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Cocinero en Serie. Capítulo Ii (3ª Entrega)


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Jordi Gimeno



Lola era muy trabajadora pero cocinando no le llegaba a Mercè, la mujer que le crió y le entendió, ni a la suela de los zapatos. Guisaba unos macarrones que le volvían loco pero en aquella época la pasión hostelera de Marc era desconocida hasta para el propio interesado. Marc había probado múltiples maneras e ingredientes pero nunca llegaba a dar con el sabor exacto, el secreto murió con Mercè y la memoria y la fantasía tenían las de perder.

Hoy, como todos los lunes del mundo, tocaba pescado congelado rebozado y verdura salteada. Lola seguía al pie de la letra los cuadrantes que había confeccionado con su madre; alguna vez había tenido ganas de quemarlos y esperar a ver la reacción de la sirvienta, pero tal acción hubiese sido digna de un pobre niño rico y para nada en el mundo quería convertirse en eso. Devoró el flan y se relajó delante del televisor, tenía que estudiar pero en comparación con los tres años de BUP, el primer curso de hostelería le parecía fácil y continuó cambiando de canal. Ese mes no tenía prácticas de tarde y eso le daba un tiempo libre que adoraba, tiempo para jugar con la consola y para ir por el barrio encargando drogas.

Ilustración: Diego Mateos

Tardó algo de tiempo en adaptarse a la nueva escuela pero ahora ya había formado un grupo de lo más compacto con Toni, Fernando y Charlie. Los cuatro se vanagloriaban de no tener novia y la verdad era que su frenética actividad del fin de semana no les permitía conocer gente y eso incluía chicas, disfrutaban más colocándose y analizando el efecto de cualquier sustancia que les llegase por la boca o la nariz, entre semana se controlaban y los estudios no les iban mal.

Todos dudaban de que esa fuera a ser su profesión durante toda la vida. Fernando era quizás el que lo tenía más claro al ser hijo de restauradores, no había mamado otra cosa durante 18 años. Charlie se iba decantando poco a poco hacia las labores de gestión, aseguraba que se vivía mejor, que la cocina era demasiado sacrificada. Toni estaba un poco loco y siempre que los profesores se lo permitían intentaba pasear por el lado pictórico de los platos, aún estaba verde pero en alguna ocasión y casi por casualidad había creado cuadros comestibles, desafortunadamente cuanto más color le ponía menos sabor conseguía, sin duda los años y el oficio corregirían esa anomalía. Marc sabía que él era el más inseguro y el menos definido de los cuatro, el que no acababa nunca de encontrar su sitio, dudaba tanto que se echó en la cama, enrolló un porro de maria e intentó dejar de pensar un rato.

El martes por la noche Pere conoció a los padres de Marc, llevaba cuatro horas y media de paciente espera sentado en el banco de delante de su casa, cuando una pareja elegantemente vestida salió de un coche negro, vio como el hijo bajaba contento a recibir a sus padres o quizás a conducir el coche, porque como si de un relevo de atletismo se tratase, el padre le entregó las llaves a su hijo. Un Marc exultante hizo un par de vueltas a la manzana con la música a todo volumen y luego lo introdujo en el garaje. Aunque eran casi las diez de la noche, Pere se quedó un rato boquiabierto mirando el balcón que daba al comedor y a la familia que habitaba dentro, ella iba para los cuarenta largos aunque se conservaba muy atractiva, puede que fueran las curvas que se ceñían a cualquier prenda que se pusiese encima o a lo mejor, simplemente había pasado por el quirófano.

Fue ella la que sin saberlo obsequió a Pere con una vista espléndida del interior de su casa, aunque la mujer lo hizo porque había una luz de luna demasiado bonita para taparla con cortinas, lástima que la cena era solo pizzas encargadas por teléfono.

El cabeza de familia era alto y distinguido, con un peinado que a esas alturas crepusculares de la jornada aún se mantenía impecable, la goma fijadora jugaba un papel primoridial, de ninguna otra forma hubiese podido controlar ese salvaje matorral que nacía de su cabeza, un fino y cuidado bigotito daba un atrevido contrapunto a tanta cabellera.

Los observó mientras cenaban y notó que hablaban poco, prefiriendo ver la tele entre mordiscos, vio que la mujer trataba un par de veces de iniciar una conversación pero ante la impasividad de los hombres, se rindió al silencio. Continuaron mojando las magdalenas en la leche y cuando la mujer corrió las cortinas, Pere volvió a casa.
A pesar de que eran más de las once, Marina abrió la puerta de su habitación así como oyó llegar a su mejor compañero de pensión, tenían más o menos la misma edad y una amistad a prueba de bombas y disgustos, Pere notaba que Marina se moría por ser algo más que una buena confidente, y a él tampoco le desagradaba.


Continuará...



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