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Comer sobre Ruedas


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Josep Lluís Seguí



Se come mucho, en el cine, como vamos viendo en esta serie de textos elaborados a fuego lento... Se come con profusión ?- o resulta imposible celebrar la cena prevista ?algunas películas de Buñuel, de las que tengo previsto, si ustedes gustan, decir algo en otro escrito. Hay comidas dramáticas, de hecho la mayoría, dramáticas, que hacen avanzar la acción, y algunas cómicas: . Incluso se come en las salas de cine. En mis tiempos de niño cinéfilo, merendábamos en el cine, con lo que la sala adquiría ese entrañable olor a sobrasada y a tortilla de cebolla. Ahora, ya saben, huele a palomitas.

Los trenes también son recurrentes en el cine; hay películas que llevan su título la palabra tren. Y en algunos trenes de cine, el vagón restaurante es lugar de encuentro entre personajes y comienzo de una historia, la más importante precisamente del film.
Pienso, claro está, en "Con la muerte en los talones", en "Extraños en un tren". Ambas del gourmet Hitchock. Ahora volveré al cine del Gordo.

Extraños en un tren

En una reciente revisión de un clásico del año 1937, "La condesa Alexandra", con Marlene Dietrich y Robert Donat, pude ver que se da un primer encuentro en un tren, a la hora de la cena, entre los personajes que vivirán la gran historia de amor del filme: la condesa y el periodista. Ya en este primer encuentro, que pasa desapercibido tanto para ella como para él, una dama de la nobleza rusa se pregunta en voz alta: ?Por qué el vagón comedor estará en la otra punta del tren?.

Para postres

Respecto a "Con la muerte en los talones", el encuentro entre Cary Grant (Roger Thornhill) y Eva Marie Sanit (Eve Kendall) se produce, no por casualidad, en el vagón restaurante en el que el confuso y confundido ?wrong man- presunto espía Kaplan se da a la fuga. La también espía, auténtica, Eva ?soborna? al camarero para que haga sentarse con ella al apuesto hombre de incógnito. Y ella misma será quien le recomiende la trucha de río como plato para comer. Es el principio de algo más que una buena amistad y un embrollo de espionajes y contraespionaje. Ya saben cómo acaba esta pareja: en la misma litera de un tren.
Más compleja, o de consecuencias más duras que acostarse en una litera, es el encuentro de Farley Granger (Guy) y Robert Walker (Bruno) en Extraños en un tren. La falta de plazas libres en el vagón restaurante hace que, a su pesar, el tenista Guy haya de comer con el rico, ocioso y extravagante Bruno. Tras una animada comida, en la que Bruno habla de crímenes perfectos, aunque a Bruno las chuletas le parecen demasiado hechas, se planea un intercambio de asesinatos, o así lo quiere el joven ricachón que quiere deshacerse de su padre y en contrapartida acabar con la esposa del tenista, infiel y además obstáculo para un mejor matrimonio de éste último. A veces, conocer un extraño en un tren te proporciona la ocasión de comer en un departamento privado a falta de sitio en el restaurante, aunque las consecuencias sean... hitchcoquianas.
Algún día revisaremos el cine español de los años cincuenta, donde los emigrantes rurales se desplazaban en tren a la ciudad con sus buenos panes candeales y apetitosas piezas de chorizo y queso de pueblo.



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