatro donde la gente puede disfrutar de menús, muy bien preparados, relativamente económicos y servidos con el servicio más rápido y eficaz.
En el número 365 west de la calle 46 he descubierto uno de los restaurantes más encantadores de esta ciudad: ?Firebird?.

Vista de la calle 46

?Firebird? es un homenaje a la ocupación de los zares de Rusia, la magia del ballet y la opulencia de las cocinas regionales de ese gran país.
Su propietario, el Sr. J. William Holt, enamorado de Rusia, y que se enriqueció trabajando en transacciones de alto riesgo en una firma de seguros, decidió invertir la considerable suma de cuatro millones de dólares en otro mercado de alto riesgo en Manhatann: el restaurante Firebird, que abrió sus puertas a finales del año1.996. Su esposa, la Baronesa Irina Von Der Launitz, es descendiente de una aristocrática familia rusa, y cuenta entre sus antepasados a quien fue alcalde de San Petesurgo (abuelo de Irina), asesinado en 1.907.
El restaurante nació a partir de la unión de dos casas típicas de ladrillo (llamadas brownstones) y tiene capacidad para 200 comensales, distribuidos en ocho comedores diferentes repartidos entre los dos pisos. La máxima aspiración de sus propietarios fue, desde el momento en que se inició su construcción, la de reflejar el estilo y la elegancia que mostraba San Petesburgo a principios de siglo(1.912), no siendo accidental la elección de esta fecha: en 1.912 el ?Ballet Diaghilev? hizo su debut en París con la obra ?The Firebird?, basada en un pájaro mítico que robaba manzanas doradas del jardín del zar. La idea consistía en crear un ambiente cálido, de tal modo que el cliente se sintiera no tanto en un restaurante sino en el comedor de una elegante casa.
Pero donde la decoración merece realmente un Óscar al buen gusto, es en los comedores del segundo piso, pintados en un tozo azul royal y oro, en los que podemos encontrar antigüedades en forma de libros, cuadros, fotografias y muebles que conviven con vitrinas de trajes del vestuario del ballet ruso (parte de la colección privada de los señores Holt). No cabe duda de que la idea original queda patente, pues han hecho que no sea difícil sentirse como si estuviera en una mansión moscovita de principios de siglo.



Cuando entré en el restaruante y fui amablemente recibido por el Chef Ari Nieminen, de origen finlandés, considerado como uno de los mejores en esta ciudad, comprendí que era el preludio de una noche muy especial.
Al sentarnos en la mesa, un camarero de elegande porte, uniformado como el resto de la plantilla de servicio con chaquetas blancas bordadas en hilo dorado, nos ofreció una copa de champagne, deseándonos con un tono de voz pausado y agradable: ?que disfruten de su copa , es cortesía de la casa?.
En seguida, una simpática camarera nos ofreció las cartas y, con su peculiar acento, nos fue relatando el menú: todo parecía delicioso por igual. La amable señorita nos aseguró que tanto el ?zakuski? (así es como en Rusia llaman a pequeños entremeses) como los platos especiales del día provenían de las más tradicionales recetas rusas.
Aunque yo no soy un fanático del caviar, debo reconocer que la oferta en el menú era la clásica variedad de caviar de salmón, esturión sevruga, osetra y el tan cotizado beluga.
?Le gustará el zhulien de setas salvajes, una mezcla de intenso sabor con cebollas y crema ácida, el phkali de remolachas y nueces asadas tiene un sabor increíble, y el satsivi de pollo al estilo de Georgia con pollo deshebrado y nueces está simplente delicioso!?, según las descripciones del servicio.
Después de ver lo que servían en otra de las mesas, pude comprobar que el caviar hablaba por sí mismo: lo sirven dentro de un recipiente cubierto con blinis, un platito de crema ácida, una jarrita de mantequilla y un camarero que, con delicadeza, coloca la mantequilla en el plato, emplatando el caviar junto con el blini y convirtiendo el montaje en todo un ?show?.
De los entrantes, destacaría las empanadillas de cordero al vapor, servidas con una salsa de crema ácida aromatizada con menta; así como el arenque con una cama de papas, remolachas, cebolla y huevo duro picado: delicioso!, quizás no tan logrados los fideos al horno con chanterelles, semillas de amapola y cebollas.
En cualquier caso, recomiendo que no se pida mucha comida pues las raciones son considerables.
El borscht no es simplemente un bol de sopa, sino casi como un estofado donde podemos encontrarnos con una generosa cantidad de trozos de puerco ahumado, pato braseado y pecho de res. Un plato muy completo, puesto que incluso llega acompañado con un plato de crujientes rellenos de frutas para untar en el caldo.
La pechuga de pato asada y pierna confitada bien crujiente viene servida con un delicado ragout de setas, espinacas sutilmente salteadas con ajo y una salsa de cereza agria que aportaba un equilibrado constraste a todo el plato.
Pero si quieren comer algo más ligero, recomiendo el pescado: esturión a la parrilla, cocinado a la perfección y servido con un cremoso puré de papas y sorrel, chanterelles, zanahorias braseadas y una salsa de rábano fuerte muy bien sazonaba, sin excederse en lo picante ante la exquisita textura del esturión.
La carta de postres deja mucho que desear, pero la charlota rusa con manzanas frescas y deshidratadas y los crepes rellenos de queso con salsa de caramelo se convirtieron en una perfecta introducción para disfrutar del vodka de miel tan armoniosamente preparado en la casa.



El menú de precio fijo pre-teatro cuesta unos $50, y si uno decide comer a la carta, los primeros platos están entre $5 y $12; los platos principales, entre $20 y $30; el caviar, comenzando por el de salmón a $20 las 2 onzas (60 gr), y entre $30 y $60 por onza los demás.
La carta de vinos no es tan impresionante como la de vodkas, sobre todo el preparado en la casa con canela y miel, pero puedo decir con todo placer que bien merece la pena hacer un alto en ?Firebird? pues, en conjunto, es una de las mejores experiencias de restaurantes en Manhattan



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