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Combinados con Buena Añada



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Josep Lluís Seguí



Cuando un camarero te sirve vino en la copa para que lo cates y des tu aprobación, suele hacerlo con escepticismo, alguno; otros, con seriedad profesional, y hay quien te mira con sabía, irónica, sonrisa. Y es que catar el vino es todo un saber; saber catarlo o fingir que sabes.

En el filme de Roger Corman Historias de terror, libérrima adaptación de diversos cuentos de Edgar Allan Poe, en el titulado El gato negro hay un duelo entre Peter Lorre y Vincent Price de cata de vinos. Un breve trago y reconocen los más añejos y variados caldos. Al final... No entraré en moralinas sobre el alcoholismo. Hay películas magistrales que tocan el tema, en particular Días de vino y rosas (aunque no es precisamente vino lo que bebe la pareja de alcohólicos del film) y Días sin huella, de cuyo sentido final discrepo. El film de Billy Wilder viene a decir que la literatura, escribir, redime del alcoholismo o de otros enganches neuróticos; yo más bien creo que es el alcohol, digo de un buen trago de ron o whisky, lo que libera a los escritores de la adicción a la literatura. Hay otro peligro... cinematográfico con la bebida, si no te aseguras de lo que tomas. Esto es, el envenenamiento, o algo parecido, por ingestión de vinos y licores mezclados con otras sustancias. Por eso no soy partidario de los combinados, a excepción del mojito -que yo mismo me preparo si no ando por La Habana-, o un buen martini seco; y nunca, horror, tomaría ni un sorbo de calimocho (ya saben, vino de brick con coca-cola). Me refiero a esas copas que le ponen, por ejemplo, a Sam Spade-Humphrey Bogart (El Halcón Maltés) con un sedante para adormecerlo, o al prota (interpretado por Chazz Palminteri) de Diabolicas (versión con Sharon Stone e Isabelle Adjani) con el fin de, una vez sedado, ahogarlo, con agua que no con alcohol, en la bañera. Mediante el vino, el envenenamiento suele ser más sofisticado. Se trate de unos polvillos o líquidos letales lo que se le añada, siempre se elige un buen vino. Como las compasivas ancianitas de Arsénico por compasión (luego les doy la receta), o los invitados del excéntrico grupo de amigos, Cameron Diaz incluida, de la curiosa película La última cena. Debe de ser para que no se note, o para satisfacer el último gusto de la víctima. ¿Estropea un poco de cianuro a un buen Rioja? Nunca he hecho la prueba.
Cuando acabe de escribir este artículo, me tomaré un Havana Club, solo, es decir, sin hielo. Que ahora hay bares donde pides un whisky solo y te preguntan: ¿sin coca-cola? Ya digo que prefiero los brebajes solos, sin mezcladillos; vino tinto, blanco seco, y gaseado únicamente el Lambrusco como aperitivo. El veneno, aparte. Los peligros del alcohol, dirán los abstemios o los polis de Miami Vice.



Ojo con la leche. En Sospecha, las sospechas de envenenamiento recaen en el vaso de leche que le sirve el marido a la esposa. Del mismo Hitchcock, en Encadenados es la taza de café el recipiente que sirve para que la familia nazi le suministre pequeñas dosis de veneno a la espía americana interpretada por Ingrid Bergman.

Resacas aparte, está claro que a la protagonista de esta tortuosa ingestión de café adulterado le sentaban mejor sus frecuentes disipaciones etílicas. No es el alcohol lo que resulta perjudicial para la salud, sino las sobredosis y las malas combinaciones. Incluso con recetas como la que les decía: Por cada cinco litros de vino añejo, una cucharadita de arsénico; media cucharadita de estramonio y una pizca de cianuro. (Arsénico por compasión, Frank Capra, 1944).



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