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Cocinero en Serie (Capítulo Iii, 4ª Entrega)


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Jordi Gimeno



Esteban era consciente de que no hacía falta presentarse una hora antes ni ser el último en irse, pero eso le tranquilizaba de cara a los dueños y de cara a los subordinados. El verano que viene no pensaba hacerlo, el año que viene se acabarían muchas cosas, pensó. Sus hijos trabajarían los fines de semana si seguían con esas notas, unos resultados que no merecían un padre soltando tanto dinero. Se acabaría el poder de María en casa, él llevaría los pantalones de una vez por todas. Cortaría con Manoli y buscaría a otra más joven y con un culo más duro.

Entró en el despacho sin percatarse que pisó una sombra que le seguía desde hacía un buen rato, una sombra alargada por el insolente sol de mayo. Oyó un ruido en el vestuario de al lado y supuso que era el patoso de Joan que, aprovechando la calma de las nueve, se fumaba un cigarrillo antes de desmontar el buffet.

Ni se giró cuando llamaron a la puerta, respondió con un confiado ?adelante? y siguió abrochándose la chaqueta de un blanco virginal, cerró la taquilla y cuando se volvió, en vez de Joan, había un desconocido plantado en medio de su despacho. Creyó que era uno de esos comerciales incansables, aunque no llevaba corbata e iba bastante mal planchado. Tenía la mano izquierda escondida detrás, y Esteban pensó que allí habría el catálogo y la lista de precios.

El tipo seguía sin hablar ni dejó que él hablase, demasiado rápido para defenderse, le clavó una cuchillada en el estómago, quince centímetros de dolor mortal. Esteban quería gritar pero cuanto más esforzaba por hacerlo, más sangre le salía por la boca. Miró al viejo pidiendo clemencia, pero ya era demasiado tarde y la herida demasiado profunda. Solo consiguió que ese hombre sin voz le arrancase el cuchillo del vientre y, como si eso fuese lo que lo mantuviese de pie, Esteban se desplomó y lentamente empezó a desangrarse.

Pere sabía que tenía que estar muy tranquilo, no era cuestión de salir ahora corriendo como un loco asesino. Sabía que si se cruzaba con alguien, ya podía clavarse él mismo ese cebollero que había comprado hacía treinta años, cuando aún soñaba en ser cocinero. Esa era la primera vez que lo usaba. Lo limpió cuidadosamente y luego miró el cadáver; dormía en su lecho de sangre y se alegró por la corta agonía que le había dado. Abrió la puerta, miró a un lado y al otro, limpió el pomo de la puerta con un trapo y se dirigió hacia la rampa. Se escondió debajo de ella unos dos minutos, tiempo suficiente para verificar el poco movimiento exterior. Respiró hondo y emprendió ese desnivel hacia el exterior.

Era un día magnífico y solitario, una mañana que sólo tenía que compartir con un jardinero a veinte metros de la salida, un trabajador demasiado dormido y concentrado cortando el césped. Pere bordeó el edificio, tomó la esquina y se hizo anónimo, invisible entre la multitud que descargaba equipaje de un autocar. No entró en el hotel, llevaba el cuchillo escondido en la manga y ese brazo tan recto podía llamar la atención de algún compañero de mus. Lo mejor sería enterrarlo en algún pedazo de bosque y, si todo iba bien, ir a buscarlo antes de partir.

Estaba tomando una copa de vino blanco en el salón Royal cuando la noticia cayó como una bomba. Todo el personal se puso serio y se suspendieron todas las actividades. Pere lamentó haberse perdido el espectáculo de la ambulancia y del juez de guardia, pero en ese momento era más importante volatilizarse y eliminar pruebas. Mientras sorbía el vino y picaba un cacahuete, vio a la policía entrando en recepción al lado del director. Por megafonía anunciaron que se convocaba a todos los clientes del hotel a una reunión. Lo dijeron en cuatro idiomas y aprovecharon para pedir la ayuda de todo aquel que hubiese visto algo sospechoso esa mañana, por insignificante que pareciese. Se hizo un minuto de silencio en memoria del fallecido chef del Hotel Mar. Sólo algún sollozo rompió el duelo del medio millar de personas que abarrotaban la recepción. Transcurrido el minuto, el director, muy profesionalmente, les dijo que un servicio de autocares les repartiría en otros hoteles para la comida y la cena, ya que toda la cocina estaba precintada por orden del juez.

Continuará?



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